Nuestros legisladores tendrían que ponerse a la faena con urgencia. Nada de parar por vacaciones este verano en las Cortes Generales. Y que se unieran todos los partidos, por favor, porque la ocasión lo requiere. Si les pagamos por legislar, que legislen y que lo hagan sin descuidar las necesidades verdaderamente imperiosas del país. O de la Nación, como prefieran.
Antes que hacer el presupuesto para contentar a la Merkel deberían publicar en el BOE una reforma ad hoc del Código Penal que contemple la eximente completa para los casos en que un vecino acaba con otro, o con toda su progenie, después de soportar durante semanas el griterío de los cachorros del clan mientras estampan sus obesos cuerpos contra el agua de la piscina del chalet en medio de un griterío demoníaco. Por urbanidad. Por justicia social. Por evitar que las cárceles se llenen de inocentes y los culpables sigan impunes, aturdiendo a todo el vecindario con el instrumento de mayor tormento universal: la piscina familiar.
Si España fuera un país con políticos cabales, habría manera legal de acabar con el berrear infantil que asola las mañanas, las tardes e incluso las noches de esta puñetera nueva realidad que no contenta más que a Pedro Sánchez, que para eso sigue ahí. Urbanizaciones de toda España, adosados de toda la Celtiberia sufren la peor epidemia del verano, que es la de sustituir la piscina municipal de la capital o la del pueblo por la piscina del abuelo o del cuñado con posibles. Un horror pasado de decibelios.
Tanto hablar de distancia social y los promotores de esta parte de Occidente no tuvieron escrúpulos en hacer convivir al personal a tan escasa distancia que hasta los pedos retumban. Avisados quedan nuestros gobernantes, porque esto habrá de terminar en soluciones radicales antes de que el frío vuelva y con él, regrese nuestro nunca vencido COVID-19. Si no lo hacen por nosotros, háganlo por jueces y fiscales, que no van a dar abasto con lo que ya tienen.
En unos meses volveremos a los cuarteles de invierno y se nos olvidarán las veladas de convivencia con el humo de la barbacoa del de la esquina; los jadeos de la joven pareja del lado de Poniente o las sesiones de heavy del macarra del chalet de por Levante, asistido para las tertulias por su cohorte de gañanes, que deberían pasar examen de machismo ante el Instituto de la Mujer, para que se los llevasen y los guardaran en un frasquito.
Habremos perdido un verano para recuperar nuestro ánimo los que aún preferimos ponernos unos auriculares antes que atronar a la concurrencia. Y nuestros amados líderes se habrán quedado sin la ocasión perfecta de limpiar España de tanta burricie rampante. El brote más general y más tenaz del estío no es el del COVID-19 sino el de hacer valer los euros gastados en una piscina, molestando al prójimo en lo posible y hasta lo imposible.
Lástima de que no haya una eximente completa y este paseante, varado en un chalet para escribirlo, no pueda hacer justicia amparado en la Justicia. Por eso, claro, nos encomendamos, como tantos otros, a la virtud de la paciencia.
No estamos solos. Somos muchos los que penamos.