Desde 1937, cuando Ernest Hemingway estaba, a su peculiar modo y manera, siguiendo la Batalla de Guadalajara, Brihuega no había vuelto a aparecer en las páginas de «The New York Times», el que pasa por ser el mejor diario del mundo, con permiso de «The Times» y «Le Monde».
El pasado 10 de julio de 2024 acababan tantas décadas de sequía informativa briocense en la Gran Manzana, cuando a ese pueblo de La Alcarria se le dedicaba un amplio reportaje, que aquí reseñamos.
No hay un único «culpable» para este auténtico milagro periodístico, sino varios. El más evidente, la lavanda y su cultivo de intensa repercusión turística. El más directo, su autor, Shaan Merchant. Y junto con él, cuantos aparecen citados en esas líneas.
Que un periodista estadounidense fije sus ojos en La Alcarria sorprende menos cuando se sabe que hace años fue estudiante en Alcalá, lo cual nos hace apreciar aún más la obra del Cardenal Cisneros y ganas dan de postrarse ante sus restos en la Magistral complutense o frente a su cenotafio en San Ildefonso, que no los contiene. Allí, en la vecina localidad madrileña, tiene negocio de hostelería el brihuego Javier Hernández, que ya por entonces dejó plantada la semilla de este viaje y cuya existencia es decisiva para esta historia.
El panorama que traza Merchant es entusiasmante, very exciting para angloparlantes, tanto si se trata de los responsables turísticos como para los muchos miles de los eventuales lectores.
Al relato no le faltan ni datos ni evocaciones:
- Habla de Brihuega como «pequeña ciudad medieval».
- Alude a una catedral, que habrá que buscar.
- Sentencia que estamos ante un rival de la Provenza francesa.
- Recuerda que está a una hora en coche de Madrid.
- No omite que fue allí donde se libraron duros combates durante la Guerra Civil.
- Establece la superficie de los campos de lavanda en «3.000 campos de fútbol americano».
- Aliña su relato, al modo del periodismo riguroso de por allí, con numerosos testimonios, incluido alguno del alcalde del pueblo.
Haciendo honor a la verdad del relato histórico, el inicio de la fiebre por la lavanda se fija, canónicamente, en el viaje de uno de los hermanos Corral a la Provenza, donde cayó en la cuenta de las similitudes del terreno en un clima quizá más mediterráneo pero con veranos igual de socarrantes que los de aquí.
La Provenza y La Alcarria, unidas por la lavanda
El arriba firmante tuvo ocasión, hace un par de años, de recorrer también aquellas tierras y dejarlo por escrito en LA CRÓNICA, aunque sean pocos los que lo recuerden. Allí, este periodista tuvo la oportunidad de sorprender a los lugareños al mostrarles en el móvil las enormes extensiones alcarreñas del lavandín, frente a la mucho más limitada superficie de las provenzales, aun que sean esas las que se lleven la fama. Con todo y con eso, tampoco neguemos el encanto de las hileras dispuestas ante la abadía de Senanque, que es la imagen más conocida de toda la región.
Estamos hablando de 2007 cuando los Corral se propusieron, con método y perseverancia, lo replicar en sus tierras el modelo de negocio francés, a pie de surco. Luego, muchos otros lo han repetido también para cualquier producto creíble o increíble que pueda ser vendido, cerveza de lavanda incluida.
«Las calles peatonales de Brihuega están decoradas con serpentinas de color lavanda y sombrillas moradas colgantes», detalla el minucioso Merchant en su artículo. Y es así. Para comprobarlo, el 17 de julio un par de redactores de este diario se asomaron por allí, bajo un sol sofocante, a la hora (celtibérica) de la comida. Lo que vienen a ser las tres, para aclararnos.
El restaurante quizá más conocido, frente a la Alameda, está lleno a rebosar. Sabedores de lo que hay, sus responsables no dan menú del día durante los meses de julio y agosto y el cubierto viene a rondar el precio de cualquier restaurante medio de Madrid. Da igual.
En esta mitad de semana, cuando la avalancha de visitas se supone menor, el amplio comedor da para un apresurado estudio sociológico del público objetivo de los campos de lavanda.
Así, en la mesa de al lado, tres mujeres emponderadas por la edad visten de riguroso blanco y se entusiasman con la carta del local. Allá y acullá, se repiten los grupos de personas entradas en años, con bolsitas moradas. También alguna pareja de novios. Y un bullicio general que no se apaga hasta los postres.
