Este que les escribe tiene una creciente pasión por las cosas de Luxemburgo y de su vecina Valonia, una excentricidad entre otras muchas, con el mismo fundamento o más que cualquiera de ellas.
Mis amigos de aquel mínimo país y los de la región francófona de Bélgica no dejan de sorprenderme, casi siempre para bien. Cuando no dejan gratis los tranvías, descubres que les gusta el pata negra hasta el punto de tenerlo a mano en las tiendas más céntricas y a su precio (al del jamón y al del país, que suele ser elevado) Ahora andan los valones en la difícil misión de poner nombres a sus lobos y me acabo de enterar por un diario luxemburgués.
Lobos, sí. Lobos reales, descendientes de los del cuento de Caperucita, pero con colmillos y de gris pelaje. Como los que en Guadalajara tenemos por la Serranía, pero de distinto modo.
Para uno de ellos, que ronda por los parajes de las Hautes Fagnes desde 2018, una asociación local ha promovido una iniciativa por Internet para buscarle nombre, que siempre es útil para entenderse mejor incluso entre bípedos y cuadrúpedos. Están dudando entre Fagnus, Wolfgang, Akela, Romulus y Lucky, por lo que piden que el personal vote y lo decida.
Tanto o más sorprendente es que los nombres propuestos han sido planteados, cada uno, por el Departamento de Naturaleza y Bosques, el Departamento de Estudio del Medio Natural y Agrícola, representantes de los alumnos de la zona, representantes de los ecologistas de por allí… y el quinto, ¡¡¡por los cazadores!!! de la comarca. Definitivamente, son raros estos valones. Me temo que para bien.
En toda Valonia hay cuatro lobos localizados y parece que los miman. Sobre todo al que no parece transeúnte sino que le ha cogido gusto y está fijo en plantilla. A ese es al que quieren darle nombre. En Guadalajara, a más de uno lo que querrían es darle matarile, a cuenta de los estropicios que causan al ganado, como principal cuenta pendiente.
A lo mejor, algún día, por esta parte del sur de Europa lleguemos a hacer las cosas de tal manera que no sea un acto heróico disfrutar de lo que otros envidian, más al norte. Y hacerlo, sobre todo, sin perjudicar los interés particulares de quien se trabaja la ganadería en lo más alto de un monte, pasando frío y calándose bajo la lluvia, mientras los animalistas de ciudad se toman una birras al cobijo de Malasaña.
Sabremos que esto ha cambiado cuando ponerle nombre a un lobo sea algo compartido y feliz tambien entre nosotros y no nos parezca tan extraño como para merecer esta columna en tiempo de verano.
Vayan con cuidado, pues, por los caminos.
Sobre todo si hay lobos.
Sobre todo, los lobos.