Decíamos anteayer, en abril de 2014, en este mismo periódico y del que otros también se hicieron eco, que «las virtudes balsámicas de Sigüenza para recuperar energías mediante el reposo y la buena comida son de sobra conocidas desde, por lo menos, los viajeros románticos». En el Sábado Santo de aquel año volvían a quedar acreditadas esas excelencias también para los seguidores madridistas y el público en general, al comprobar como Carlo Ancelotti paseaba tranquilamente por el mismísimo centro de la Ciudad Mitrada.
La vinculación de Ancelotti con Sigüenza era bien conocida por los lectores de LA CRÓNICA desde que este diario se las detallara en las semanas previas a su primera incorporación al club merengue.
Sigüenza y Ancelotti tienen en común a Mariann Barrena McClay, la esposa del entrenador del Real Madrid, sucesor de ZZ. Aunque no llegó a nacer en España, todas sus raíces familiares están aquí, como seguntina por parte de padre y santanderina por su madre.
Historia pura
Antonio Barrena, su padre, no se perdió en la primera etapa madridista de Ancelotti el acto de presentación de su famoso yerno y allí que estuvo, a sus 90 años y en un discreto segundo plano. Más conocido siempre fue por Sigüenza su hermano Pepe, tío de Mariann, que no solía faltar un solo verano a los rituales sociales propios de la Alameda. Donde hoy se aloja el Museo Diocesano, a escasos metros de la Catedral y de la Plaza Mayor, estuvo la sede social de la Banca Barrena, negocio familiar antes de que sus miembros paulatinamente fueran buscando otros rumbos.
Sigüenza siempre estuvo aquí. Ancelotti, a veces. Si quiere tranquilidad y comer bien, ya sabe dónde buscarlo. En eso nada ha cambiado, con alcalde o alcaldesa, en esta ciudad que aún espera saber qué hacer con su Seminario, vacío y arruinado. Dios proveerá… si está de dios que lo haga.
Va pasando el tiempo y las Copas de Europa siguen cayendo. Ya van 14. Ancelotti, como Sigüenza, son pura historia.