Durante las dos últimas décadas, España ha experimentado un notable dinamismo económico y demográfico, con importantes incrementos de los niveles de renta y de creación de empleo, en paralelo a un fuerte boom inmobiliario cuyos efectos no sólo han sido la duplicación efectiva de los precios, sino también la producción de una verdadera explosión urbana, por el importante volumen de vivienda construido y la generalización de los modelos urbanos dispersos.
Estas dinámicas urbanas se han desarrollado sin asunción de criterios respetuosos con la conservación y puesta en valor de aquellos elementos naturales y construidos existentes en nuestros pueblos y ciudades que, aun no poseyendo un valor cultural intrínseco y relevante, resultan de un modo u otro irrepetibles porque constituyen partes fundamentales que identifican nuestro paisaje urbano o poseen valores de carácter cultural para el conjunto de la población. Elementos todos ellos que, especialmente desde una perspectiva local, adquieren una importancia fundamental como parte de la imagen urbana y de la memoria histórica del territorio y de la ciudad.
Este modelo insostenible de crecimiento ha fomentado un incremento notable del consumo de recursos materiales y energéticos, muy por encima del aumento de los niveles efectivos de desarrollo real, que contrasta claramente con el empeoramiento de algunos componentes básicos de la calidad de vida urbana (congestión, contaminación del aire, de las aguas, ruido, etc.) y con la puesta de manifiesto de determinados efectos colaterales tanto en la escala local como en la global: la evidencia científica del cambio climático como consecuencia de la emisión de GEI (Gases Efecto Invernadero); el irreversible impacto de la actividad humana sobre el conjunto de la biosfera; el desbordamiento de la huella ecológica global; y el progresivo agotamiento a medio plazo de la energía abundante y barata de los combustibles fósiles en que se ha basado buena parte del desarrollo del siglo XX y los primeros años del siglo XXI.
Por todo ello, actualmente, tenemos un reto tremendo y es reformar las ciudades para hacerlas más inclusivas, seguras y sostenibles para lo que es necesario un cambio de mentalidad. La pandemia y el cambio climático están incidiendo en la manera de concebir el urbanismo en todo el mundo. Un modelo sostenible asentado en la nueva movilidad, y no en el coche privado, y en un modelo de ciudad mediterránea “densa, continua y compacta”.
Existe igualmente la necesidad de definir un marco intelectual de raíz holística para ser aplicado a la arquitectura y el urbanismo. Es indudable que este marco intelectual puede proporcionar apoyo para el desarrollo de una metodología que promueva la sostenibilidad en la ordenación del territorio, el urbanismo y la arquitectura.
El urbanismo actual tiene que venir por la transformación y el reciclaje del espacio urbano existente ligado a poner a las personas en el centro, como elemento primordial y no a seguir creciendo infinitamente puesto que supone un coste económico y medioambiental que no podemos permitirnos. Para ello un aspecto muy importante que debemos tener presente en el urbanismo actual es la opinión y participación de los ciudadanos. Es cierto que tenemos que trabajar en la educación ciudadana a la participación, porque parece que el interés de la ciudadanía ha ido perdiendo la preocupación por hacer ciudad. Pero es un aspecto primordial que todas y todos de cada uno de nosotros debemos tener un rol fundamental en este nuevo planteamiento de ciudad.
Fruto de esa escucha ciudadana ha sido la modificación urbana que se ha venido trabajando en los últimos años de la calle Doctor Ramón y Cajal, recuperando el doble sentido de circulación y eliminando el problema de congestión de tráfico y, con ello, el problema de contaminación acústica y de calidad del aire que sufrían todos los vecinos de la calle Doctor Creus.
Por tanto, hemos de buscar y diseñar un espacio urbano que vuelva a nuestras raíces, con un modelo de ciudad mediterránea que integre un equilibrio saludable entre personas, actividades, bienes públicos e infraestructuras. Buscando una movilidad alejada del coche particular, un elemento que tiene mucho que ver con enfermedades vinculadas a nuestro estilo de vida actual.
Para ello, hemos de aprovechar las ayudas europeas que estamos recibiendo para limitar el uso del vehículo privado en los centros de las ciudades mediante medidas para calmar el tráfico rodado, construir aparcamientos disuasorios, etc. y también para la renaturalización del espacio público.
Todas estas condiciones son los nuevos retos a los que nos tenemos que enfrentar tras haberse manifestado claramente los desequilibrios del modelo de desarrollo reciente, haciendo insostenible su continuidad y obligándonos a revisar las bases de la sostenibilidad del desarrollo urbano. Se trata, sin duda, de retos importantes, pero también de una oportunidad histórica para abordar –de forma consensuada y colectiva- un cambio completo de paradigma, superando el modelo de crecimiento de los últimos años y reorientando las ciudades españolas hacia la búsqueda de una mayor sostenibilidad, en sus tres dimensiones: social, ambiental y económica, siguiendo también las recomendaciones que se vienen estableciendo en el contexto de la Unión Europea.
Todas estas condiciones son los nuevos retos que debemos afrontar en el contexto español actual, tras haberse puesto claramente de manifiesto los importantes desequilibrios estructurales que ha tenido el modelo de crecimiento reciente, haciendo insostenible su prórroga y obligando a revisar las bases de la sostenibilidad urbana, aprovechando la ocasión para retomar también aquellos viejos retos que tienen planteadas las ciudades desde su origen.