Hemos tenido que esperar hasta el 1 de abril de 2019 para que los gobiernos de España y Portugal presenten los actos conmemorativos del V Centenario de la vuelta al mundo preparada por Fernando de Magallanes, aunque culminada por Juan Sebastián Elcano y un puñado de famélicos marineros tras penurias sin cuento. Hay deseos de concordia entre ambas partes, dicen, aunque hasta ahora no han dejado de menudear los puntos de fricción.
Cinco siglos más tarde, sorprende nuestra incapacidad para contemplar los hechos del pasado con una mayor perspectiva. Por parte española, parece que habrá que esperar al 10 de agosto en Sevilla para rememorar con fanfarrias oficiales la salida de la flota, pagada con capital español hace medio milenio, después de que el navegante portugués Fernando de Magallanes se pusiera al servicio de Carlos V. No hay que impacientarse, pues tendremos fastos y casi seguras polémicas hasta 2022, cuando recordaremos la conclusión de aquella hazaña.
Dicen los portugueses que lo único que distingue a unos y a otros de entre ellos, país adelante, es la gastronomía. Para todo lo demás, dan por cierto que son un país unido. Pero incluso así dejan algo de margen para el localismo histórico, con algunas consecuencias que a los ojos ibéricos del otro lado de la raia hasta nos enternecen. Es el caso, por ejemplo, de Ponte da Barca y su empeño de hacerse valer como cuna del gran navegante Fernão de Magalhães.
En lo de haber acogido los primeros llantos del futuro gran hombre, Ponte da Barca tiene que lidiar con rivales de enjundia como Oporto y con otros de larga tradición, como Sabrosa, cerca de Vila Real. Pero lo que esos no pueden ofrecer es el haber reconvertido la posible querella histórica en la dulce publicidad de la pequeña pero acogedora Pastelería Liz, que se dedica desde hace años a lanzar al mundo miles y miles de pequeños barquitos hojaldrados. Tras probarlos, uno puede acreditar que están buenos y que, al no durar más que una semana desde hechos a comidos, animan al viajero a engordar sin remordimientos y a invitar a quien quiera probarlos a darse una vuelta por esta región, para conocerla y paladearla.
Entre barquito y barquito, puede uno ir hojeando el libro de Amândio Barros, el que lleva por título "O home que navegou o mundo". Es una obra de corta extensión y, sobre todo, amena. Y además, nos sirve para nuestro propósito de asomarnos a Magallanes o Magalhães, como prefiera el lector.
Magallanes entra al servicio de la reina Leonor, como paje, el mismo año en que Colón estaba descubriendo las Indias. A las Indias auténticas embarcó en 1505 en la escuadra de Francisco de Almeida. Por allí andaría, más bien navegaría, durante ocho largos años, muy especialmente como soldado, batallando en Goa y en otros emplazamientos portugueses. Por allí casi se deja una pierna, de la que anduvo renqueante el resto de sus días. Pero lo peor es que volvió a la metrópoli de muy mala manera: acusado de haber contrabandeado ganado con los moros.
Dos años le costó al impetuoso Fernando limpiar siquiera en parte su nombre en Portugal. Más herida el alma que la pierna, Fernando terminó por ofrecer a Carlos V una vía para llegar a las Molucas. Igual que Colón acortó en sus cálculos la distancia hasta la orilla que resultaría ser la de un nuevo continente, Magallanes y otros muchos creían que el Pacífico no era tanto mar como otros sostenían, con lo que las Islas de las Especias deberían caer del lado de España y no del de Portugal, en su peculiar y difuso reparto del mundo, con el Papa por medio y como árbitro.
Para salir de Sanlucar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519 los cinco barcos y los 250 hombres de sus tripulaciones, antes el viaje tuvo que ser financiado por banqueros de Sevilla.
Surcando la mar durante meses, siete semanas, siete, le costó encontrar el paso del Atlántico al Pacífico. Otros 99 días de navegación le tomó llegar hasta la Isla de los Ladrones, que es la misma que hoy conocemos como Guam y que sigue gobernada por los herederos de aquellos españoles que a partir de aquello por allí quedaron, en continuada soberanía de la Corona española hasta finales del siglo XIX.
Después de muerto Magallanes, en un hecho histórico bien conocido, el mando de la armada pasó al portugués Duarte Barbosa, que tambien cayó muerto en una celada en la isla de Cebú. Mejor suerte llevó Juan Sebastián Elcano, que fue capaz al menos de regresar a Sevilla con la nao Victoria, sin caer en manos de los portugueses que les buscaban por toda la costa africana y con 18 marineros, puros huesos con piel. Era el 6 de septiembre de 1522.
Nos quedan, pues, casi tres años para discutir si eran churras o merinas, galgos o podencos; si era Magallanes o era Magalhães el que descubría y conquistaba, si españoles y portugueses somos rivales o compañeros o si la tierra que nos une debe seguir separándonos.
Por si la curiosidad le pica en su alma de viajero y desde Oporto/Porto quiere mirar un poco más a lo lejos, asómese por esta comarca, distánciese de los tópicos y endúlcese la vida entre piedras venerables. Que la historia que cuentan sea más o menos cierta, es lo de menos.
Estamos en zona de unos magníficos vinhos verdes (vea el vídeo que se acompaña) y rodeados de montes donde pasta a su aire un ganado que aporta a los restaurantes locales una carne excelsa, imposible de encontrar en casi ningún otro sitio. Búsquela y acompáñela con un tinto del Duero/Douro, para no fallar.
Y si todo esto se le hace corto, déjese caer por Ponte de Lima, para retomar el camino y reencontrarse con viejos amigos que nunca conoció pero que le esperan como si ya le conocieran, entre platos de sarrabulho y en la ribera del río del olvido.
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Pastelaria Liz R. Dr. Joaquim Moreira de Barros 62, 4980-634 Pte. da Barca, Portugal