Acaba de pasar San Blas y ahí está, de nuevo, la cigüeña de la Plaza Mayor de Guadalajara, coronando desde su nido la imponente altura del cedro del Líbano que le da cobijo desde hace años.
Las que no vendrán son las golondrinas (ni aviones, ni vencejos) que anidaban en la fachada del «Maragato», ese edificio que dejó de ser una ruina preservada para, simplemente, dejar de existir.
Hablar de vivienda y de pájaros no es algo demasiado desatinado, en el más amplio sentido del término, al menos desde el punto de vista del ciudadano raso. Los honrados empresarios del sector, que alguno hay, palidecen ante la coyuntura de unos pisos cada vez más caros en la misma ciudad que sólo parece cuidar con esmerada pereza de los solares deshabitados y yermos durante décadas.
Pero estábamos hablando de cigüeñas, que es más lírico y menos conflictivo.
Prosigamos.
Feliz de disponer de su vivienda para la nueva temporada, si tuviera capacidad de asombro esta cigüeña se sorprendería del espantajo estelar de la temporada 2024/25, ese andamio de la torre del Ayuntamiento, que ahí sigue. En esto también acredita la cigüeña que es vecina de Guadalajara: no se asombra, al igual que cualquiera de los que aquí habitan, acostumbrados a que (casi) todo siga igual.
La cigüeña de Guadalajara, en estos gélidos días, crotorea a sus anchas, pese a las reducidas dimensiones de su casa.
No crascita, porque eso lo hacen los cuervos.
Tampoco zurea, como las palomas.
Ni dice tonterías, que eso es más propio de los humanos.
Y la gran pregunta queda pendiente de respuesta: ¿es la cigüeña de las imágenes de LA CRÓNICA la legítima propietaria de este nido o se trata de una okupa, una usurpadora que ha tomado el relevo sin título habilitante para ello?
Que DALMA nos ampare y nos lo explique, pues son lo que más saben de nidos, cigüeñas y cigoñinos. Las ciconia ciconia son lo suyo, aunque también sean de todos.
A los demás, bastante nos llega con mirar y elucubrar justo antes de que la lluvia nos eche de la calle…

