A partir de Meco, entramos en Madrid. Esa evidencia geográfica, tan de Perogrullo, nos persigue a los guadalajareños desde que en 1980 intentásemos escapar de la por entonces todavía nonata Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. Alcarreños, campiñeros, serranos y molineses nos sentimos en buena medida ajenos al invento regional, entonces y aun ahora.
Tras el último resultado electoral, con la cámara que representa la sobernía nacional despiezada en 17 partidos diferentes, uno de los debates que se ha abierto entre los más desocupados ha sido si no resultaba mejor el viejo bipartidismo, como si alguna vez lo hubiera habido en puridad en la España contemporánea y no sometidos siempre al chantaje nacionalista. Los más ocupados, los que realmente tienen que afanarse en trabajar cada día para comer, vestir y pagar la hipoteca, no han tenido ni tiempo ni ganas de dedicar su escaso ocio a perderlo en tales frivolidades. Para adormecernos con tonterías ya tenemos Telecinco, que es más emocionante.
Y aun así, la cuestión sigue ahí, latente.
Los más viejos del lugar, que cada vez somos más porque nadie pone demasiada voluntad en morirse antes de tiempo, recordamos que durante muchos años existió un partido provincial, entre folclórico y casi folclorista que atendía a las siglas de PRGU y que no era otro sino el Partido Regionalista de Guadalajara. Aquello era cosa, esencialmente, de su infatigable promotor, Alberto Rojo. ¿Alberto Rojo? Sí, Alberto Ángel, Rojo y Rojo de apellidos. Nada que ver con el actual alcalde de Guadalajara, ni en lo biográfico ni en lo ideológico.
Aquel PRGU que a finales de los ochenta daba tanto juego con sus peculiares ruedas de prensa (cuando las ruedas de prensa no eran la salmodia nuestra de cada día) sólo sirvió para constatar que se puede fracasar elección tras elección y no cejar en el empeño. Como si la cabezonería fuera una virtud. O como si disponer de los listados del censo justificase aquel esfuerzo. Nunca obtuvieron representación parlamentaria y su hecho más glorioso fue hacerle la vida imposible, en colaboración con el PP, al socialista Luis Fuentes en Villanueva de la Torre. Bien se ve que ese pueblo nunca ha tenido un sentido aburrido de la política…
Pues bien, si con aquella experiencia aún hay quienes quieran avalar el provincialismo como solución de nuestros males cotidianos, algo raro nos pasa. Los de Guadalajara deberíamos, por lo vivido y por lo sufrido, hacer apostolado jacobino, clamando a los cuatro vientos por un Estado que asegure la igualdad de todos los españoles, esa que sólo podrá llegar desde la solidaridad entre los territorios donde se agrupa el personal y jamás con los egoísmos trileros de las minorías parlamentarias. Que en otras tierras no lo tengan claro podría ser fruto de la ignorancia o de la costumbre en el ventajismo; aquí no podemos acogernos a esas excusas.
Dado que lo de suprimir las autonomías no parece un propósito posible, embridémoslas para que vayan por donde deben, sin tirar por tierra al jinete ni lanzarnos suicidas al barranco, el jumento y la montura. (De acuerdo, ya sé que pedir esto y la Luna viene a ser lo mismo, pero no quería quedarme sin decirlo)
Hubo un día un señor, en 1999, que desde detrás de un atril dijo que "el mejor profeta del futuro es el pasado". Se llamaba y se llama José Bono Martínez, que aquel día tomaba, una vez más, posesión como presidente de Castilla-La Mancha. Hagamos caso, pues, al genio de Salobre y recordemos los errores. Pero para enmendarlos, no para enmierdarnos.
Y mira que debe ser difícil hacerlo, si nunca lo conseguimos.