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22 noviembre 2024
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Los de Guadalajara no somos gente (tan) rara

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Ha querido la necesidad de las redacciones de la Corte que Guadalajara se haya convertido en noticia durante los últimos días y por motivos bien diversos.

Que uno sepa, de lo poco que no ha saltado a los titulares es Kiko Rivera y su desértica andanza nocturna por el Recinto Ferial, con asistencia fácil de recontar y en nada comparable a la de las fiestas de Marchamalo o Cabanillas, sin ir mucho más lejos. Veremos si las imágenes (desoladoras) que campan por las redes no saltan por un ratito a las pantallas de alguna televisión.

Con más ahínco, desde hace semanas los ojos de los periodistas con salario en Madrid se han vuelto hacia los pueblos de la Alcarria y de la Serranía, que son de lo más exótico que tienen a mano.

Abrió fuego la sonrosada Rosado, de nombre María Ángeles, que se hizo diputada de Ciudadanos por Guadalajara en un tuit o en un suspiro, que viene a ser lo mismo. Lo curioso del caso es que el discurso contra la despoblación de Albert Rivera, en una silla sobre un sembrado o a los mandos de un tractor, se transmitió vía satélite desde uno de los pueblos que más dinero "per cápita" ha recibido desde hace décadas por la energía nuclear producida en la provincia. Y sin hacerle ascos ni en pesetas ni en euros. Ni sacarle gran rendimiento, por lo que se quejan. Un dinero que los de otras comarcas de Guadalajara, incluida la capital, ni han visto ni han reclamado nunca.

Ese periodista de guardia permanente que tiene Galve de Sorbe en "El Mundo" y que se llama Raúl Conde ha puesto sobre el papel y en negrita a la rival ciudadana de Rosado, esa Aurora Nacarino-Brabo que en nada se parece a nuestra nueva madre de la Patria. Para que se vea que también hay biodiversidad política en la derecha española, cada vez más alejada del centro, si es que alguna vez pisó tan indefinible espacio.

Siguiendo la rentable línea del exotismo neorrural, leemos este domingo en el mismo diario un reportaje firmado por Martín Mucha sobre la heróica votante socialista de Rebollosa de Jadraque, rodeada de peligrosos y emboscados vecinos de Vox en un micro-pueblo que hasta ahora fue feudo del PP, como más de media España. Eva López se llama la nueva reina-del-papel-prensa-por-un-día con residencia en Guadalajara. Obviando, o casi, que el censo lo forman una docena escasa de sobrevivientes.

Los de "El País", en cambio, han dado por buena la encuesta de la OCU sobre las ciudades más guarras de la Celtiberia, entre las que dicen que está la capital alcarreña. Llegados hasta aquí, han ilustrado su información con testimonios de un pintoresquismo casi celiano. Lástima que ya muriese el talabartero y que Gestesa derribase hace años la talabartería que aparece en "Viaje a la Alcarria". Como voces autorizadas los que se asoman mayoritariamente son, faltaría más, los políticos: Jaime Carnicero y su entusiasmo; Lucía de Luz, con su renovada vehemencia y José Morales, desde su acreditada ponderación hasta para las insinuaciones. Los lectores de LA CRÓNICA le llevan ventaja de años a los de "El País". Los mismos años que venimos fotografiando y haciéndonos eco de las cagadas masivas de las palomas… que, por cierto, no es lo único que ensucia la ciudad. Los que tiran junto a los contenedores bolsas, colchones, muebles e incluso tazas de retrete algo tendrían que decir y alguna multa deberían pagar. ¿O esos tampoco?

Confiemos que los medios nacionales no encuentren demasiados motivos para acercarse hasta aquí y así, pues a uno se le queda cara como de que nos miran siempre con los ojos del que se asoma a la jaula de los monos en el zoo.

Guadalajara, la de todos los días, no es la de Rebollosa de Jadraque, ni la de Sayatón ni siquiera la de Valoriza, aunque también lo sea. 

Guadalajara, ciudad y provincia, es el lugar donde han llegado para vivir y dormir (por los alquileres más asumibles que en Alcalá o Torrejón, no por amor innato a esta tierra) muchos de los nuevos miles de obreros de esos almacenes que nos rodean. Los GTV, esos de "Guadalajara de Toda la Vida", son una especie tan en extinción como las avutardas de los campos de Quer. Y como a las avutardas, les cuesta levantar el vuelo por su peso, por su genética y por la costumbre de creer que el mundo se termina en lo que aquí se ve.

Y aun así, Guadalajara también es el ecosistema donde esperan a bien morir muchos ancianos que un día se escornaron por sus hijos y ahora temen por sus nietos. Incluso por aquí siguen, porque nadie los ha tirado desde las terreras del río, aquellos que recuentan sus riquezas bien guardadas desde que las acopiaron hace ya más de una década, sin más merecimiento que la casualidad en sus buenos negocios o en sus inesperadas herencias.

El que la vida de todos los que por aquí andamos sea un poco mejor dependerá en parte de lo que salga de las urnas el próximo 26 de mayo. Pero no todo. Pero no en lo más importante.

Por más que se esfuercen los candidatos en convencernos o en engañarnos, que es lo que suele suceder, el mejor programa electoral siempre es el que nos proponemos cada cual, cada día, bajo la ducha, en ese momento glorioso en que parece posible volver a empezar, limpios de pasado.

Ya sé que al salir a la calle, o al asomarte al periódico, no tardas mucho en encontrarte de bruces con quien te mira como si fueras un bicho raro dentro de una jaula llamada Guadalajara. Pues a ver si conseguimos que no sea jaula. O, al menos, abrir la puerta y volar a nuestro modo. O tenerla más limpia. O vivir sin esperar el permiso de los que nos miran y, menos aún, aguardando a que nos echen alpiste.

En Guadalajara no somos tan raros. Sobre todo, somos menos raros de lo que nos gusta considerarnos. Y mucho menos de como otros nos miran.

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