En Guadalajara se nace y en Madrid se triunfa. Los que emigraron a la Corte desde este lado del Henares consideran que así es como se reparten las cartas de este mus canalla que es la vida. Algunos, incluso, a la que pueden, te lo despampanan en la cara con un poquito de conmiseración hacia el que viene del pueblo porque se quedó allí en el tiempo incierto de la juventud.
Este lunes, sin embargo, la presentación de un libro en el Círculo de Bellas Artes se convertía, ya de entrada, en algo parecido a la reivindicación, exultante, de lo alcarreño.
El anfitrión de la cosa era Nacho Cardero, que estrena libro y a él lo presentaban, además del responsable de la editorial, la periodista Susanna Grisso y la divulgadora Elsa Punset.
Dado que a Nacho lo nacieron en Guadalajara, ya podría haber aquí un anclaje para la reflexión localista con apuntes de psicología social. Por ahí arrancó Grisso, que parecía arrobada por lo exótico de contar al lado con alguien de la Alcarria, de tanto que lo repetía.
Cardero, metódico y contenido como es él, se arriesgó a definir a los de esta tierra, que es la suya, como «desbordados de sentimientos e incapacitados para demostrarlos; con tendencia al fatalismo, como todos los castellanos».
Guadalajareños, la verdad es que en aquel momento y lugar había pocos (3) para atender lo que se decía o para asistir desde los ventanales de la quinta planta a un atardecer que, esta vez, no era velazqueño sino de todo a cien.
Lo que deslumbraba por allí, como manda el canon y es de precepto, era el plantel de invitados presentes. La ministra Isabel Rodríguez acudió pertrechada en su deslumbrante simpatía, esa que ya derrochaba cuando era portavoz del Gobierno de Barreda, entre Castilla y La Mancha. Simpático también el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, mucho más que el siempre hosco Unai Sordo. Abrazaban también Elías Bendodo y Cristina Narbona (a otros, no entre sí) como prueba radiográfica de la política nacional que abreva en el Manzanares. Y la empresa, o algo así, también, se hacía carne en la persona de Garamendi y sus ceoes.
¿Y qué hay de mi libro?, podría protestar a estas alturas de la reseña Nacho Cardero. Está donde debe: en las librerías y en Amazon, desde donde te lo entregan en un día y por menos de 20 euros el ejemplar. El que quiera disfrutarlo, que lo compre y lo lea, porque tiene mucho que paladear e incluso que emocionar.
En efecto, lo que ha lanzado el náufrago Cardero para pasmo del resto de humanos navegantes es una evocación de los muy malos tiempos vividos entre el Covid, con la muerte de su padre en Guadalajara, y la borrasca «Filomena», que le trajo tres días con su noches de involuntaria clausura en el «Gregorio Marañón» mientras su hija venía a este jodido pero esplendoroso mundo.
Dice el autor, ese mismo que aún pisa de vez en cuando las calles que le hicieron lo que hoy es, que no estamos ni ante un ensayo, ni ante un diario, ni ante una biografía; quizá un poco de todo, pero en ningún caso un ajuste de cuentas; más bien, una catarsis. Con lo serio que siempre quiere aparecer, quien le oye se previene cuando Cardero asegura que esta obra tiene «un trasfondo optimista». Enseguida aceptas el razonamiento cuando, al momento, explica que lo allí escrito es «un duelo y del duelo siempre se sale».
Además de todo lo anterior, tras 12 años al frente de «El Confidencial», a Nacho Cardero le halaga que cada mañana le sigan llamando los aludidos más encabritados (o los asesores de los ofendidos) por esta o aquella noticia publicada en su diario. Una pequeña y disculpable vanidad profesional que, a buen seguro, se irá disipando según pasen los años y supere la cincuentena.
Y ahora que el lector ha llegado hasta el final (de algún modo había que luchar contra la escasa profundidad de lectura que asola Internet…) ya podemos dar el título del libro: «Aquello que dábamos por bueno», se llama.
Está en Espasa. Y su autor, entre Madrid y Guadalajara, como tantos de esta tierra.