Estamos al lado de la Puerta de la Cadena, que es donde comienza la galería de tenderetes y reclamos varios.
Bajo los paraguas, los sombreros y los bolsos que cuelgan entre la tierra y el cielo un matrimonio de impolutos madrileños jubilados pasea lánguidamente, ataviados de blanco sin mácula.
A escasos pasos, una madre se arriesga a una denuncia anónima ante la Fiscalía de Menores por maltrato infantil de tanto obligar a su hijo casi adolescente a sacarle fotos, infinitas fotos, donde otros muchos miles se han retratado en esta misma calle desde el principios de los tiempos. Pero el periodista calla y prefiere mirar el entusiasmo andino de un grupo de otras cuarentonas, dicharacheras y felices, vestidas tan de blanco como han podido.
La década prodigiosa y sus consecuencias
Todo esto, todos estos, es, son, la consecuencia de un origen mucho más terrenal, sin nada que ver con la mística de vivir una experiencia de belleza al alcance de cualquiera.
«El interés creció cuando los hermanos (Corral) se dieron cuenta de que una hectárea de lavanda podía darles más dinero que una hectárea de trigo. Más tarde incorporaron a Emilio Valeros, perfumista español y durante mucho tiempo “nariz” de Loewe Perfumes, como socio en su destilería para transformar sus cosechas en aceite». Lo recuerdan en The New York Times y es cosa sabida por todos los contornos de Guadalajara. Para los visitantes, un dato innecesario.
«En 2013, la familia organizó un concierto al atardecer en sus campos de lavanda, invitando a 40 amigos a beber cerveza y gin-tonics de lavanda. El éxito del evento evolucionó hasta convertirse en el popular festival de la lavanda que el pueblo celebra cada julio» se dice en el reportaje. El pueblo, exactamente el pueblo, no lo organiza, aunque sean muchos los que se benefician de forma directa o indirecta del tráfago humano que se genera… y aun cuando cada vez son más los que muestran su creciente incomodidad, añorando tiempos más tranquilos.
Quién lo iba decir: alcarreños de toda la vida quejándose de lo mismo que barceloneses de pura cepa o de supervivientes que aún resisten en el grancanario barrio de Triana, cansados todos del turismo que ellos no practican, porque están en su casa viéndolo pasar.
Shaan Merchant encaminó sus pasos, después de esperar a ver un anochecer en los campos de lavanda, hacia Cogolludo, Hiendelaencina y Valverde de los Arroyos. A la vista de lo escrito, lo disfrutó sobradamente.
El equipo de LA CRÓNICA prefirió ser más osado y, tras el recorrido de precepto por el centro de Brihuega, tomó coche y valor para, a pleno sol, ir carretera adelante por donde indican los letreros.
Así, sin pérdida posible, se llega al monolito que recuerda la Batalla de Villaviciosa, una de las más importantes para el devenir de España, y al que nadie hace ni caso. En esa planicie, ahora vestida de morado, no hace tanto verdeaba la cebada. Mucho más tiempo atrás, en 1710, allí mismo murieron más de 5.000 soldados en una sola jornada.
Los coches aparcan enfrente, para que sus ocupantes más valerosos planten el pie ante las hileras de lavandín. Este año las están cosechando antes de lo previsto, según dicen, para evitarse el riesgo de una oruga que ya hace estragos por otras latitudes.
Los turistas no se enteran tampoco de que bajo sus pies hay un auténtico mar de gas natural, apresado en lo profundo de Yela. El que va a hacerse el selfie de precepto no encuentra extraña la instalación ni su vallado, con unas medidas de seguridad inesperadas en las alcarrias. Simplemente, las ignora, por más que la calefacción del próximo invierno dependa, en buena medida, de lo que allí en los más hondo se almacena.
Es el productor de lavanda, tanto en los muchos pueblos de La Alcarria que ya la cultivan como en las crecientes nuevas ubicaciones por España que han imitado a esta comarca, un agricultor cercado por muchas preocupaciones.
Primero fue el esfuerzo para ganarse subvenciones, bien conseguidas; luego, la disputa en Bruselas para quitarse de encima un sello oprobioso que consideraba materia peligrosa el aceite esencial del destilado que aquí se obtiene; ahora, la inacabable caída de precios, en un mercado dominado por un escaso número de compradores.
Y aun así, los miles y miles de visitantes lo que se llevan en la retina es el fulgor de los campos y el aviso, bilingüe, que les insta a respetarlos. Milagros de La Alcarria.