No todo en la vida del viajero es carretera y manta o terminal de Barajas y avión. Desde que Renfe puso en marcha, el pasado verano, sus líneas de alta velocidad en Francia algo (o mucho) ha cambiado. Llegar desde el centro de España al sur del país vecino es ahora un placer distinto.
En LA CRÓNICA lo hemos querido comprobar, para compartirlo con los lectores. Empezamos esta serie de nuevos destinos ferroviarios con una muy completa guía de qué puede hacerse en Montpellier, a la que seguirán las experiencias en otras ciudades.
Las razones para subirse al tren y bajarse en Montpellier son infinitas pero hemos elegido 24. Seguro que a la vuelta de tu viaje has encontrado, tú mismo, muchas más…
Texto y fotos: Augusto González Pradillo y María Alonso
1.- Hay vida más allá del Arco del Triunfo
Es la imagen más conocida de la ciudad, auténtica bendición para los selfies, que los turistas practican con algo de frenesí, tanto parados como en marcha, según sea su grado de aceleración en la visita de la ciudad. Como los lectores de LA CRÓNICA son, por serlo, más inteligentes que la media, seguro que pueden tener en cuenta una perspectiva diferente: ¿Por qué no verlo desde dentro? O, por decirlo mejor, desde arriba. Para conseguirlo hay que concertar la visita, que cuesta 5 euros y franquea los 90 peldaños de una escalera. Alcanzada la cumbre, a cobijo de una gran bandera tricolor, podremos respirar Montpellier de otro modo, desde la altura. Abajo, la Place Royale du Peyrou y su monumental depósito del agua serán los protagonistas de tus fotos, a tus pies. Luis XIV, a caballo, te saluda desde la distancia.
En Montpellier, deja que te guíen…
En esta ciudad francesa funciona especialmente bien el servicio de guías en español, con unas tarifas muy ajustadas que justifican sobradamente lo de dejarse llevar al encuentro de lo más atractivo de Montpellier.
Así, la visita del centro histórico cuesta 12 euros para adultos (que se quedan en 10 euros en tarifa reducida para estudiantes o mayores de 65 años) y que incluyen monumentos que sólo pueden visitarse de este modo, como un palacete, el Mikvé y el Arco del Triunfo.
Además, y sólo para el próximo diciembre, hay visitas al Mikvé por 5 euros, mes en el que también hay programadas visitas al barrio de Antigone por 12 euros.
Toda la oferta de visitas guiadas se puede comprobar y reservar desde aquí.
2.- Calle del Brazo de Hierro, paraíso instagrammer
Quien tenga prisa por dejarse ver a través de su red social preferida, y no se ha quedado satisfecho con el selfie anterior, aquí tiene su mejor escenario. Es, aun siendo de las más populares, una calle insospechadamente tranquila, sobre todo a ciertas horas, durante la mañana. Vale tanto para una cita galante (perdón por el arcaísmo) como para una cita lectora consigo mismo. O para cortarte el pelo. O para ir de camino a a nuevos rumbos. Es un lugar encantador y el candelero que le da nombre sigue allí, para que lo veas.
3.- Plaza de la Comedia, el lugar para quedar
En España o en Francia, al igual que en otros tantos países, hay un baremo que nunca falla para saber cuál es el centro auténtico: no hay más que ver dónde coinciden los jóvenes, para sus citas vespertinas. En Montpellier, confidentes nuestros que no llegan a la treintena nos lo confirman: la Plaza de la Comedia es el lugar para quedar. Quizá no para quedarse, pero sí para estar, ver, pasar y moverse.
Tú, que vas de paso y la compañía la llevas incorporada de origen, saludas a Aglaya, Eufrósine y Talía, que soportan con paciencia la obras de reforma de la plaza. Al fondo, «El buzo», que corona uno de los edificios más señoriales de los muchos edificios señoriales de Montpellier, nos mira con sus ojos bien abiertos. Como los nuestros.
4.- El vino hecho piedra burguesa
El vino es toda una institución en la Francia de hoy, como ya lo era en el siglo XIX o en el arranque del XX. Y es en aquel vino peleón, tan alejado de las cuidadas producciones actuales, donde encuentran sus cimientos los edificios del Montpellier más burgués, de levita y chistera.
