No puede pintarse una cara de mayor felicidad que la que se dibujaba en el rostro de Ángel Téllez en el momento de entrar en la furgoneta blanca, camino del hotel. Durante un buen rato, le habían paseado a hombros, antes y después de salir por la puerta grande, esa que da recuerdo permanente en Guadalajara al malogrado Fandiño. Tanto fue el entusiasmo de los muchos jóvenes que llevaban a su paisano y amigo en volandas que acabaron chocando contra la centenaria verja del colegio "Rufino Blanco", frente al coso de Las Cruces.
En el joven rostro de este chaval de Mora, en la provincia de Toledo, sólo se veía en ese momento felicidad. Antes había reflejado intensa seriedad, en cada una de sus faenas. Como también emoción, cuando brindó el toro de su alternativa a sus padres, en una escena que conmovió a toda la plaza. Atrás quedaba la cara de nerviosismo sin disimulos, en el patio de cuadrillas, junto a dos toreros de época, de esta época, cómo son Morante de la Puebla y "El Juli". Quien lo quiera comprender mejor, que se repase nuestra amplia galería gráfica, de la mano del fotógrafo José Riofrío.
Ángel Tellez superó el examen con nota alta, gracias a sus inmensas ganas, al buen hacer que atesora y a recibir en suerte los dos mejores toros del encierro de Garcigrande y Domingo Hernández, los dos hierros de la misma casa que se lidiaron este domingo en la capital de la Alcarria, en una tarde desapacible, con frío y lluvia. Y los espectadores, que cubrieron algo más de dos tercios del aforo, se fueron pese a las inclemencias satisfechos, tras un festejo incómodo pero más que entretenido.
Si en su primero el toricantano ya había cobrado una oreja y convencido al personal, fue en el que cerraba plaza con el que mostró más abiertamente lo que puede llegar a ser en el escalafón de los próximos años. Porque había más toro, sí, pero también porque le bullían las ganas de abrir la puerta grande. Las saltilleras de inicio, los apuntes con la izquierda y, en este caso, el buen oficio con la diestra precedieron a un estoconazo que dejó visto para sentencia un veredicto inapelable: dos orejas… recibidas mientras la parroquia ya se había lanzado al ruedo para fotografiarse con Morante.
Al de La Puebla le vinieron a ver de Madrid y más allá, hasta el punto de que hora y media antes de la corrida la preocupación de muchos conductores foráneos no era otra sino encontrar dónde aparcar el coche. Los mismos que habían pagado gustosos el alto precio de una entrada se resistían a asomarse al parking de Santo Domingo, por no ser de balde. Misterios de la humana condición. Como misteriosa es en toda su complejidad la esencia de Morante, que sin hacer mucho hizo suficiente. Cuando un genio lo mismo te sorprende con tres largas de recibo al hilo de las tablas como te deja un apunte de toreo al natural o le enseña a todo el orbe taurino cómo han de ser de suavemente sedosas unas chicuelinas, la cosa no está para racionalizarla sino para disfrutarla. Porque a menos de un minuto de reloj se quedó Morante de escuchar el tercer aviso en su primero y sólo la cortesía del respetable justificaba la oreja en el cuarto. La estadística, para los matemáticos.
El toreo a granel vino del tercer espada, que algo de experiencia tiene y que se llama Julián López. Llegó en el quinto, después de que en su primero no hubiera ni toro ni toreo. Enardeció al público con dos tandas seguidas de circulares encadenados, pero no mató bien, con lo que todo quedó en una oreja.
Y por ahí anduvo también, entre selfie y selfie, Santiago Abascal, seguidor de Morante (que le brindó la faena del cuarto) y responsable máximo de Vox y de sus expectativas electorales. Sería por eso que sin toros ya sobre el ruedo, la banda ambientaba el epílogo con un pasodoble tan poco torero pero tan supuestamente patriótico como el nació para la zarzuela "Las corsarias". Sí, ese que habla de una bandera roja y gualda, que es o debiera ser la de todos. Es tiempo de eleciones. Y de acabar esta crónica.