Yo no sé usted, pero desde que me dijeron en el colegio que respetase a Darwin, es que miro a un pájaro y veo un dinosaurio. La cosa no es por alucinar bajo los efectos del ácido lisérgico, sino por ser consecuente con las enseñanzas de la Ciencia.
Dicen los que saben de eso que las alas son antiguas escamas, paso previo a que uno de aquellos reptiles antediluvianos se cansara de andar de ciénaga en ciénaga y se echara a volar. Luego hubo un ictiosaurio que se hartó de jugar a hacer burbujitas bajo el agua para matar el aburrimiento, asomó por la orilla, le salieron piernas… y al cabo de millones de años, se convirtió en usted y yo.
Pero los pájaros han tenido mayor éxito evolutivo que los dinosaurios e incluso más que nosotros mismos. ¡Dónde va a parar!
En la ciudad donde malvivo e incluso duermo, los pájaros han conseguido cagar mucho y donde les pete, en un ejercicio libérrimo de su libertad contra la higiene general y, sin embargo, es fácil encontrar quien los defienda. No están entre esos complacientes los dueños de los coches que arrasan con sus negros excrementos, cloacas abajo hasta llenar las carrocerías, de día y de noche. El Ayuntamiento, que sí cobra a los de a pie, no sabe cómo embridar a los de plumas.
Ser pájaro hoy, sale a cuenta. Antes, serlo o parecerlo era peor, pues o suponía un insulto (si eras persona) o implicaba una perdigonada (si era animal volandero).
En estos días azarosos que llevamos, pájaro es sinónimo de listeza más que de sinvergonzonería. Y pajarito, como mucho, alude a lo que la bragueta oculta, que tampoco es para despreciar, según y cómo.
Por bien decir, ya ni a los pingüinos se les llama pájaros bobos, no sea que se enfaden en comandita y denuncien al naturalista que a tanto se atreva. No hay más pájaras que las que sufren los ciclistas ni más pájaros de cuenta que los que salen en el telediario, cuota cotidiana que nos exime de mirarnos a nosotros mismos en el espejo. Indulgencia prudente y preventiva se llama eso que todos hacemos.
Ya no se matan dos pájaros de un tiro, para que nadie acuda al PACMA, y tener la cabeza a pájaros se llama Alzheimer, aunque no llegue ni a remoto síntoma de la cruel enfermedad.
Pero el pájaro más valioso de estos días en las calles que camino es verde y amarillo, con el pico rojo y todo él vestido como la bandera de un país africano, de puro colorido. Se ha perdido y Mario, su dueño, anda tan perdido como él, poniendo carteles por las esquinas.
A ese pájaro a quien lo quiera.
De otros que nos acechan, y que no echan a volar ni a cañonazos, no podríamos decir lo mismo, por más que los suframos. Son de mal agüero, aun sin ser pájaros.
Desconocido Mario, que tengas suerte y encuentres al que buscas. De los demás, en su variante humana, ya nos esforzaremos nosotros por librarnos.