Andar erguido es consecuencia de millones de años de evolución. Desde hace algún tiempo, las mismas vértebras cervicales que ayudaron a nuestros ancestros a atisbar peligros en la sabana se resienten cada vez más de la constante inclinación, en ángulo de 45 grados, para atender la pantalla del smartphone. La tecnología, que nos hizo humanos, se va cobrando su peaje.
Que doblemos la cerviz, humillados ante un teléfono, es más surrealista incluso que todo lo que Julien Mellano ofrece en el escenario con su montaje "Ersatz". No son muchas las ocasiones que hay de verlo (la próxima, dentro de unos días en Madrid; la siguiente, en febrero de 2020, en Edimburgo) y no todos están dispuestos a disfrutarlo. Este viernes, la vecina de localidad en el Corral de Comedias de Alcalá se aferraba a la pantalla del móvil, huérfana de interés por lo que allí pasaba.
Y lo que pasaba es que en menos de una hora el espectador con voluntad de serlo puede dejarse llevar por un torrente de fantasía adobada con unos recursos escénicos más propios del baúl de un prestidigitador. De otro modo es difícil explicar que un remedo de cyborg con pinta de garrulo nos atrape en su exploración de un mundo esencialmente lleno de paisajes virtuales que nosotros también imaginamos y, por tanto, también vivimos durante los 50 minutos de la representación.
Una reciente película nos ha devuelto una imagen desvirtuada del papirofléxico Unamuno, capaz de recrear el mundo doblando cuartillas de papel. Los pliegues del cartón le dan a Mellano para casi un universo, acompañado de un cerebro que se descerebra y, sobre todo, de unos sonidos que son aun más esenciales que la luz, la materia de la que se supone estamos hechos.
Las evocaciones que al espectador puedan llegarle hasta el patio de butacas van desde la tibia y el mono de 2001, una odisea del espacio al humor gamberro y silente de los mejores mimos del siglo XX. A este periodista, llegado el momento, la barba y el gesto del actor le trajo a la memoria a ese Fernando Arrabal que aún sobrevive en París, a cuestas con su surrealismo permanente, sesenta años después de dejar por escrito obras mágicas como Picnic, El laberinto o El triciclo. Ganas dan de coger un avión, dejarse caer por el parisino barrio de Monceau y hacerse el encontradizo, hablándole en castizo castellano ahora que aún estamos a tiempo. Surrealismo por surrealismo. Sobre las tablas como en la vida, para ayudarnos a sobrevivir.
Por todo eso y por algún que otro secreto más, que no desvelaremos, conviene ir y mirar, no sólo ver. Es un vicio y un placer reservado a pocos, en aforos pequeños, desde que en 2018 empezó "Ersatz" a triunfar entre los más avisados. Y si no le gusta, más tiempo pierde cada noche ante el televisor y cada noche repite.
Los que se animen a la experiencia aún pueden intentarla los días 26 y 27 en los Teatros del Canal. Cuando lo hagan, esperen al final y luego me cuentan si la última escena, la más llena de poesía no es, al mismo tiempo, la más salvaje de toda la representación.
Las sonrisas más profundas son las que se te rompen por la comisura al poco de esbozarlas y se te quedan dentro, como arrepentidas. De esas hay unas cuantas en este cuento de ida y vuelta, preñado de imágenes para el recuerdo.