En agosto casi todo está permitido, incluida la licencia de nuestro presidente en funciones para soltar una ocurrencia como plantear descentralizar instituciones gubernamentales y trasladarlas desde Madrid a las provincias que, utilizando el término de moda, ahora llaman “la España vaciada” (como si fuesen garrafas o botijos); si se vacía el recipiente, se llena de funcionarios, que por algo hay que empezar. Y no digo que sea mala idea en abstracto; puestos a “guadalajarear”, también podemos proponer traer desde Toledo un puñado de consejerías y direcciones generales a nuestra provincia. Que no estaría nada mal.
Pero me temo que el complejo tema de la despoblación se resistiría tozudamente a ingeniosas ideas veraniegas tan poco rigurosas intelectualmente. Porque, aunque es un hecho que la descentralización administrativa genera un desplazamiento de los correspondientes funcionarios y su actividad –y eso es obviamente bueno para los nuevos emplazamientos– no está tan claro cuál sería el efecto tractor sobre la economía real y la generación de empleo privado en destino, ni los efectos negativos en el lugar de origen (de pérdida de actividad, posibles ineficiencias por descoordinación o duplicidades, etc.)
Porque generar trabajo creando empleos públicos con dinero de todos es un parche facilón y poco meritorio que maquilla cifras, pero no resuelve los problemas estructurales de los territorios con escaso tejido industrial y casi nula estrategia de posicionamiento como foco de atracción de proyectos innovadores o nuevos negocios fruto de la revolución digital.
El problema del empleo en la era de la inteligencia artificial, si ya es un reto complejo, aún lo es más en territorios despoblados, con pocos servicios y sin factores de localización ni incentivos revelantes para la actividad económica. Además, es difícil atraer y retener talento donde –Cela dixit– “a la gente no le da la gana ir” (aunque quiera relajarse allí en vacaciones); la prueba es que en las zonas rurales ni siquiera viven algunos de los empleados públicos que allí ejercen (el médico, el secretario, el maestro…) y prefieren desplazarse allí a trabajar cada mañana desde la ciudad más cercana.
Para asentar población o repoblar un lugar, tiene que haber empleo y, sobre todo, el deseo de trabajar y vivir allí. Y esto es lo que hay que solucionar, que es dificilísimo y poco generalizable.
Mi padre era de Turmiel, un bonito pueblo del valle del Mesa, al que yo iba de niño en agosto, mientras vivió mi abuela. Hoy está vacío en invierno y me dicen que animado y vivo en verano, sobre todo en torno a las fiestas de San Roque.
El Turmiel que yo conocí, se llenaba en verano de policías, taxistas, maestros, comerciantes, bomberos,.. que venían de Madrid, Zaragoza, Barcelona, Bilbao y hasta de Francia, cuyos hijos urbanitas en general eran listos y buenos estudiantes; el tamaño de la pandilla permitía hacer un equipo de fútbol y hasta competir con algún pueblo vecino. ¿Verdad que a muchos de mi generación con origen rural todo esto les suena?
En 1900 Turmiel llegó a a tener 400 personas (en 125 hogares); con la aparición de la industria en las ciudades y la guerra civil, pasó a tener 338 habitantes en 1940; con la mecanización del campo, en 1970 quedó reducido a 129 habitantes, ya de edad avazanda. Ni siquiera la posterior introducción del agua corriente en las casas consiguió evitar que hoy tenga unos 5-6 empadronados que, además, en su mayoría no viven en el pueblo en invierno.
Puesto a emular al presidente en funciones y aprovechándome de la “agosticidad” para fantasear un poco, se me ha ocurrido la solución al Turmiel “vaciado”: convertirlo en territorio ideal para frikis, científicos de datos, desarrolladores de Apps y factorías de software de las tecnologías con más presente y futuro (BigData, Inteligencia Artificial, Internet de las Cosas, BlockChain, Chatbots, Ciberseguridad…). Para ello, reconvertiremos las antiguas naves de cereal y ganado en centros de trabajo para empresas tecnológicas, con espacios diáfanos y mobiliario y decoración inspiradores para la creatividad de los equipos multidisciplinares, que utilizarán metodologías ágiles y herramientas de última generación. En las eras próximas a la Iglesia construiremos un centro de supercomputación en nube escalable; esta infraestructura permitirá dar servicio a toda la actividad de los informáticos locales y generará negocio de alquiler de cómputo y almacenamiento a otras empresas de la UE, pues cumplirá todos los estándares Europeos de privacidad y protección de datos. En el Palomar, por su privilegiada ubicación, y debidamente mimetizado, instalaremos un centro de comunicaciones de banda ancha ultrarápida, que dará cobertura a todas las empresas digitales y ciudadanos establecidos en el municipio, tanto en las naves y viviendas (con tecnología de fibra) como en las zonas abiertas (con tecnología 5G).
Por favor, no me copien la idea para su pueblo, que cuando sea Secretario de Estado de Sociedad Digital la pondré en práctica (ésta es la parte más fantasiosa de mi elucubración veraniega).
PD: Aprovecho la ocasión para felicitar la festividad de San Roque y desear un feliz verano, lleno de recuerdos y tradiciones, a todos los turmieleros.