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9 noviembre 2024
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Retazos de Praga: los secretos de la calle Spálená

En esta ocasión, El Paseante de LA CRÓNICA se asoma por nuestra sección de "Ideas para Viajar" para reseñar un puñado de hechos insólitos en apenas unos metros de la capital de Chequia. En esta calle Spálená, que apenas aparece en las guías de viaje de Praga por ningún motivo reseñable, comprender parte del alma de esta hermosísima ciudad es posible sin abrir la boca... pero abriendo los ojos.

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Visitar Praga sin patearla sería, más que un desperdicio, un insulto para una ciudad que se anda cómodamente. Los kilómetros se van acumulando sin sentirlos, porque a cada paso hay algo que ver y mucho que mirar.

Praga hay que andarla y, sin embargo, es tanta la densidad de historia y de historias que podrías intentar entenderla de otro modo. Este que les escribe eligió para su último viaje un hotel en la calle Spálená, entre la ciudad vieja y la nueva. Está en un edificio del XIX, similar a tantos cientos y cientos que hacen de la capital de Chequia algo diferente a todo.

Iglesia de la Santísima Trinidad. Praga. (Foto: La Crónic@)



Las dimensiones de la habitación, que da a la calle, se corresponden con las de una sala de familia burguesa y con posibles, al igual que sus cinco metros cabales desde el suelo hasta el forjado. Enfrente, ocupando toda la ventana, la fachada barroca de la iglesia de la Santísima Trinidad: te saluda cada amanecer, te acuna los sueños cuando anochece. A su lado, el cubista edificio «Diamant» acoge en sus bajos una librería bien surtida de títulos checos.

La casa que habitas estos días ya no es propiedad de sus primeros dueños, sino de una cadena hotelera italiana. La iglesia tampoco es ya católica, sino de culto ortodoxo, cedida para algunos de los cientos de miles de ucranianos que han recalado en el país desde la invasión rusa.

Este templo, magnifico desde que fue levantado a principios del XVIII, estuvo a punto de caer bajo la piqueta en los años ochenta del siglo XX, abandonado y achacoso tras décadas de planificación soviet style. Las obras del metro estuvieron a punto de darle la puntilla. Pero se salvó, por los pelos, hace veinte años.

Esa iglesia que te saluda cada mañana, bajo las nubes o con el sol de primavera marcando un contraluz, tampoco estuvo siempre ahí: se levantó desde 1705 sobre el solar de un antiguo cementerio judío.

De la larga presencia hebraica en Praga quedan hoy casi más sinagogas que judíos. Uno de ellos era un abogado de mediana edad, Emil Hartmann, que vivió hasta 1941 a treinta pasos contados de la habitación donde escribes estas líneas. Ese año, con los ejércitos nazis aún triunfantes en plena Segunda Guerra Mundial, fue deportado al guetto de Lodz, junto a su mujer, Ilse, y sus dos pequeñas hijas, Helga y Anita. Ninguno volvió. Los cuatro fueron asesinados por los nazis.

A estas alturas, por los pensamientos te asoma un incontenible sentimiento de pudor. Estás en una calle que no es la tuya, recién salido de un edificio que otros ocuparon entre sueños probablemente rotos y delante de un portal, el del número 23, donde cuatro plaquitas doradas recuerdan la tragedia de una familia que hoy, sin esperarlo, sí que empieza a ser tuya.

Placas en el 23 de la calle Spálená de Praga que recuerdan a la familia judía que vivía allí hasta que fueron deportados y asesinados en 1941 por los nazis.

De repente, una niña de pocos años, que va de la mano de un padre muy joven, junto al abuelo formando un trío silencioso, salen de ese mismo portal. Como si un salto atrás de 80 años quisiera darnos la oportunidad de enmendar nuestros errores y purgar la maldad ajena.

Los tranvías pasan desde un lado y del otro de la calle, incansables.

A ellos se suben, frente a un centro comercial, los miles de praguenses que vienen y van, de casa al trabajo, en su ciudad.

A su alrededor, caminan turistas que hablan en mil lenguas y un inglés chapurreado que sirve para entenderse.

En esta calle, comprender parte del alma de Praga es posible sin abrir la boca, abriendo los ojos. Y el paraguas, porque ha empezado a llover y el agua, en Chequia como en España, también cala.

Todo, entre las evocaciones que te regala Spálená, la calle de Praga de la que apenas te hablan las guías pero que no deja de enseñarte secretos de esta hermosísima ciudad…


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