AUGUSTO GONZÁLEZ PRADILLO / ¿Pero de verdad sirve para algo el periodismo?

Escribir es un bálsamo para soberbios, amparados en la anónima sonrisa de quien lee para sí, como todo buen onanismo, las ocurrencias de otro. Aún quedan buenos columnistas, especie en extinción. Búsquenlos para disfrutarlos, por favor.

Augusto González Pradillo.

Para tranquilidad de todos, gran parte de los artículos escritos por el arriba firmante durante las últimas cuatro décadas están olvidados y muchos de ellos, desaparecidos. Eso ayuda a saber guardar distancias incluso con uno mismo. Y le viene bien al ejercicio presente de un oficio cuyo mejor destino era servir para envolver el pescado en los lejanos tiempos en que las autoridades lo permitían. Ahora, ni eso.

• ¿Para que sirve hoy el periodismo?

– Cada vez para menos, pero todavía para algo.

• ¿A quién le interesa lo que le digan los periodistas?

– Según quienes lean, oigan o vean y según a quiénes, obviamente. Por eso es tan bueno firmar y que te reconozcan, a diferencia de quienes agitan X, Facebook o TikTok.

• ¿Cuándo se acabará todo esto?

– Quién coño sabe.

Y disculpará el lector que recurra a una de las palabras más rotundas del castellano, que tanto gustaba a Cela y que según sentenció el célebre pintor Courbet, es el origen del mundo. Y su fin para tantos, más que su final.

El cuadro de Courbet, vandalizado por activistas «Me too».

El coñismo militante español nos caracteriza tanto que en países como Chile a los gachupines y a los gallegos nos llaman, también despectivamente, coños, en razón de esa interjección tan conocida y que nunca se nos cae, metafóricamente, de la boca. Podría ser peor. Aunque cueste imaginarlo.

Llegados a este punto le permitirán a este cansado periodista (por la edad y por tantos años de serlo) que continúe su reflexión, sin ninguna esperanza de que sea, no ya compartida sino ni siquiera leída. Eso ayuda, y de qué manera, a la libertad de pensamiento y a la consecuente libertad de expresión. Hoy, para divagar sobre el periodismo en lo que siempre fue una de sus más perdurables creaciones: el columnismo.

A estas alturas del telediario, si disculpan un símil tan de medio pelo, uno se teme que al periodismo sólo puede salvarle superar una disyuntiva radical: o coñones o coñazos.

¡Coño! Que no salimos de la palabrita…

La tendencia natural del periodista ejerciente y del periodismo sobreviviente es ser y constituirse en un coñazo transversal y permanente.

Dado que sólo es noticia lo relevante, sólo se suele conceder esa categoría a lo más serio de cuanto nos rodea. De ahí a anticipar el fin del mundo para cualquier día del año todos los días del año sólo hay un paso. Algo que se da, además, de forma sistemática.

Son muchos los que se recrean no ya en ejercer de notario de la actualidad (horrenda cursilada) sino de Philippulus El Profeta, aquel genial personaje que perseguía a Tintín en «La estrella misteriosa» anunciando que todos vamos a morir. Como si no lo supiéramos.

En aquella aventura que los buenos tintinólogos tendrán fresca en su memoria, la Tierra estaba amenazada por una estrella, cada vez más enorme y cercana. En línea, más o menos, con el furor de tantos alucinados de las redes sociales que confunden Venus con un artefacto de Elon Musk para controlarnos y perseguirnos. Eso, gañanes míos, ya lo hace de otras maneras.

Y en la deriva que van tomando estos párrafos, que no pretendían sumar un artículo y que ya lo están siendo, vamos lanzados de cabeza al periodismo coñón. Ese que, como ya habrá intuido, es el más probable redentor de usted y de nosotros.

No le hacía falta a David Gistau recurrir a esa terrible performance de fallecer de un modo absurdo para que le recordáramos no por su dicción embarullada sino por su pluma empapada de ironía, sarcasmo y cinismo. Tres grandes virtudes, bien aplicadas.

Como hacía él, hay muchos otros que aún siguen escribiendo cada día y publicándolo, por costumbre o por la soldada. O por ambas.

Escribir es un bálsamo para soberbios, amparados en la supuesta sonrisa placentera de quien lee para sí, esto también es onanismo, las ocurrencias de otro. Insistamos: quedan buenos columnistas, especie en extinción. Búsquenlos para disfrutarlos, por favor.

¡Penitenciágite! clamaba Salvatore, el personaje de «El nombre de la Rosa». ¿Le va a hacer caso?

Mejor que no, sobre todo cuando el propio Umberto Eco, su autor, fue otro de los que nos regaló toneladas de chispazos inteligentes en cientos de artículos tan amenos como descreídos, capaces de hacerte sonreír e incluso reír como un bobo (poco solemne) entre los asombrados compañeros de viaje en un avión. Así ocurrió y así lo cuento. En Amazon, esa agua salvadora en el desierto cuesta menos de 17 euros. Por si los Reyes Magos…

¿Quieren seguir por aquí, después de todo esto? Busquen a El Paseante e incluso a El Chismorreador, que escriben de lo que quieren y cuando quieren. Ambos, coñones en distinto grado, miran la realidad para contarla. Hacen eso que alguna vez llamaron periodismo y que aún no sabemos cómo enterrar, porque está vivo.

Entre coñones y coñazos, pero vivos.

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