Ser el dios de las aguas delante de una fuente casi seca no es lo peor que le puede pasar a Neptuno, al menos en Guadalajara. En esta ciudad –donde encontró acomodo hace siglos tras dejar de ser un bloque de mármol de Carrara en la cantera– el mayor problema para la divinidad y para el delfín que la acompaña es el trajín que nos traemos con su tridente.
Y usamos el plural de forma intencionada, porque al final las gamberradas de unos las pagamos entre todos y la reposición del artilugio termina por ocupar (y desocupar de otras cosas más importantes) a algún relevante responsable municipal. El artefacto de esta ocasión es el mismo que ya estuvo, puesto que quien lo arrancó no tuvo mejor ocurrencia para culminar la gamberrada que tirarlo en el fondo de una fuente de la ciudad, donde terminaron por encontrarlo unos operarios.
Ha sido este miércoles cuando se ha vuelto a ver la estatua con todos sus atributos (ya que los supuestos no se ven, ocultos pudorosamente tras la cola del pez) y nadie se siente con fuerzas para conjeturar cuánto permanecerá el hierro junto a la piedra.
Para asegurar el tridente, esta vez se ha optado por soldarlo a una pletina cuadrada, a su vez atornillada a la base del conjunto escultórico.
Veremos.
El lector que quiera entretenerse con la retahíla de incidencias pasadas puede hacerlo con los siguientes enlaces, más abajo.
A nosotros sólo nos queda desearle suerte a Neptuno y a Javier Toquero, su concejal tutelante. Y alguna enfermedad inhabilitante al gamberro que ya barrunte la próxima fechoría y que, muchos nos tememos, no sólo ya ha nacido sino que pronto estará por ahí.
Cuando sea, informaremos. Ojalá tardemos, aun siendo siempre puntuales.
