Texto y fotos:
Augusto González Pradillo y María Alonso
A Potsdam se le ha quedado una imagen de tarta nupcial en el subconsciente viajero: mucho dorado cubriendo las escayolas, mucho rococó, todo bonito…
Lo cierto es que estamos ante una ciudad muy especial, tan a corta distancia de Berlín que es por ahí por donde empiezan los tópicos y los equívocos. Intentemos reconstruir Potsdam en nuestro cerebro, al igual que sus responsables siguen haciendo, tanto años después en la realidad. ¿Empezamos?
• Intente conocer Potsdam sin prisa. Parece algo imposible o, cuando menos, improbable habida cuenta que la gran mayoría de los que viajan hasta Potsdam lo hacen para unas pocas horas, con Berlín como origen y regreso. Eso, entre los españoles. Los nacionales, que conocen mejor el percal, pueblan los hoteles de la ciudad, porque conocen las ventajas: pasear sin prisa, cenar sin prisas… y dormir como un bendito antes de andar, andar y andar al día siguiente.
• Olvidando el horror. Preguntar por lo ocurrido en la ciudad entre el 14 de abril y el 2 de agosto de 1945 es un empeño baldío. O cuestionable. Los libros nos dicen una cosa y los alemanes prefieren recordar otras. O recordar poco, aunque las evidencias asalten detrás de casi cada esquina.
Aquella noche de primavera murieron 1.600 personas por el bombardeo de alfombra de 1.700 toneladas de bombas, muchas de ellas incendiarias, a cargo de la RAF. La ciudad quedó arrasada. Pocos días después, Hitler se suicidaba en su bunker. Apenas unas semanas más tarde, los vencedores se acomodaban en uno de los pocos edificios que quedaron habitables. Hace ahora diez años afloró una bomba de 250 kilos en la estación del ferrocarril.
Aun así, cuando preguntas, niegan que aquello tuviera algo de ensañamiento. Hay mucho sentimiento de culpa en lo más hondo de muchas conciencias.
• Ruido de aviones sobre Luisenplatz. Con lo anterior, oír el ruido de un avión, con su motor de pistones, sobrevolando el centro de Potsdam no deja de ser una casualidad tirando a surrealista. Es una avioneta, justo en la vertical de Luisenplatz. Apenas un momento después, cuando se aleja, al ser las doce del mediodía las campanadas y los carrillones se hacen la competencia.
La puerta de Brandemburgo, más antigua que la de Berlín, sigue ahí, impasible.
• Intente no empezar a conocer Potsdam por la plaza del Mercado Viejo. Es un empeño complicado, porque el Museo Barberini tira lo suyo y el lugar es, como corresponde a su nombre y a su historia, de lo más céntrico. Sin embargo, intente no adentrarse en la ciudad desde este punto, para luego no tener que quitarse falsas impresiones, incluso aunque por aquí se encuentre la Oficina de Turismo.
Si aun así hace lo que no le recomendamos, en el Alter Markt se encontrará con un inmenso decorado, consecuencia de la inevitable reconstrucción de lo que la RAF arrasó en aquella noche, casi con la Segunda Guerra Mundial terminada.
Todavía hace 20 años la plaza estaba sin reconstruir. Ahora, la cúpula verde de la iglesia de San Nicolás lo preside todo, aunque los ojos se van también hasta la dorada figura de Atlas, que culmina la fachada del antiguo Ayuntamiento, que esta sí se salvó mientras el resto ardía. El nuevo Ayuntamiento te lo encontrarás en las afueras y también es digno de admirar.
A escasos metros hay otro inmenso edificio, totalmente recreado hace una década, sobre un inmenso solar, que se justifica como sede del Parlamento del estado de Brandemburgo. Puro teatro al estilo del siglo XVIII para la política del siglo XXI. Cada cual, que lo interprete como quiera.
• Empiece por la inmensa chulería de Federico el Grande. Quien nos quiera aceptar el consejo, que se plante ante el Nuevo Palacio de Potsdam, en la parte más occidental del inmenso parque de Sanssoucci, del que luego hablaremos. Requirió cuatro arquitectos y sólo cuatro años para alcanzar a ser lo que ahora vemos: una desmesura.
Había mucha soberbia que satisfacer en Federico «El Grande», el creador de Prusia, el vencedor de la guerra de los Siete Años, el hombre empeñado en apabullar tanto a sus aliados como a sus rivales. Era todo tan desmedido que resultó imposible para habitarlo en los inviernos de esta parte de Alemania y se quedó en residencia de verano.
