Vas andando las décadas de una vida con el temor, rara vez expresado pero siempre latente, de convertirte en una sombra de ti mismo.
El castellano cuenta con muchas de esas expresiones, rotundas y salvajes, que con claridad sepulturera nos van marcando el camino hacia el lugar que no tiene vuelta.
Pero hoy, sin embargo, esa sombra de ti mismo te hace feliz. Con motivo. Con motivos.
Es otoño, pero parece primavera.
El sol te acaricia la nuca con una suavidad que te recuerda a la madre muerta.
No te molesta nadie en muchos metros a la redonda en el centro de esta ciudad, reducto de tanta ruindad, abrevadero de tantos ruines.
Al ver reflejada tu silueta contra la pared, manchón negro sobre el brillo de la casa, te sabes realidad cierta entre tanta impostura.
No necesitas más para ser feliz por un momento, para encadenar momentos, para hacer de la vida un momento continuo y dejarte llevar por un placer indefinible.
Estás vivo y ser hoy la sombra de ti mismo es un triunfo que, además, te permites el lujo de compartir con quienes te quieren.
Y con los otros, también, por ver si aprenden a dejar de estar jodidos de tanto intentar joder. Frustraditos míos…