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19 noviembre 2024
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AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / ¡Vaya con las vallas!

En la noche de la ilusión alguien ha conseguido, con casi absoluta certeza, que las mentes infantiles más perspicaces empiecen a constatar que su lucha vital tendrá que ser contra los que ponen puertas al campo y vallas en las calles. Y los más precoces intuirán que la batalla, como otros ya sabemos, está perdida de antemano.

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Vaya por delante que esto de las vallas tendría que haberlo escrito El Paseante de LA CRÓNICA, pero el trancazo virulento que a tantos ha tumbado ha podido también con él, en estas fechas tan señaladas. Nuestro más alabado colaborador habría aliñado mejor que cualquiera, con su pirotecnia de juegos de palabras y enfoques sorprendentes, la descripción de lo que está pasando estos días en Guadalajara.

No hablamos, ni escribimos, en estas líneas de cosas de gran enjundia, sino de esos asuntos menores que tanto entretienen al personal.

Sucedidos menores como eso de quedarnos huérfanos de iluminación navideña, a media luz con un contrato que ya venía firmado por los anteriores y que tendría que haber dejado la misma huella luminosa con López Pomeda que con Sara Simón. A la vista, y desde las penumbras, está que no ha sido así.

Tampoco es que sea muy relevante para el curso de la Historia que el programa oficial del Ayuntamiento señale, sobre el papel y en PDF, una hora para la Cabalgata que luego será otra, un horario para el Concierto de Año Nuevo también erróneo… e incluso un croquis equivocado para el recorrido de la susodicha Cabalgata.

En esas estamos, a escasas horas de que algunos nos juguemos el carbón de la madrugada por criticones y otros no se apeen de su mundo tan de rosa y lleno de juguetes como de costumbre. Nadie es igual a nadie, que no te engañen.

El problema, claro, está en la inocencia.

En la vida de todo hombre y de toda mujer, igualados los sexos en esta tesitura, queda marcado con tinta indeleble el momento en que supiste que los Reyes Magos eran ellos. Esa es la pérdida de la auténtica inocencia. A partir de ahí no deberías engañarte jamás y, quizá por eso, nunca falte quien te engañe. O quien lo intente. Ustedes ya me entienden.

¿Cuánto mide un niño inocente? ¿Cuánto un crío que no quiere dejar de creer en los Reyes, por la cuenta que le trae? ¿Se puede medir la inocencia en centímetros de alzada?

En esas estaba este que les escribe el 5 de enero de 2024, pegado a una de las vallas que nuestros amables munícipes han repartido por el recorrido de Sus Majestades. A ojo, uno calibraría que levantan unos 120 centímetros del suelo.

El que sean antivuelco o no se lo dejaremos a los ingenieros de la crítica urbana. Más desasosegante es aventurar la tesitura en que se encontrarán muchas tiernas criaturas (e incluso esos cenachos lampiños que ya ven porno en el móvil pero que todavía son bajitos) en la duda existencial de dónde encajar los ojos para ver algo, al paso de la comitiva. Siquiera algo, entre la música atronadora y la lluvia de caramelos.

Para evitar desgracias dicen que han dispuesto este año el vallado, intimidante, de la Cabalgata. El material, sin duda, parece bueno. Si acaso, se echan en falta unos cuantos VoPos de la antigua República Democrática Alemana y así tener el cuadro completo del desaparecido Muro de Berlín.

En la noche de la ilusión alguien ha conseguido, con casi absoluta certeza, que las mentes infantiles más perspicaces empiecen a constatar que su lucha vital tendrá que ser contra los que ponen puertas al campo y vallas en las calles. Y los más precoces intuirán que la batalla, como otros ya sabemos, está perdida de antemano.

Ahora es el lector el que debe elegir qué es lo que más importa de todo lo anterior, si la valla o la desesperanza o la más que inevitable lumbalgia después de tanto rato aupando al niño o a la niña. O si, como opción quizá más recomendable, olvida de inmediato todo lo que acaba de leer.

En todo caso, si mañana se despierta con regalos, al menos siga creyendo en los Reyes Magos. No cuesta tanto. No cuesta nada.

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