Así empezó a ser hace más de un siglo, filoxera mediante, cuando el benigno clima local propició cultivos a salvo de la plaga y, sobre todo, transacciones comerciales desde aquí y hasta el último confín del imperio francés.
Corrió el vino y el dinero que, al menos, se hizo piedra y edificios como los que aquí recopilamos, en los que caben desde un Palacio de Justicia a infinitas casas para las buenas familias de una ciudad de provincias que quería parecerse a la capital.
5.- Una ciudad para andarla
Si es posible llegar en tren y alcanzar el centro sin siquiera recurrir al transporte público, qué habremos de decir de la facilidad (y la felicidad) para el viajero que quiera conocer lo que tenemos por delante.
Los habitantes de Montpellier tienen a gala haber conseguido mantener una ciudad cuyo centro histórico, también conocido como L’Ecusson, es de medidas contenidas. Aquí, jugar a perderse es encontrarse con tesoros inesperados, como ocurre en los mejores lugares que aún quedan en el planeta. Ojea nuestra selección, si lo dudas:
6.-Tranvías para usar y admirar
En Montpellier, los tranvías son, en sí mismos, una obra de arte. La municipalidad, que por estos lares parece más inteligente que en otros más al sur, llegó a la conclusión de que era muy sensato pintar el transporte urbano antes de que se lo pintaran otros. Y para hacerlo de un modo del que cualquiera se sintiera orgulloso, encargó el diseño de cada una de las cuatro líneas a un artista distinto. El resultado, a la vista está, fue espectacular… y a prueba de grafiteros.
Por si fuera poco, los tranvías son una forma muy eficaz para moverse fuera del casco histórico, cómoda y a salvo de traqueteos. Es posible comprar tarjetas para utilizarlas sin límite a lo largo del día, que hay que validar en cada uso, dentro del vagón. Las multas por ir sin billete no compensan el «despiste», que tampoco servirá de excusa.
(Por cierto, hay estaciones dedicadas a García Lorca y a Picasso, lo que añade un toque sentimental para el español que por aquí pasa)
7.- Ricardo Bofill puso los cimientos de la nueva arquitectura de Montpellier
Y hablando de la vinculación de Montpellier con la Península Ibérica y sus diferentes conceptos nacionales, no podemos olvidarnos de Ricardo Bofill, que aquí no es Ricard, ni tampoco el progenitor de Ricardito Bofill. El hijo es ya casi sesentón a estas alturas, tras dejar atrás a Chábeli Iglesias o a Paulina Rubio; el Bofill que no es ocupa es el que le precedió y abrió camino, uno de los padres de una de las más sorprendentes urbes del siglo XXI, comenzada hace ya muchas décadas. ¿Montpellier? Sí, otro Montpellier.
¿Es posible hablar de arquitectura moderna cuando algunas de sus obras más singulares están al borde del medio siglo? Pues va a ser que sí, porque Montpellier así lo acredita.
Para comprobar de qué va este asunto tan ajeno al turista acelerado pero tan conveniente para el viajero algo ilustrado, hay que salir del centro y acercarse al Antigone, el barrio neoclásico diseñado por el primero de los Bofill y adentrarse hasta llegar a la Plaza de Europa, aún hoy impresionante. Si la copia de la Victoria de Samotracia tuviera cabeza, seguro que nos sonreiría y nos guiñaría un ojo, cómplice. La arquitectura postmoderna española (o catalana, para el que así lo prefiera) sentó sus reales en el sur de Francia de un modo incomparable.
Pero no sólo de Bofill vive este barrio. Ahí está, por ejemplo, el impactante Árbol Blanco del japonés Sou Fujimoto, que se puede ver desde abajo (al pie de un restaurante del mismo nombre) e incluso desde la terraza, que tiene una parte reservada a los inquilinos y otra abierta al público en general.
