Se van a cumplir nueve años, nueve, desde que Jaime Carnicero propuso una medida innovadora para adecentar la ciudad y acabar con una de sus más demoledoras y tristes imágenes: la sucesión de solares en el centro de Guadalajara, más aquellos que aún están por venir, a golpe de maceta y excavadora.
Fue en septiembre de 2015 cuando el entonces concejal en activo, tan hiperactivo como era, anunció que se iban a suscribir convenios con los propietarios de solares para que estos cedieran el uso de los mismos al Ayuntamiento de Guadalajara. Se trataba, según se dijo entonces, de convertir esos vergonzantes espacios en «lugares de convivencia y uso ciudadano».
Pedanterías políticas aparte, lo cierto es que la idea no era mala. Incluso era buena. Y mejor nos habría ido si se hubiera hecho realidad siquiera, por poner un ejemplo, en un solar tan céntrico y propiedad de una organización tan obligada a velar por el bien común como es la Unión General de Trabajadores. Sí, nos referimos al que dejó (¡en 2011!) sin su sede al sindicato en la Plaza de Pablo Iglesias y a Guadalajara le regaló un paisaje vergonzoso que dura y dura.
A la propuesta de Carnicero le terminó ocurriendo como a tantas otras, que se evacúan por vía oral y quedan en nada. ¿Quién no recuerda los múltiples intentos de llenar las paredes de la capital alcarreña de murales artísticos, incluidas las medianeras, sin casi nada que llevarnos a los ojos? Hasta un vicealcalde se tiró el rollo al respecto, sobre una pared en concreto y, aun mandando, nada se hizo. Como para confiar en los milagros.
Por si aún estamos a tiempo y sin que sea obligación ni función del periodista resolver los problemas sino denunciarlos, vaya una propuesta con datos concretos.
A la vuelta de un viaje reciente, del que ha dado buena cuenta nuestra sección «Ideas para Viajar», el arriba firmante pudo comprobar que en una pequeña ciudad, de apenas 20.000 habitantes, llevan lo que va de siglo disfrutando de lo que ellos llaman «Jardines secretos». Es una ruta por esquinas y rincones, solares y solarcitos arreglados con esmero y, sobre todo, con mucha imaginación. No es un caso único pero sí un buen ejemplo.
Tan bien les ha ido con la idea y en el empeño que hasta lo han convertido en una ruta turística que hace de la visita a Cahors un placer más intenso del que ya ofrecían de por sí sus otros atractivos.
Échenle un vistazo a la web o confórmense con las siguientes fotografías. En cualquier caso, quizá convengan en que el asunto es para mirarlo con curiosidad y un punto de envidia.
Carnicero planteó hace casi una década lo de tirar los muros de los solares para adecentarlos y usarlos mientras sus dueños no los edifican. ¿Por qué no intentarlo ahora? Seguro que hay fórmulas legales para propiciarlo, sobre todo si alguien concluye que resulta políticamente rentable hacer algo que deje huella en la ciudad.
Repitamos: hacer algo (bueno) que deje huella (agradable y digna de reconocimiento) en la ciudad.
De las otras huellas y del cúmulo de inacciones municipales los lectores de LA CRÓNICA ya tienen cumplida reseña. A ver si con esto mejora nuestra suerte.