Augusto González Pradillo
«Por alguna oscura razón, resulta más divertido destruir que construir, desbaratar que levantar». Lo escribía el arriba firmante en esta misma sección, a propósito de El Corte Inglés, cuando en el casi lejano 2014 también se daba por seguro su cierre en la capital alcarreña. Aquello fue una falsa alarma, a la que seguirían otras. Lo de ahora, ya se verá.
Al hablar de lo peculiares que podemos llegar a ser los vecinos de Guadalajara, este periodista ya lamentaba que «desde hace siglos preferimos echar el rato en mirar las obras que acometen otros, criticarlas mientras las hacen y disponernos a tirarlas cuando las terminan». Con los grandes almacenes del triangulito verde es algo que viene pasando incluso antes de su apertura en 2007. «Ya desde antes de ese día/tarde/noche eran miles los alcarreños que cruzaban apuestas sobre cuándo pasaría a los anales El Corte Inglés de Guadalajara como el primero de España en cerrar sus puertas, por falta de rentabilidad», se recordaba desde esta misma columna.
Son varios cientos los alcarreños que trabajan allí. Son miles los que recorren pasillos y plantas, curioseando… en un número siempre muy inferior de los que compran. Eso ha sido siempre así, aunque en los últimos tiempos los usos y las modas comerciales hayan cambiado tanto que parece complicado mantener un modelo de negocio de otros tiempos, ajenos a Internet y a las más recientes inquietudes de los consumidores.
Si El Corte Inglés no estuviera en Guadalajara echaríamos de menos muchas cosas. Incluso recorrer los anaqueles de su sección de librería… que eso también es heróico en este mundo nuestro donde leer un libro es cada vez más raro.
Este que les escribe sigue haciéndolo (lo de comprar libros y leerlos, digo) sobre todo después de haber visto su lomo en la estantería, atraído por el tema o por el autor, una vez recorridas sus páginas, acariciado el papel de sus hojas y comprobado el precio. Ese placer y ese primer encuentro no te lo puede dar Amazon.
Días pasados, antes de que se desatara la borrasca Gloria y el huracán de noticias sobre los planes de cierres en El Corte Inglés, bastó echar un rato para comprobar que entre los muchos títulos disponibles en la última planta de la gran superficie alcarreña aparecían hasta dos volúmenes… en catalán.
En aquel momento, el periodista que jamás puedes dejar de ser tomó nota de la anécdota por ver si en algún momento servía para algo, ya fuera crítica costumbrista o de la errática gestión de los inventarios.
Ahora no le quedan a uno ganas de lamentar que la «Suite francesa» de Némirovsky llegue a Guadalajara en la lengua de Maragall (el bueno de entre los Maragall, ni Pasqual ni Ernest) en vez de en correcto castellano. Lo que le vienen a uno ahora son los temores de no poder seguir haciéndolo.
Lo peor de morirse es lo que te echan de menos los mismos que nos hicieron la vida imposible. Con nosotros se repetirá, quién lo duda. Ojalá no pasara lo mismo con El Corte Inglés de Guadalajara si llega el momento del óbito y del funeral.
Para entonces ya todo llegaría demasiado tarde.