El PSOE no puede aceptar como socio a Podemos si antes no lo convierte en un alamar insignificante, porque una parte de las bases socialistas no lo aceptaría, y porque haría chirriar las relaciones del PSOE con todo el mundo (Internacional Socialista y socios europeos incluidos). Podemos, por su parte, no puede aceptar convertirse en pompón de adorno del sanchismo, porque desaparecería. Por eso el cacao entre ellos es de órdago, aunque con Sánchez, Iglesias y cía puede ‘brincar’ cualquier cosa.
Lo anterior fue una opinión, hace unos días, entre un grupo de amigos que estábamos pendientes de los acuerdos entre el PSOE, presidiendo el Gobierno en Funciones, y Unidas Podemos, buscando meterse en el Gobierno con tramoya social-progre.
Asistíamos entonces, y seguimos, a la representación, no siempre teatral ni necesariamente farsa, que protagonizaban ante la sociedad los intérpretes del sentir político en la izquierda nacional: Lo que queda del socialismo antiguo, puro e incontaminado o devenido en cualquier cosa que sea lo que hay en torno a Pedro Sánchez, por ahora. Y lo salido del antiguo comunismo, alojado en Podemos o en cualquiera de las siglas que hay alrededor, convertido en extrema izquierda, orillando o asumiendo a Izquierda Unida; y en torno a Pablo Iglesias, de momento. Los primeros buscando cómo continuar y modernizar la antigua socialdemocracia de cara al futuro. Y los otros intentando acomodar, y asentar, el hueco que lograron asumiendo las tesis del 15-M.
Pero es que la izquierda nacional, como tal, tiene sitio en el panorama político con un hueco en el que caben indefiniciones y opciones enfrentadas. Sí, pero con consecuencias. En términos vulgares, la izquierda, junta o separada y sea la que sea, PSOE y Podemos, debe decidir, en todo y no sólo en menudencias, si está al plato o a las tajadas. Sí está por la continuidad, reformando lo posible y con respeto a lo que hay; O si está por la revolución pendiente que rehace la historia, remueve principios, muertos y huesos y da un salto en el vacío.
Por el momento y por lo que parece, el PSOE busca la continuidad a la socialdemocracia con una evolución pautada según estándares admitidos sin revoluciones ni estridencias. Ha tratado, al menos como postura, de buscar ‘sensaciones comunes’ con la izquierda comunista que se aloja en Podemos y aledaños removiendo huesos y la historia. Pero buscar sensaciones comunes no es participar de los principios que las producen, ni siquiera de una parte de ellos, ya que, si así fuera, no se estaría ante la conexión de grupos políticos distintos, sino en la conversión de uno de ellos en facción del otro. Por ello, el PSOE, que puede admitir que Podemos marque terreno propio en el panorama nacional, no puede asumir que tenga un ámbito de actuación independiente dentro de un Gobierno de Coalición que, desde este supuesto, sería una gerencia independiente de grupo ajeno dentro del Gobierno.
En consecuencia, lo único que el PSOE puede permitir a Podemos, y permitirse, es convertirlo en una especie de alamar de adorno a su izquierda. Se puede echar la vista atrás y repasar las divergencias ideológicas, ya antiguas, que dieron origen a las internacionales del pasado: II Internacional, evolucionada tras la Segunda Guerra Mundial, que, tras el Congreso de Frankfurt de 1951, marca las tareas y objetivos del socialismo democrático frente al comunismo soviético y el capitalismo sin control. Y III Internacional, que busca la sociedad comunista, la dictadura del proletariado y la supresión del capitalismo y las clases sociales. Las distancias que hay hoy entre el PSOE y Podemos son tan importantes, al menos, como las que hay entre la II Internacional evolucionada (socialista) y III Internacional (Comunista).
Al socialismo actual le conviene, y puede permitirse, el pompón de adorno de un 15-M bullanguero y con aspiraciones de progre aunque esté en el pasado, pero nada más. Si le permitiera algo más, le estaría dando una entidad e importancia que no puede permitirse sin renegar de su propia entidad e historia. Pero es es que ese rol, de pompón o alamar de adorno, no puede ser asumido por Podemos sin admitir un tránsito rápido a la irrelevancia.
Eso es lo que se veía hace unos días, lo que se ventilaba en los pactos y conversaciones PSOE-Podemos y lo que se ha sustanciado hoy en la votación que ha negado por segunda vez la Investidura de Sánchez con la abstención de Podemos. Por eso, Sánchez ha de continuar en funciones.
Ya son pasado las conversaciones entre los dos grupos de la izquierda, su no avenencia, la segunda investidura fallida de Sánchez a Presidente de Gobierno, y algo que es importante y, necesariamente, tendrá consecuencias: El enfrentamiento personal, casi visceral, de macho alfa en un celo asexuado no racional ni inteligente entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez.
El cacao entre ellos debe ser de órdago, se decía y hemos visto en sus intervenciones ante el Pleno del Congreso de los Diputados. Pero, al margen posturas y enfrentamientos, quiénes son Sánchez e Iglesias. A pesar de los maquillajes en televisión, las campañas de imagen y las críticas y denuestos, sus biografías son conocidas, ambos son dos políticos del momento. Miembros de la merecidamente desprestigiada clase política actual. Enfrentados, o no, son conocidos. De ellos se puede esperar de todo. También, en pleno estío, patriotismo. Y lealtad ¿Por qué no?
De momento, telón, Sánchez sigue en funciones.