José María Ezquiaga, uno de los urbanistas más reputados de España, ha encontrado una ocasión más para influir en la ciudad de Guadalajara, al adjudicársele a su estudio la redacción del plan que horas antes había presentado su responsable político, el concejal Rafael Pérez Borda. A escasos meses para las elecciones, se pone en marcha un nuevo empeño para aportar ideas de futuro que mejoran la vida en la capital alcarreña.
De la continuidad que todo esto pueda tener a partir del 28 de mayo no hay garantía, como tampoco en cuanto a los plazos para que se alcancen algunas conclusiones aplicables a la realidad, en un proceso que de continuarse va a tardar años sólo hasta verlo plasmado sobre el papel. Luego, todo quedará condicionado por la «viabilidad económica», dos palabras que sólo Ezquiaga ha pronunciado, y de pasada, en la mesa redonda convocada este martes en el Archivo Histórico Provincial y en la que, sin duda, el madrileño era el principal atractivo.
De entrada, los únicos concejales del equipo de gobierno que estaban presentes eran el citado Pérez Borda y Evaristo Olcina, responsable de Deportes. Ni el alcalde ni su concejal encargada del centro de la ciudad, Sara Simón, se han acercado a escuchar lo que otros sí querían oír, hasta casi llenar el aforo del salón de actos.
En su intervención, José María Ezquiaga ha vaticinado que «el urbanismo va a reconciliarse con el lugar después de siglos ignorando la naturaleza». A este respecto, considera que el de Guadalajara es un modelo mucho más sostenible que el de la mayoría de las ciudades alrededor de Madrid. «Guadalajara es un buen ejemplo de ciudad mediterránea y no hay tantas», entre las que cita Vitoria, Pamplona o el centro de Barcelona.
Respecto al siempre conflictivo asunto de la expulsión del vehículo particular, Ezquiaga se mostraba aparentemente menos radical que alguno de sus compañeros de mesa: sostiene que «mejor que peatonalizar es limitar el acceso solo para residentes, que no sea un tráfico de paso». Ha resaltado el potencial de las zonas verdes de Guadalajara y sus plazas, porque «el espacio público es el gran bien de nuestras ciudades, que no valoramos». Habrá que resaltar que en eso coincide, muchos años después, con la redactora de otro plan para el casco antiguo, planteado con Alique como alcalde y que nunca tuvo efectos concretos, dos décadas después, en lo que parece el sino de la planificación urbanística en Guadalajara.
José María Ezquiaga debería haber llevado a cabo la revisión del Plan de Ordenación Municipal de Guadalajara, según se lo encomendó el Ayuntamiento siendo ya alcalde Antonio Román. No ha habido forma de acometerlo. Sí fue responsable, hace un cuarto de siglo, del Plan Estratégico del Corredor del Henares, mucho mas exitoso y mucho más olvidado. Tanto, que su autor ni lo citó en este acto en la capital alcarreña. Varias de las infraestructuras de la zona, incluso recientes, son consecuencia de aquella planificación en la última década del siglo XX.
Ezquiaga ha asumido como correcta la actual corriente de pensamiento que abomina de la dispersión de las ciudades. E introduce un aspecto a veces ignorado, como es la relación del urbanismo con la salud, junto con la necesaria calidad residencial «que el COVID ha cambiado». «Lo primero que habría que hacer es retirar del mercado las infraviviendas», ha llegado a expresar de forma tajante.
El turno de intervenciones lo había iniciado Blanca Causapié, coordinadora del Área de Desarrollo Urbano del Ayuntamiento de Guadalajara, muy centrada en alertar de los cambios normativos que se están produciendo por el cambio climático, con referencia expresa a la Agenda 2030.
Causapié ha siso la primera en insistir en la necesidad de que las ciudades sean «compactas». Es un cambio radical frente al modelo de ensanches que era el que se imponía hace medio siglo y que ha dejado tantas barriadas bien identificables en Guadalajara. También apuesta por que se urbanice el menor suelo posible, prefiriendo la regeneración urbana. Para esta responsable municipal, hay que promover «antes el comercio de barrio en el centro que las grandes superficies en la periferia» y dar prioridad al peatón antes que a los vehículos. «Hay que planificar con perspectiva de género», planteó además. Y primando la participación ciudadana.
La navarra Teresa Sagardoy, que llegó hace 15 años a la ciudad, fue la que más insistió en la necesidad de superar el derrotismo de los propios vecinos sobre su ciudad. Jefa del Servicio de Cultura de la Delegación Provincial de Educación, Cultura y Deportes, no dejó de plantear que «tenemos que avanzar y preguntarnos qué ciudad queremos, pensar más en lo que tenemos y no en lo que hemos perdido».
José Antonio Herce, presidente del Colegio de Arquitectos, prefirió glosar el papel de la ciudad en la conurbación de Madrid. «La ciudad es un constante hacer y rehacer», advirtió, al tiempo que animaba a pensar Guadalajara en su papel dentro de las grandes áreas europeas. Fue el único en recordar la fuerza de trabajo y el papel de la industria de Guadalajara, con sus 2,5 empleos por cada jubilado… una ratio absolutamente inusual en España.
Y dejaba caer un deseo casi como un suspiro al abogar por «un consenso claro sobre los temas principales», que facilitaría mucho las cosas.