Una Universidad que no vino y un chalet que no se ha ido. Así se podría resumir el largo y a veces kafkiano desarrollo de parte de lo que ha sido dado en llamar Polígono del Ruiseñor y que, pese a inciarse casi con el siglo, aún no ha conocido ninguna empresa y, mucho menos, tampoco ningún aula universitaria a pesar de las muchas promesas de nuestros políticos.
La historia del desarrollo de toda esta parte del término municipal de Guadalajara es tan larga como tormentosa. La mejor prueba de ello la encontramos si miramos más allá de las vías del tren, hacia la parte más septentrional del Polígono del Ruiseñor, que es la que comienza junto al Parque de Artillería y termina en la carretera de Marchamalo.
Toda esa amplia superficie está casi totalmente urbanizada, con los báculos de las farolas a falta de luminarias, la calles hechas y las canalizaciones preparadas. En Internet se pueden localizar facilmente anuncios de venta de estas parcelas, se diriría que dispuestas para la llegada de los compradores, que nunca se ha producido.
Así se mantiene desde hace una década, cuando la crisis económica se juntó con las polémicas políticas y la idea de emparejar como vecinos las naves industriales y las aulas universitarias se vino abajo.
Las discrepancias con los propietarios originales del terreno no fueron pocas, consecuencia de la aplicación de una ley regional que prima ya desde hace décadas la capacidad del promotor para poner en el mercado el suelo, incluso contra el interés de su dueño. Y sin embargo, ahí sigue todavía en pie el chalet y la finca circundante de una muy conocida familia de Guadalajara.
Amparados en un largo litigio, sus dueños han conseguido detener las máquinas y el trazado de las calles justo hasta el vallado de esta finca que fue de recreo, ahora rodeada de un polígono inacabado. La fotografía aérea que acompaña estas líneas aclara totalmente la situación de la casa y lo que su permanencia ha conseguido.