Pasear entre muertos, una alternativa en Guadalajara

El cementerio de Guadalajara es un buen lugar para pasear, contemplar loables piezas de arte funerario... y aprender sobre nuestra propia condición.

Cuando Ciudadanos aún existía y mandaba en Guadalajara, hubo quien propuso que el cementerio de la capital alcarreña bien podría ser un atractivo turístico de la ciudad. La idea no era tan descabellada como a algunos podría parecer, puesto que por todo el orbe, desde La Recoleta en Buenos Aires hasta el Père Lachaise de París, pasando por el judío de Praga, hay toda una ruta que nos cita con el más allá en el más acá.

De lo que se prometió, como de tantas otras cosas, poco hubo. Si acaso, alguna convocatoria para conocerlo con guía y aprovechar una vieja caseta que fue vivienda para reconvertirla en un museo que pocos conocen.

El Ayuntamiento de Guadalajara está a lo más inmediato, como es la construcción de 22 nuevas sepulturas y 36 nichos, lo que facilitará que entren en la posteridad y en el olvido los cuerpos de 124 de nuestros congéneres, según vayan muriendo.

En una ciudad donde uno de los mayores problemas es encontrar casa donde dormir cada noche por la falta de viviendas, el sueño eterno parece ser que está más asegurado.

El concejal responsable de la cosa cifra en cuatro o cinco enterramientos nuevos la necesidad que genera el insano vicio de fallecer que tenemos los humanos también en esta capital.

Dicen que los anteriores, en uno más del largo capítulo de reproches a los antecesores, sólo habían dejado previstos ocho enterramientos disponibles y que la necesidad de habilitar nuevas sepultaras apremiaba. Hace un año habían dicho que eran sólo seis. Cifras variables. Urgencias políticas, en todo caso.

Sorprenden las prisas en el lugar, precisamente, donde más justificado está el no moverse.

Si después de leer esto decide encaminarse hacia el camposanto de Guadalajara se encontrará con 3.768 sepulturas temporales. Saldrán a su encuentro, porque son lo más visible, 71 panteones, entre las 5.216 sepulturas perpetuas, los 540 nichos y los 601 columbarios. Hay sitio, quizá hasta mediados de este siglo, para enterrar sin apreturas y sin pensar en traslados ni en nuevos cementerios. Eso ya les tocó a los bisabuelos y tatarabuelos, en el siglo XIX.

Fueron precisamente los primeros ocupantes del actual cementerio de Guadalajara los que nos legaron los mejores motivos para deambular por aquí. Lo suyo tiene más interés que el futuro bulevar que anuncian los munícipes y que llegará y fraguará cuando corresponda. O los nuevos 16 cipreses que se van a plantar para acompañar al enhiesto ejército que vela a los difuntos, impasible. Sus hermanos de la Toscana viven de otro modo, más alegre.

Morirse es, se mire como se mire, un mal negocio. Y dentro del mal, al menos la tasa municipal que se paga al Ayuntamiento de Guadalajara por una sepultura perpetua es de 1.472 euros. O sea, más barato que yacer en Toledo, Cuenca, Madrid o en la cercana Alcalá de Henares. Si los deudos son poco generosos, la opción de la sepultura temporal (a razón de 75 euros al año durante la primera década) es otra alternativa, para ir tirando entre las desavenencias propias de cualquier cohorte de herederos que se precie.

Pero no estamos aquí para echar cuentas sino para andar, mirar y reconfortarse con el silencio, entreverado de esculturas en los patios más antiguos, que merecen atención tanto por su valor como por su creciente deterioro.

En el cementerio de Guadalajara destacan panteones como el de Josefa Corrido de Gaona (1894), el de la familia Ripollés-Calvo (1893) o el más que notorio de los marqueses de Villamejor (1896), por más que el más desmesurado sea el de los Romanones, desde 1953.

Hay tres patios (el de la Antigua, el de la Soledad y el de Santa Ana) que están declarados Bien de Interés Patrimonial, sin que eso necesariamente haya de servir de mucho para su plácida supervivencia.

Por allí está el cementerio civil y en su fondo, el paredón. Basta acercarse para comprobar los agujeros dejados por las balas de los fusilamientos. A sus pies, hace pocos años, se desenterraron e identificaron cuerpos de las fosas comunes tras la guerra civil. Una historia más, muy negra, que añadir al brillo que otros pretendieron cuando adornaron con arte sus propias sepulturas. También, simples cruces de hierro en la cabecera de un enterramiento sobre la propia tierra, sin lápida de mármol, en silenciosa lucha de clases desde hace un siglo o más.

Ahí está todo, para quien lo quiera pasear e intentar entender.

Más información:

  • Buscador de sepulturas del Ayuntamiento de Guadalajara