Editorial Universidad de Alcalá acaba de presentar la obra Si muero, no me olvides cuyo coautor es el catedrático de Filología Clásica, Antonio Alvar, quien nos detalla lo importante que era en el mundo romano conservar y conmemorar el recuerdo de los difuntos. No todas esas inscripciones eran de personajes ilustres, ya que la gente sencilla también merecía ser recordada.
– ¿Cuáles son los objetivos de publicar este libro?
– La monografía Si muero, no me olvides. Miradas sobre la sociedad de Augusta Emerita a través de la epigrafía funeraria es resultado directo y fundamental de los objetivos previstos en un proyecto de investigación, financiado por el Plan Nacional de Investigación, sobre la epigrafía funeraria de la antigua Augusta Emerita (hoy Mérida). En este volumen se ha seleccionado medio centenar de inscripciones funerarias de Augusta Emerita, entre las más de un millar conservadas, para dibujar, aunque de manera fragmentaria y con trazos gruesos, el mundo de las gentes que habitaron esta ciudad durante los tres primeros siglos de su historia, desde su fundación a finales del s. I a.C. Esta selección de epitafios ilustra lo importante que era entre los romanos conservar el recuerdo de los difuntos, al tiempo que nos permite adentrarnos, incluso con mucho detalle en algunas ocasiones, en el abigarrado mundo de una capital provincial del antiguo Imperio romano. No todas esas inscripciones son espléndidas ni conservan la memoria de grandes personajes: la vida no era así. En la ciudad había gentes de todo tipo y condición y eso se refleja de manera muy clara en los epígrafes conservados; también en los aquí seleccionados.
– ¿Qué es la epigrafía funeraria?
– La epigrafía funeraria es el conjunto de textos inscritos sobre piedra u otro soporte duro, destinados a preservar la memoria de los difuntos. El hábito de recordar a los seres queridos mediante la utilización de breves textos, habitualmente siguiendo patrones fijos de redacción, estaba muy extendido en la antigua Roma (solo en la ciudad de Mérida se conservan unos mil quinientos testimonios), al igual que lo está entre nosotros, como se evidencia en nuestros cementerios.
– ¿Cuáles eran sus características en Augusta Emerita? ¿qué reflejaban?
– Los epígrafes funerarios de la Mérida romana no son muy diferentes de los de otros lugares del antiguo Imperio y se caracterizan por la variedad de sus soportes (estelas y lápidas, aras funerarias, templetes, cupae -bloques de granito con forma de cubas de vino-, etc.) y también por la amplia información sobre la vida de las gentes sencillas que habitaron durante siglos esa ciudad. Sus nombres, sus edades en el momento de fallecer, sus relaciones de parentesco, sus oficios y quehaceres en vida, sus lugares de origen, etc. afloran constantemente aportando datos directos y precisos sobre mil aspectos de la vida cotidiana hace dos mil años.
– De la selección de las inscripciones funerarias que hay en el libro, ¿cuál es la más curiosa y por qué?
– Hay muchas que tienen interés; por eso las hemos seleccionado. Pero yo le tengo un afecto especial a la que presentamos bajo el título de “¿Nuestra primera guitarrista?”, dedicada a una jovencita de dieciséis años por su protectora; la chica, representada tañendo un instrumento de cuerda, se llama Lupata, lo que parece aludir a su humildísimo origen, pues tal vez fue hija de una prostituta (en latín lupa = “loba”), recogida y criada por una señora llamada Severa, que le dio educación musical y que le dedicó un costoso monumento funerario al perderla tan pronto. Pero también las hay de personajes de cierta importancia social, de militares, archiveros, comerciantes, gladiadores, actrices, médicos y “médicas”, oculistas, taberneras, de gentes venidas de muy lejos, de judíos, de niños muertos prematuramente, en definitiva de todo un variopinto mosaico de gentes que no suelen aparecer en los libros de Historia, con mayúsculas, pero que, sin embargo, eran las que a diario recorrían las calles de las ciudades y trataban de sobrevivir en un mundo no siempre fácil.