Avanzando a pie llegamos a Port Marianne, un distrito todavía en transformación, que quiso ser puerto deportivo. De ese intento sólo le queda el nombre y ningún pantalán pero sí algunos edificios de los que le quitan el hipo a los arquitectos e incluso a los profanos, como el llamado Koh-i-nor, que tiñe de colores todo lo que queda a su alcance, para pasar sin solución de continuidad por el nuevo Ayuntamiento de Jean Nouvel (que también firma el singular RBC, próximo al «Nuage» de Phillip Starck) y toparte, como sin querer, con el que llaman «Rubí» y que es una inesperada conjunción de naturaleza y superficies rojas pulidas, con celosías que cambian de posición según la necesidad de cada cual.
Para los próximos años, Montpellier tiene en cartera nuevas folies, nuevas locuras arquitectónicas echas a conciencia. Habrá que estar atentos. Por de pronto, el catálogo actual es impactante:
8.- Un trampantojo singular
En su momento, era una sola ventana, abierta en una pared tan blanca y grande como insulsa. Ahora, son varias, reales o imaginarias, con personajes simulados que saludan, sin mirarlos, a los atónitos paseantes. Es el trampantojo de la plaza de San Roque, todo un espectáculo que se funde con los edificios del entorno y con la la parroquia, frente a él.
9.- El arte se sube por las paredes
Es norma de prudencia mirar al suelo cuando se anda por cualquier ciudad pero en Montpellier es más que aconsejable mirar también hacia arriba, para no perderse nada. Hay bicicletas incrustadas en las paredes, entre algunos graffiti espontáneos que no molestan, ni por su número ni por su estética.
10.- Pocas plazas «duras», mucha naturaleza
Anda en obras hasta 2026 la Plaza de la Comedia, de la que antes hemos dejado constancia, un poco más arriba. Quieren los responsables del urbanismo local quitarse de encima la excesiva exposición al sol obligada por esas otras décadas más funcionales (y quizá demasiado funcionariales) que toda Europa sufrió pasada la mitad del siglo XX. Y si eliminaran de paso el horrendo hotel Ibis, la felicidad sería completa en este punto de la ciudad.
Más allá, el trabajo está más avanzado, con la integración de cauces, plazas, árboles y recodos. Y con pinos que crecen no sólo en lo más alto de algunas escaleras sino también, como un espejismo, encima de los tejados.
11.- Una ciudad sin murallas ni fosos (literalmente)
A Montpellier sólo le queda un par de restos de las viejas murallas, en forma de torreón, siendo lo más destacable la Torre de la Babote. Son más visibles las huellas del foso que la rodeaba mientras existieron, puesto que es la traza de sus avenidas, por esas que ahora surcan los tranvías y circundan con aire lo que antes fue medieval anillo de piedra.
12.- Un Ayuntamiento que es monumentalmente racional (o racionalmente monumental)
Jean Nouvel es una institución en el país vecino y, por ese prestigio, no extraña que se le haya solicitado tanto que vaya sembrando su buen hacer por allá y por acullá en las últimas décadas, sobre todo con dinero público. En 2011 dejaba firmado y en pie el edificio del nuevo Ayuntamiento, una masa azul por fuera y muy bien organizada por dentro, que se puede visitar.
El contraste queda en el centro de la ciudad, con el edificio clásico de la Prefectura de Herault, en la plaza de los Mártires de la Resistencia. Todo un contrapunto.
13.- San Roque aquí está más sano que en ningún otro sitio
Al santo del perro que le lamía las heridas aquí, al menos en una de sus representaciones, le sobra salud además de belleza. Cosas de los gustos escultóricos del XIX.
San Roque es una presencia constante en Montpellier, desde la misma estación del tren al propio patronazgo de la ciudad donde nació, puede que en 1295, hijo del gobernador.
Pese a su alta cuna, o quizá por ello, vendió todas sus posesiones tras quedar huérfano a los 20 años. De peregrino en Roma, asolada por la peste, cuidó de cuantos enfermos pudo hasta contraer él mismo la enfermedad. Apartado de todos, solo un perro de acercó a él, con un chusco de pan y para lamerle las llagas. El can hizo lo mismo varios días para que hasta el más necio se diera cuenta del milagro. Su muerte (la de San Roque, no la del perro) fue tan peculiar como su vida, pero eso será mejor que lo investigue el lector, para no darle todo hecho. Lo habitual es representarle con sus llagas, menos aquí. Un San Roque en esplendor.
