En las plazas de toros nunca se tendría que lidiar con los paraguas, en los tendidos. Es algo que se intentó remediar con las diversas "cubiertas" que salpican España, pero que no ha terminado de imponerse. Así, todo un logro fue meter a 2.000 personas en el coso de Las Cruces, bajo los negros nubarrones y con un frío siberiano, pese a estar en abril. Nadie dijo que la tauromaquia fuera para tibios.
De dificultades saben, en distinto grado, los tres novilleros que comparecieron este sábado en Guadalajara. Y junto con ellos, además de la familia, mejor que otros lo atestiguan los subalternos. Ahí estaba, por ejemplo, el alcarreño Roberto Ortega, feliz en las postrimerías del festejo, después de desmonterarse tras dos buenos pares en el quinto, tras repartir innumerables consejos a su novillero desde el burladero y aún fresco en la memoria y en la retina el sincero abrazo con el que Víctor Hernández y él sellaron el brindis del buen novillo -casi un toro, todo un tío- con el que aquel se iba a asegurar la puerta grande, junto con Adrián Henche. Qué importantes los de plata para el buen desarrollo del festejo, qué importantes también como ejemplo de que la torería va más allá de pisar un ruedo o tomar unos rehiletes. De eso, sin duda, Roberto podría dar lecciones si quisiera. Que no quiere.
Fue precisamente Víctor Hernández, con sus orígenes en Los Santos de la Humosa y aprendizaje alcarreño, el que más ilusionó al respetable, no sólo por las buenas maneras que apunta sino también por el tesoro que aparenta tener en su mano izquierda, acompasada a todo el cuerpo para unos bellos naturales sin fin. Curiosa mezcla de toreo fluido y con empaque, aliñado cuando la cosa lo requería con desplantes ante el toro, todo de añejo sabor novilleril y, quizá por eso, tan caro de ver.
Andrián Henche sabe lo que se trae entre manos. Se le nota la experiencia al de Fuentelencina y habrá que ver hasta qué punto es capaz de seguir mejorando sin pensar que ya está todo conseguido en la siempre complicada etapa que lleva camino de la alternativa. Otro tanto, con más carencias, se vio en los dos astados que tuvo en (mala) suerte Álvaro Sánchez. Al de Cabanillas del Campo le correspondieron los dos más deslucidos del festejo, con lo que aparte de demostrar ganas y capacidad con las banderillas, dejó tarea pendiente ante sus paisanos.
Así fue pasando la tarde, entre paraguas abiertos y paraguas cerrados, con el público alabando las hechuras del cuarto y los que saben o creen saber, enalteciendo más al quinto. El 2+2+1 orejil quedó anotado en las libretas de los que aún la llevan cuando van a los toros, como también el empeño de la ganadería Polo Saiz por encontrar hueco en el mercado y su propio camino desde Guadalajara. Lo están haciendo mejor que otros en el pasado.
Pero sobre todo, desde el tendido, aliviaba ver la sonrisa franca de Roberto Ortega, con el deber cumplido. No todo es injusto siempre y en todo momento en la vida de los hombres, aquí en la tierra como en el ruedo. La torería termina por ser una lección de vida.