Las monjas del convento de Santa Clara de Sigüenza no han notado la crisis de la COVID-19 salvo en el tiempo de confinamiento; sus dulces, desde las típicas trufas de chocolate hasta los nochebuenos, las magdalenas de Belén o los caprichos de Navidad, siguen haciendo las delicias de los seguntinos y, cuando las limitaciones de la pandemia lo permiten, de visitantes de otros muchos puntos de España.
El torno del convento de Santa Clara, tras el cual permanecen enclaustradas quince monjas, no para de girar y girar estos días. El teléfono suena más de lo que las hermanas quisieran muchas veces. No es extraño tanto trajín pues de los diez monasterios que hay de clausura en la provincia, solo el de la Ciudad del Doncel sigue fiel a la elaboración de dulces artesanos tradicionales, especialmente demandados en temporada navideña.
¿Qué son los «nochebuenos»?
El recetario de manjares culinarios que desde hace ya tres lustros elaboran las hermanas clarisas son muy conocidos: desde los nochebuenos, que son tortas y pastas de anís elaboradas con masa enriquecida con harina de almendras con formas o motivos navideños hasta las tradicionales rosquillas, los caprichos de Navidad, hechos con harina de almendras, huevo y ron o las magdalenas de Belén, fabricadas con harina, huevos y aceite.
Desde noviembre, las monjas de clausura de Sigüenza trabajan intensamente para dar respuesta a la demanda que tienen; han renunciado a tener web o a vender sus productos en las tiendas seguntinas porque, tal y como ha apuntado a Europa Press para LA CRÓNICA la madre abadesa, sor María Luisa, si lo hicieran, no harían otra cosa.
Durante todo el año hacen también pastas de miel, de anís, mantecados y también roscones de Doña Blanca, hechos con vino dulce y harina de almendras; llevan quince años con ello, porque es su medio de sustento.
Muchas ventas en verano
En este convento todo se elabora de manera artesana; la COVID solo redujo la demanda los primeros meses. «En verano ha sido desbordante. Ha sido horrible. Íbamos al día», señala sor María Luisa, para quien es importante también atender las labores de limpieza del monasterio, como se hace en cualquier casa.
Lo cierto es que para vender sus dulces no necesitan publicidad porque el ‘boca a boca’ es suficiente.
Antes bordaban y hacían las casullas de los sacerdotes, pero las vocaciones empezaron a flojear y tenían que seguir haciendo frente a los gastos del convento. «Una avería en esta casa es muy costosa y requiere ahorrar para las emergencias», afirma sor María Luisa.
Fue en ese preciso momento cuando decidieron optar por los dulces. Les da para vivir sin despilfarros, pero no necesitan el apoyo del Obispado, a diferencia de lo que ocurre con otros congregaciones.
Maitines «aliviados»
Pero como insiste la madre abadesa, su misión principal es el rezo y tampoco quieren relegarlo; sin embargo, debido a la avanzada edad de algunas hermanas, lo que sí han hecho es modificar el horario de maitines, que antes eran a medianoche y ahora es a última hora del día.
Lo que sí tiene claro sor María Luisa es que la labor es un mejor trabajo para una religiosa contemplativa porque «cuando toca la campana para la oración se puede dejar, quede como quede y no hay problemas; además, se guarda más el recogimiento y el silencio. Sin embargo, si tenemos algo en el horno y tocan al coro o llega una visita al locutorio, no puedes dejarlo como esté».
De momento, el trabajo no les falta, y al igual que otros monasterios, debido a la pandemia han reducido las visitas. La formación monástica permanente ha sido por videoconfencia, e incluso los ejercicios espirituales, explica por su parte el vicario episcopal para la Vida Consagrada, Ángel Moreno.