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26 octubre 2024
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EL PASEANTE / Una maleta cansada, pero en pie

Necesitamos con urgencia restablecer lazos entre unos y otros, rellenar las trincheras, volver de nuevo a la cordura de sentirnos humanos y volar, aun sin alas, por encima de las diferencias.

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Atrévase el lector a contar de uno en uno hasta 13.800.000.000 veces. No creo que lo consiga, pero esa sería la única forma de hacerse una idea cabal de los años que han sido necesarios para llegar hasta aquí, según la ciencia.

Ha sido preciso llegar hasta aquí, desde el comienzo del Universo hasta el día de la fecha, para encontrarse en una calle con esa maleta abandonada, cansada, maltrecha y sola, pero en pie.

Ante eso, como en casi todo, cabían dos caminos: el fatalismo o el optimismo. Esta vez pudo el segundo.

Horas después de este encuentro callejero, Joan Manuel Serrat pronunciaba en Oviedo un discurso que debería repartirse en las escuelas, que se reproduce en vídeo más abajo.

Esas palabras, pronunciadas con suave firmeza, fueron capaces de ordenar el ser y el deber ser cívico, de un modo nada kantiano pero apremiante y que a todos nos compete.

Necesitamos con urgencia restablecer lazos entre unos y otros, rellenar las trincheras, volver de nuevo a la cordura de sentirnos humanos y volar, aun sin alas, por encima de las diferencias.

Recibía el abuelo Serrat un premio de manos de una princesa y, al menos para quien esto escribe, su estampa sobre el escenario y parapetado detrás del atril, recordaba en buena medida a esa maleta arrimada a un contenedor. Sin desdoro del uno ni de la otra. Ambos con el cuerpo dañado por el paso del tiempo pero con la dignidad enriquecida por todo lo vivido.

Asomarse a la vejez y no sufrir la tentación de pedir perdón es un reto pendiente, no para los viejos sino para todos los demás. No sé si me entienden.

Habló Serrat en este viernes, sin quedar prisionero del envarado protocolo, de que los sueños han sido los que le han permitido seis décadas de poemas y canciones. Lo mismo habría dicho la maleta, si hablar pudiera.

Disculpará él, disculpará ella, que los haya tomado como excusa para escribir estas deslavazadas líneas en defensa de los sueños. Como los que, a buen seguro, el desconocido dueño del desvencijado trolley quiso llevar y traer camino de alguna parte y buscando destinos.

Algo así como todos nosotros: en pie y llenos de sueños, mientras podamos. Como ellos pueden. Y nos enseñan.


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