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21 noviembre 2024
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PABLO BELLIDO / Por un mejor parlamentarismo

El insulto fácil y recurrente hacia el que piensa diferente, la campaña de señalamiento hacia quien actúa de otro modo, la deslegitimación de quien gobierna por el mero hecho de responder a otras siglas, la desconsideración hacia las propias instituciones y tantas otras fórmulas que se aplican sin ninguna ética, caiga quien caiga y sin atender a las consecuencias a medio plazo, se han convertido en un modelo peligroso pero recurrente.

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Una famosa máxima de Clausewitz dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Pareciera que en los últimos tiempos ha cundido el empeño por hacer esto mismo dentro de los parlamentos, sustituir el diálogo encaminado al entendimiento por la escenificación de un conflicto bélico enfocado a eliminar al adversario, con las asambleas legislativas convertidas en campos de batalla. Por eso hoy 30 de junio, Día Internacional del Parlamentarismo, se hace más necesario que nunca reivindicar una forma de hacer política que se basa en la deliberación y en el diálogo como fórmulas para determinar las decisiones con las que mejorar la vida de la ciudadanía. Esto, que parece tan obvio, no ha sido así siempre y no lo es en todos los lugares del mundo. Y en nuestro país, además, tenemos motivos para la preocupación.

El deterioro del parlamentarismo es un síntoma de la pérdida de salud democrática, pero es a su vez una causa directa. Aunque no se trata de un fenómeno exclusivo de España, sin duda está cada vez más presente en nuestro país, como observamos en los bochornosos espectáculos a los que asistimos de manera habitual en las sesiones del Congreso, del Senado y de otras asambleas regionales. Un panorama que también amenaza la buena dinámica de algunos foros hasta ahora menos exaltados como nuestras Cortes de Castilla-La Mancha.

No es una mera cuestión estética. Las formas desagradables afectan también al fondo. La degeneración de la actividad parlamentaria, donde se recurre al insulto y la descalificación, con mensajes más emocionales que racionales, con absoluta falta de empatía y sin ninguna actitud de escucha, tiene unas consecuencias nefastas: polariza a la sociedad, provoca desafección ciudadana y nos impide que las decisiones que adoptamos se enriquezcan con lo bueno y válido que siempre puede aportar la otra mirada.

El insulto fácil y recurrente hacia el que piensa diferente, la campaña de señalamiento hacia quien actúa de otro modo, la deslegitimación de quien gobierna por el mero hecho de responder a otras siglas, la desconsideración hacia las propias instituciones y tantas otras fórmulas que se aplican sin ninguna ética, caiga quien caiga y sin atender a las consecuencias a medio plazo, se han convertido en un modelo peligroso pero recurrente. Cada día, la crispación en las calles y en las instituciones sube un grado y está alcanzando cotas asfixiantes. Excita a los fanáticos, pero espanta a la inteligencia. El diálogo es imposible en medio del ruido y sin respeto entre los interlocutores: no solo impide el entendimiento entre quien debe hablar para convencer y quien debe escuchar para encontrar puntos de encuentro, sino que, además, expulsa a la ciudadanía verdaderamente interesada en participar de una conversación de calidad. 

Todo esto resulta más grave en los parlamentos, que son los templos de la democracia. A diferencia de lo que puede ocurrir en una tertulia en medios de comunicación, en una discusión de barra de bar o en el rifirrafe cada vez más insoportable en redes sociales, el debate parlamentario exige una dosis extra de consideración hacia la ética y el cumplimiento de las normas. Por supuesto que hay excepciones, pero la regla, cada vez más, responde a los estándares de lo que precisamente no deberíamos hacer. Estamos llevando el frentismo al corazón de las instituciones.

Y en este ‘ecosistema’ todos los agentes involucrados tienen su parte de responsabilidad. En primer lugar, quienes desempeñamos una labor en las asambleas legislativas debemos esforzarnos, y en mi caso en las Cortes regionales prometo seguir haciéndolo, para que el debate sea respetuoso y fructífero. Debemos hacerlo mejor, elevando el nivel, no solo en el arte de la oratoria, sino especialmente en ese arte menos atendido que es el de la escucha activa.

Ahora bien, no solo depende de nosotros y nosotras. También es clave el reflejo que tiene la actividad política en los medios de comunicación, el modo en que se traslada a la opinión pública lo que hacemos y decimos. El periodismo más irresponsable -no hablemos ya del ‘pseudoperiodismo’ que se cuela en las instituciones para socavarlas desde dentro- es un aliado clave en este ruidoso desconcierto en el que el debate útil se hace imposible. Ocurre cuando se desvía el foco del diálogo sereno, aunque posiblemente menos llamativo, y se sitúa en mayor medida en personajes dispuestos a protagonizar numeritos o en voces interesadas en verter insultos, mentiras o medias verdades. De manera opuesta, el periodismo serio y riguroso, que verifica y pone en contexto, y no solo reproduce los gestos efectistas y los exabruptos de una y otra parte, contribuye a mejorar la salud de nuestra democracia.

En la misma medida, y para completar la cadena de agentes implicados, a la ciudadanía le correspondería no jalear a quienes dinamitan el diálogo y sí aplaudir a quienes ejercen la política de manera responsable, esforzándose por realizar aportaciones en positivo y por alcanzar consensos: una actitud más valiente en estos tiempos que la de confrontar sin escuchar y atizar sin medida.

Por último, si hablamos de parlamentarismo no es menos importante reparar en las tareas para las que la ciudadanía nos ha elegido. En el caso de las Cortes de Castilla-La Mancha, para debatir los asuntos que solo en nuestra Cámara merecen atención. Aquí tenemos que decidir cuestiones claves para el bienestar de nuestra gente como la educación, la sanidad, los servicios sociales o las infraestructuras que dependen directamente de la Administración Regional. Frente a quienes se predisponen a convertir nuestro Parlamento Regional en un plató para tertuliar sobre el asunto del día o para replicar los mismos debates que ya tienen lugar en otros foros como el Congreso, el Senado, las diputaciones o los ayuntamientos, insisto en que centremos el trabajo en nuestras funciones, que no son menores. Ahora mismo tenemos entre manos asuntos de tanta importancia como afrontar la reforma del Estatuto de Autonomía. Una labor que nos exige máxima atención y un clima de debate que propicie entendimientos.

Ser representante en el Parlamento Regional supone un orgullo que debemos corresponder atendiendo de manera ética y profesional los asuntos que aquí -y solo aquí- se tienen que debatir, sin pervertir el verdadero sentido del parlamentarismo. Debemos hacerlo por convencimiento democrático y por eficiencia, porque es mejor a medio y largo plazo. En un mundo con una permanente tentación por adoptar fórmulas autoritarias que prometen soluciones simples a los desafíos de una realidad compleja y que cambia a velocidad de vértigo, conviene aprovechar una fecha como hoy para pensar que no siempre el camino más corto es el mejor. En democracia hay que huir de los atajos. El parlamentarismo, aunque suponga un rodeo, constituye el camino a seguir.

Pablo Bellido Acevedo
es presidente de las Cortes de Castilla-La Mancha


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