El 15M nos pilló bailando, mejor dicho «en danza», en la calle, organizando acciones (confieso que algunas surrealistas y muy locas), recogiendo firmas para poder presentarnos a las elecciones del Ayuntamiento de Guadalajara como agrupación electoral, mirando la política y las instituciones de otra manera, muy de frente.
Queríamos estar, participar, desperezarnos y empezar a actuar; llevábamos meses reuniéndonos en una simbólica plaza de nuestra ciudad: la plaza del Concejo. En esto llegó el 15M, la convocatoria de salir a las calles a nivel nacional, ocupar las plazas, acampar, hacer asambleas multitudinarias. Nos llegaban los aires frescos de Madrid, la energía contagiosa de la Puerta del Sol y nos trasladamos hasta la Plaza Mayor.
Nuestro lugar habitual de reunión, la plaza del Concejo, se nos había quedado pequeña, todo se hizo grande. Éramos una veintena de personas y de repente tropezamos con una multitud. Personas de lo más diversas, heterogéneas en edades e ideas, gente con la que habíamos coincidido antes y gente a la que no habíamos visto nunca. De pronto había tiempo, energía y muchas ganas de hablar de política.
Éramos una pequeña plataforma ciudadana y nos juntamos con una marabunta. Abandonamos nuestra campaña electoral y nos entregamos a la causa, nos diluimos en ese movimiento que parecía surgido de la nada y que daba sentido a todo lo que habíamos debatido en nuestras reuniones durante meses.
Impresionaba ver cómo en la plaza de nuestra ciudad se replicaba algo que estaba sucediendo en tantos otros lugares. Salimos de lo local para sumarnos a un movimiento popular inabarcable que cobraba cada día una nueva dimensión. La noche antes de las elecciones suspendimos nuestra fiesta de fin de campaña y nos concentramos en la Plaza Mayor. Recuerdo el silencio, la cantidad y variedad de gente congregada.
También una anécdota tonta: los días previos, entre idas y venidas a la Plaza Mayor, llamamos al Partido Popular para ofrecerle el espacio que teníamos asignado para celebrar el cierre de campaña. Andaban preocupados y descolocados, no se atrevían a hacer su acto al aire libre como habían previsto y sabíamos que buscaban alternativas. Sonrío todavía al imaginar sus caras ante el ofrecimiento: los mindundis llamando para ofrecerles algo. Parecía que todo podía pasar esos días, había un entusiasmo contagioso y una camaradería de trinchera.
El domingo, el recuento electoral nos demostró que los cambios no son tan espontáneos, que hasta en democracia las cosas están más atadas de lo que queremos creer y que al final las urnas son más previsibles que nuestros sueños. Aun así, en la agitada primavera del 2011 se plantaron muchas semillas. Los frutos han tardado en salir, las cosechas han sido desiguales y algunas se han malogrado. Trabajar la tierra no es fácil y el asfalto de nuestras ciudades es cien veces más duro y árido.
No me definiría como “quincemayista” -había mucha gente más implicada, convencida y comprometida que yo-, pero, si hago repaso de lo vivido en estos años, veo muchos cambios, en lo personal y en lo político. Quizás nos parezcan pocos, queríamos más, pero están y son luchas muy valiosas.
La primera y más potente, el feminismo. Siempre estuvo ahí, pero esta nueva ola ha conseguido calarnos, hacer que nos mojemos ante las estructuras del patriarcado o la violencia de género. También el movimiento ecologista que siempre camina un paso por delante, lento, tozudo y transformador, introduciendo conceptos tan de siempre y a la vez tan revolucionarios como economía circular, comercio de proximidad o consumo responsable. Y por supuesto, la lucha por el derecho a la vivienda, la tarea titánica de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), cuerpo a cuerpo frente a los desahucios, hablando de estafa hipotecaria, dejando de estigmatizar a los que no podían pagar y señalando a los bancos como responsables.
El municipalismo, los ayuntamientos del cambio, la llegada a las instituciones de gente que nunca habíamos militado en los partidos convencionales, las candidaturas de unidad popular, las nuevas iniciativas sociales, los espacios ganados. La vergüenza de la corrupción, la visualización del funcionamiento mafioso de los partidos durante décadas, de las instituciones y hasta de la monarquía.
No ha terminado, no ha tenido las consecuencias que muchas personas esperábamos pero al menos ahora lo visualizamos; Rato ha pisado una celda gracias a una acusación ciudadana y el rey Juan Carlos ya no va por ahí presumiendo de “campechano”.
El 15M trajo compromisos más convincentes, vino el activismo, la confluencia, el municipalismo, la implicación en la política local, la necesidad de buscar nuevas formas de estar y de organizarse políticamente. Ha habido errores, decepciones pero también muchos aprendizajes. En la noche electoral de 2011 no hubo grandes cambios, pero en 2015 hubo muchos.
En Guadalajara una coalición electoral formada por Izquierda Unida, Equo y una pequeña plataforma local llamada Más de 1Ciudadano consiguió cuatro representantes en el Ayuntamiento de la capital y otros muchos en la provincia. Podemos decidió no presentarse a las municipales, conviene recordarlo porque en esa decisión a nivel nacional hubo excepciones y relatos de los más diversos.
Los logros en el trabajo institucional si eres oposición son discretos, pero están ahí: cuatro años de trabajo serio y comprometido con la ciudad, con un objetivo claro de informar e implicar a las vecinas y vecinos en los asuntos locales, pequeños pero muy relevantes en el día a día. En la siguiente convocatoria electoral fue imposible revalidar la coalición, decidimos caminos diferentes quizás porque en esa tarea de estar y hacer política de otra manera hay que encontrar los espacios que cada cual crea propicios.
Quizás para los votantes sea un fracaso, pero en realidad es una búsqueda. En el ámbito político, como en la vida, hay que encontrar un espacio propio, vientos favorables y buenas compañeras y compañeros de viaje. El municipalismo no es sumar siglas y logos, es sumar gente y trabajo colectivo, reivindicar lo local, lo pequeño, lo concreto, sin tener que subordinarse a otros intereses, con autonomía, ética y coherencia. Mantenerse en el tiempo, reivindicar la lentitud, ser alternativa real y creíble, mantener el cuidado, la alegría y el entusiasmo, que también en política son necesarios para avanzar.
Y ahí sigo, seguimos (siempre es mejor bailar acompañada), diez años mayores pero con el empeño de seguir reuniéndonos en las plazas, ocupar las calles y airear las instituciones. Para que el próximo 15M, la próxima movilización popular, también nos pille bailando.