Está hecho para impresionar… y sigue haciéndolo. Se atisba su cúpula desde la otra punta del parque y hasta allí conduce un camino recto, que deja a un lago el palacio de Sanssoucci propiamente dicho.
De cerca, se aprecian recursos muy funcionales para abaratar el coste del «chalecito», como los ladrillos pintados en las fachadas.
En sus cornisas encuentran acomodo unas 400 esculturas. En su interior, a muchos admira la Grottensaal, con sus 24.000 conchas. Uno prefiere ver ese delirio repetido en otro rincón del parque, más romántico, bajo la protección del dios Neptuno. Búsquenlo más abajo.
• El Parque de Sanssouci y sus infinitas sorpresas. Es entonces, quizá sólo entonces, cuando se puede uno lanzar a descubrir el bellísimo parque de Sanssouci y pretender entenderlo en toda su extensión. Y disculpen por el juego de palabras, porque son 290 hectáreas.
Aquí es cuando sugerimos al lector que escudriñe las fotografías adjuntas e imagine lo que es deambular, al modo francés del flâneur y no al apresurado del turista turistón, hasta toparte con la Gruta de Neptuno o las fuentes y esculturas que te asaltan dulcemente tras cualquier rincón.
Dicho de otro modo, pasear por el parque de Sanssouci es de lo que más justifica el viaje hasta Potsdam puesto que es la experiencia apropiada, gozosa e imprescindible para comprender lo que tantos otros pudieron sentir aquí mismo con anterioridad y, sobre todo, lo que sus sucesivos impulsores pretendieron demostrar entre tanto verdor. Sólo estando en este entorno a veces mágico percibes, con todos los sentidos, lo que Prusia estaba consolidando más allá de las armas o de la economía, con una pasión por la belleza que aún admira.
• Orangerie: nombre francés para un palacio del Renacimiento. A mitad de camino entre el Nuevo Palacio y el Palacio de Sanssouci se encuentra el Palacio de la Orangerie, que es puro encanto.
Se levantó por iniciativa de Felipe Guillermo IV, lo cual nos lleva hasta la segunda mitad del siglo XIX.
En 2024 su interior está siendo sometido a unas profundas reformas, que impiden visitarlo. Pero con el exterior ya hay material más que suficiente para cualquier alma, sensible o insensible.
Los encuadres posibles son variadísimos, pero a uno se le llena la retina con la perspectiva de esos arcos al gusto italiano que te reciben al ritmo de tus pasos. Seguro que los identifica en la galería que sigue a estas líneas. Es toda una experiencia digna de Stendhal, con síndrome o sin él.
• Palacio de Sanssouci: disfrute de lo inevitable. Como sabemos que sin llegar aquí es como si no hubiera visitado Potsdam, nos plegamos a lo evidente y nos asomamos, con el lector, hasta el palacio más conocido de esta ciudad llena de palacios.
Para no terminar de torcer nuestro brazo, le alentamos a buscar los querubines besucones que se recogen en las fotografías. También, a caer en la cuenta de la belleza de los emparrados y en la utilidad de los armarios-invernaderos. Frivolidades rústicas de un Federico II que aquí quiso algo sencillo, sin pretensiones, para pasar el verano casi en soledad… y le salió lo que vemos.
No olvide que hay que reservar día y hora para hacer la visita. Si no lo hace, se la juega a la más que probable posibilidad de no encontrar forma de entrar… y eso que los grupos son grandes. Las taquillas se encuentran en un edificio aparte y algo alejado. Si se despista, oriéntese porque está junto al molino de viento, más o menos por donde un músico de época cobra un euro por cada foto. Con un poco de suerte, le oirá interpretando una de las canciones más conocidas de los sanfermines de Pamplona. Tal cual.
Pero en Potsdam hay vida más allá del turismo. Tanto si lo duda como si no, síganos en nuestro camino.
¿Eso es todo en Potsdam? Ni mucho menos. Hay tanto que hemos tenido que dividirlo en al menos dos reportajes para que la cosa no se convierta en un inacabable recorrer, con el ratón o con el dedo, por la pantalla hacia abajo.
En esa segunda entrega, el lector puede encontrar la esencia de Potsdam en pequeños milagros, contados por lo menudo o más sucintamente. Seguro que le sorprenderán. El mérito en este caso será, sobre todo, de esta inabarcable ciudad… que muchos creen haber visitado con apenas unas pocas horas de apresurado recorrido.
Sigan leyendo LA CRÓNICA… ¡y verán!