Lleva Guadalajara unos días poniendo dificultades a los perros pequeños, tan habituales en los hogares de la capital. Bichones, terriers y más aún los chihuahuas están riesgo permanente de desaparecer, en cuanto los dueños se descuiden, bajo las montañas de hojas secas que se acumulan en calles, parques y jardines de la ciudad.
Son jornadas en las que las avenidas más transitadas se convierten en nubes marrones, al compás del viento.
La convivencia con la hojarasca parece, simplemente, una más de nuestras condenas ciudadanas.
Para que no nos quejemos tanto y como si las propias hojas tuvieran conciencia de sí mismas y de las molestias que causan, muchas de ellas llegan al buen entendimiento de juntarse a la espera de que las recojan, las retiren y las reciclen en lo orgánico (suponemos, porque orgánicas son en su materia).
Pero nadie se las lleva y ahí siguen. Para que las veamos.
¿De dónde salen si no hay árboles en muchos metros a la redonda?
Quizá la Naturaleza no sea tan sabia como dicta el tópico, pero juguetona… sí que es un rato.