14.- En Montpellier también hay catedral
Contra las adversidades financieras, la perseverancia. Es esta una circunstancia que es común para muchos de nosotros y que alcanza también a los siervos de Dios, incluidos los de mitra y poder terrenal. Dicho en cristiano: la catedral de Montpellier, como otros templos de la región (véase Narbona) fue víctima flagrante de la carencia sobrevenida de dinero. De los planes originales al resultado final hubo que tirar de imaginación, pero el resultado tampoco desmerece. Sobre todo por el entorno, lleno de rincones con mucho sabor.
15.- De baño público a terraza chic
Es digna de ver la transformación de este edificio con el paso de los siglos más recientes. La historia comenzó en 1770 y ha ido de placer en placer: primero, con el que se consigue mediante la limpieza del cuerpo, en unos baños públicos de lo más concurridos en su época de esplendor. Luego, como restaurante chic, con una terraza muy agradable. Te lo encuentras en el número 6 de la Rue Richelieu. Muy cabalmente, el negocio se sigue llamando Les Bains de Montpellier.
16.- La herencia judía recién descubierta
Durante siglos estuvo a cubierto y olvidado este baño judío. Hace no muchos años, el suelo de tarima del piso superior cedió y afloró lo que estaba oculto, tras siglos de olvido. Ya en las postrimerías del XX, una acertada restauración ha dejado al alcance del visitante (con cita previa, a través de la Oficina de Turismo) este mikvé ritual de la Edad Media. A diferencia de los baños del anterior punto nº 15, estos estaban reservados para la comunidad judía de la ciudad, para purificarse separadamente hombres y mujeres. La pila se llena de forma casi automática, gracias a la fluencia del agua subterránea. Sus usuarios disponían justo por encima de un vestuario, que aún se conserva, para desvestirse antes de la inmersión.
17.- Monumento al gitano desconocido
Frente al imponente Ayuntamiento high tech de Montpellier hay una estatua singular. Está dedicada a Manitas de Plata, el guitarrista gitano que murió el 5 de noviembre de 2014. Había nacido en el cercano y bello pueblo costero de Sète en 1921. Ricardo Baliardo para el Registro Civil, era familiar directo de los más conocidos en España «Gipsy Kings», aunque él estaba a otro nivel… superior. En su país natal fue toda una institución, sobre todo desde finales de los sesenta. Merece ser recordado, o conocido por primera vez, con cualquiera de los vídeos que de sus actuaciones quedan en Youtube.
18.- El Hotel de Varennes navega por la historia
Aquí hay que entrar, después de haber tanteado en la fachada algo de lo que dentro se pueda mostrar, para hacerse una ligera idea de la potencia económica de algunos de los habitantes de Montpellier durante el último milenio, que no es poca cosa. Poderío en las bóvedas, en los pórticos interiores e incluso en el pozo del patio, cuyo brocal es en sí mismo una declaración de riqueza, ya que disponer de agua en casa no era fácil entonces ni lo fue después. Está en la Place Pétrarque y es todo un descubrimiento.
19.- Jean Jaurés, el hombre que soñó la paz
Murió cuando el mundo se aprestaba a matar meticulosamente a millones de seres humanos. No puedo evitarlo y la vida se le agotó justo en las vísperas de la I Guerra Mundial. Hoy se le recuerda, con estatua incluida, en la plaza a la que da nombre y que está cuajada de terrazas donde el personal vive feliz y despreocupado. Es así aunque entre las mesas de los cenadores se cuelgan banderas ucranianas, en alusión al penúltimo conflicto bélico que de algún modo a todos nos alcanza. Pero hace sol y el mundo aún tiene esperanza…
20.- La Medicina no sería lo mismo sin Montpellier
Que un anfiteatro para disecciones sea a día de hoy un monumento digno de mención dice mucho de esta ciudad, tan alejada de París como cercana a la ciencia. Y que sea la sede actual de la Cámara de Comercio, quizá también. Es muy aconsejable solicitar los servicios de alguno de los guías en español de la Oficina de Turismo para que te relacionen con detalle y conocimiento a Lapeyronie, a Barthez ante la Facultad de Medicina y te expliquen el privilegio de la túnica roja para quien defiende su tesis… Son historias más entretenidas de lo que uno pudiera pensar, que aquí sólo apuntamos, para abrir boca.
