España tiene un problema creciente con la energía renovable: producimos demasiada, sobre todo en algunos momentos, y sus responsables no saben qué hacer con ese excedente. Desde hace algún tiempo se baraja una fórmula que parece absurda, pero que tiene su sentido: convertir los embalses en una suerte de «baterías gigantes» para evitar el desperdicio. ¿Cómo se hace eso? Aplicando principios básicos de física, pero a una escala más que industrial.
Paradójicamente, con esto estamos volviendo a la «vieja» generación de electricidad a base de saltos de agua y turbinas. Técnicamente les llaman «centrales hidroeléctricas de bombeo», que es una forma de darle pátina de novedad a lo que tiene un fundamento muy antiguo… que ahora puede ser extremadamente útil.
La idea es, para preservar la energía y el negocio, que en los momentos de baja demanda de electricidad se eleve el agua de un embalse a otro a una cota superior con el excedente de energía renovable de ese momento, que no tiene cabida en el mercado eléctrico. Cuando la demanda aumenta, se hace caer el agua previamente elevada para girar las consabidas turbinas y producir electricidad como ya se conocía hace más de un siglo.
La mayor central europea de este tipo está en España, en el río Júcar. Hay diversos proyectos, que se amparan en la muy favorable normativa española para todo lo «verde».