21.- Museos gratis que se deben aprovechar
La municipalidad ha sembrado Montpellier de museos gratuitos pero, si el lector permite una broma que no lo es, entre ellos debería figurar también, por dentro y por fuera, una tienda de alta gama y máximo diseño, obra del inefable Jean Nouvel. Hablamos de RBC, Boutique & Librairie, un templo del diseño aplicado al mobiliario y mucho más, al que cualquiera se puede animar a entrar. Otra cosa es que sus sencillas mesas (3.000 euros la pieza) y sus pequeñas alfombras (1.200 euros unidad) junto con un inacabable surtido de exquisiteces estén al alcance de nuestra tarjeta de crédito. La sección de papelería y librería de este insólito centro comercial sí queda más al nivel de la mayor parte de los humanos: de hecho, está en el sótano.
22.- ¿Dónde comer? ¿Qué comer?
El primer consejo no es el qué ni el dónde, sino el cuándo: entre españoles, el primer mandamiento es no despistarse a la hora de buscar restaurante o terraza. A la una de la tarde ya casi vamos tarde. Y para cenar, mejor rondar las ocho, más aún si no se ha reservado mesa.
A partir de esa prevención inicial, la variedad de la oferta se acomoda a los gustos y posibilidades de cada cual. Ahí está, por ejemplo, «L’Arbre», que ocupa terraza y planta baja al pie de uno de los edificios más restallantes de la ciudad (los despistados, que vuelvan al punto 7) pero también es una opción detenerse en alguna terraza o, en los horarios antes mencionados, en alguno de los mercados (halles) reconvertidos en templos gastronómicos.
Para los más noctámbulos también hay formulas en este sentido, como Halles du Lez, donde la nutrida presencia de clientes locales certifica nuestro acierto. Está un poco retirado, pero se llega en tranvía+paseo a pie.
23.- ¿Dónde dormir en Montpellier?
Hay mucho donde elegir para que el cuerpo repose cuando las jornadas no dan más de sí, que puede ser muy tarde. Sin solución de continuidad puedes pasar de un 4 estrellas tan clásico como el Grand Hotel du Midi, en plena Plaza de la Comedia, a un 4 estrellas radiante de diseño moderno (y muy cómodo) como el Belaroïa, a cuatro pasos de la estación del tren que nos ha traído desde España. Hay opciones más caras, pero no necesariamente mejores.
24.- El AVE te deja en una magnífica y céntrica estación
En menos de 5 minutos llega uno andando desde la Estación de Montpellier Saint-Roch al mismísimo centro de la ciudad, todo derecho por la Rue de Maguelone, sin pérdida posible. Tal cual. Es la consecuencia natural de haber optado por la más reciente opción de Renfe, que este verano inauguraba su línea internacional de alta velocidad sobre suelo francés. Los destinos desde Madrid son numerosos y de lo más sugerentes y Montpellier es uno de ellos. El viaje desde la capital (o desde Guadalajara o Zaragoza, también) es cómodo y acercarse a Montpellier en este medio de transporte es casi irresistible.
El sur de Francia pasa a ser una inteligente tentación para fines de semana, puentes y escapadas, solo o en pareja. Las frecuentes ofertas que Renfe pone en circulación ayudan, además, a decidirse.
Más información:
Viajes interiores en tren
Uno de los atractivos de llegar a Occitania en tren es poder seguir recorriendo toda la región con este mismo sistema de transporte y a un precio insuperable. El Occitanie Rail Tour Pass te permite viajes ilimitados por sólo 10 euros al día, entre 2 y 6 días consecutivos. La trama ferroviaria te lleva prácticamente a cualquier lugar que elijas, como se puede comprobar en el mapa adjunto: