Hay caminos que simplemente unen lugares y hay lugares convertidos en destinos gracias a los caminos por los que se tejió su historia. Hoy traemos un fragmento de una de esas rutas que, después de miles de años de existencia y no pocas etapas de olvido, mantiene su incontestable valor histórico y patrimonial, además de turístico.
De norte a sur y desde la antigüedad más lejana, más allá de nuestra era, un camino que vertebró el oeste peninsular permitiendo que pueblos tan dispares como los tartesos y los astures se relacionaran cultural y económicamente. Una ruta que los romanos utilizaron en su avance hasta el codiciado norte peninsular y que posteriormente, en la época imperial, convirtieron en calzada pavimentada y señalizada con miliarios, facilitando el tránsito de tropas, de mercancías y de viajeros, además de la cultura, la lengua y los modos de vida romana.
Pasaban los siglos y el camino seguía vivo como testigo del avance de los árabes en su conquista de la Península, antes de que la balanza de la contienda se invirtiera a favor de las tropas cristianas en su marcha hacia el sur a través de este primitivo corredor natural convertido en una de las principales vías de comunicación.
La estabilidad del territorio reconquistado dio a esta ruta nuevas utilidades como camino de peregrinación hacia Santiago desde las tierras más meridionales hasta la ciudad de Astorga, en la que se fundía con el Camino Francés o como Cañada Real con el edicto de Alfonso X El Sabio en 1273, gracias a su trazado y a la seguridad del recorrido.
Así continuó durante siglos, siendo el mejor itinerario para comunicar el norte con el sur en el occidente español, hasta que en 1896 la idoneidad del trazado trajo consigo el ferrocarril y con él un impulso a la actividad económica y al intercambio cultural. 89 años después la línea férrea sería cerrada, dando paso en la actualidad a una sugerente vía verde.
Tanto legado acumulado ha creado en la ruta un nexo en común plasmado en el cruce de culturas y manifestaciones religiosas, históricas, artísticas y etnográficas que hacen de la Vía de la Plata un destino en sí misma.
De los casi 500 kilómetros que separan la ciudad pacense de Mérida de la leonesa Astorga, principio y final de la legendaria ruta, hoy nos centraremos en el tramo que discurre por el último tramo de la provincia de Zamora, concretamente en las inmediaciones de la ciudad de Benavente.
Milla a milla o legua a legua, como el viajero prefiera, sus pasos le llevarán inexorablemente hasta la localidad de Granja de Moreruela, allí donde se alza el imponente monasterio cisterciense de Santa María de Moreruela. Pese a que hoy conserva sólo las ruinas, fue el primero de la orden en estas tierras y un importante centro espiritual durante el siglo XII. Aun en la actualidad constituye uno de los puntos de referencia de la Vía de la Plata.
Entre refrescantes estampas de campos de labor y bosques de encinas, el camino continúa hasta Santovenia del Esla, donde es muy recomendable hacer una alto y acercarse a la vecina Villafáfila para rendirse a la cautivadora belleza de las lagunas que dan vida al Espacio Natural de las Lagunas de Villafáfila, un entorno natural único con la variedad de especies acuáticas más variada del país, además de albergar el 10% de toda la población mundial de avutardas. Además, se completa con la arquitectura tradicional esculpida en barro y adobe, destacando por encima de todo la ensoñadora imagen de los palomares.
Al dejar atrás esta interesante muestra natural, el camino pasa por las localidades de Villaveza del Agua y Barcial del Barco, donde llama poderosamente la atención la torre de la iglesia de Santa Marina, pues su planta arranca de manera cuadrangular para terminar en lo alto de forma octogonal. Actualmente en este punto se abren dos posibilidades de continuar. Una es hacia Castropepe y Castrogonzalo antes de llegar a Benavente y la otra y mucho más atractiva es seguir por la vía verde habilitada sobre el antiguo trazado de la vía férrea. Esta se precipita sobre el verdor de la generosa vega en la que se alternan los campos de labranza y los bosques de chopos, sauces y fresnos, hasta cruzar el cauce del río Esla a través de un impresionante viaducto de hierro de 250 metros de largo construido en 1932 sobre sillares de gratino. Entre el murmullo del agua bajo los pies, la brisa que acompaña cada paso meciendo las hojas de los árboles recreando una melodía natural y la ensoñadora figura de los ingenios mecánicos que un día servían al buen funcionamiento del tren y que aún hoy se mantienen en pié, hacen de este rincón uno de los más bellos y cautivadores de la ruta.
Un poco más adelante la localidad de Villanueva de Azoague actúa de prólogo de la ciudad de Benavente, ya a la vista en el horizonte y epicentro de este tramo de la Vía de la Plata.
Celtas, romanos, suevos, visigodos y musulmanes pasaron por los valles y las vegas que rodean al viajero en estas latitudes, tierras que también fueron testigos de las invasiones francesas durante la Guerra de la Independencia, de todo lo cual hay vestigios en cada pueblo o aldea.
Sobre el altozano que domina la confluencia de los ríos Esla, Órbigo y Tera por el oeste y con las tierras cerealistas de Tierra de Campos al este y al sur, allí donde un día se alzaba el castillo de uno de los linajes de la nobleza castellana de la Edad Media, los Pimentel, Benavente es hoy el centro neurálgico del noreste zamorano y un importante nudo de comunicaciones entre el noroeste peninsular y el resto de España y Portugal.
Pasear por sus animadas calles es un continuo saltar de sorpresa en sorpresa gracias a su importante legado histórico. La iglesia de Santa Maria de Azogue es la principal muestra del patrimonio cultural de Benavente, en la que confluyen diferentes estilos artísticos destacando el románico como testimonio de su origen en el s. XII. El Castillo de la Mota o Torre del Caracol es uno de los elementos arquitectónicos de la ciudad más castigados, ya que las tropas francesas e inglesas los destruyeron durante la Guerra de la Independencia. A pesar de los agravios sufridos y aunque hoy no se pueda contemplar en su máximo esplendor, es un Parador Nacional de Turismo y en su interior se conserva uno de los artesonados moriscos más bellos de España procedente de la Capilla del Convento de la Orden Terciaria Franciscana, cuyas ruinas se encuentran la cercana localidad de San Román del Valle.
Por su parte, la Iglesia de San Juan del Mercado es una bellísima muestra el arte románico, permitiendo observar una detallada ornamentación en la portada, cuya temática gira en torno a la Adoración de los Reyes Magos.
Pero Benavente ofrece muchos más atractivos en forma de arquitectura civil, entre las que destaca el Hospital de la Piedad, casas modernistas muestra del esplendor de la burguesía benaventana de principios del siglo XX como la Casa de Solita hoy convertida en Centro Cultural de referencia, la Casa del Cervato como magnífico exponente del poder económico del siglo XIX con sublimes ejercicios de rejería artesanal o el Teatro Reina Sofía construido en 1928 sobre las dependencias del desamortizado convento de Santo Domingo, siguiendo los parámetros de los teatros románticos con un resultado final realmente magnífico, sin olvidar los muchos rincones ensoñadores que salpican la ciudad, casas modernistas, puentes, ermitas y jardines románticos como el de la Mota desde dónde se puede disfrutar de puestas de sol inolvidables o el relajante entorno de la antigua estación del ferrocarril, en cuyo edificio principal se ha instalado el albergue municipal de peregrinos, que hacen de Benavente un destino en sí mismo.
Además la gastronomía típica de Benavente ofrece deliciosos platos como los el bacalao, el pulpo, las mollejas, las ancas de rana, o los dulces elaborados por las monjas del Convento de San Bernardo: la tarta Císter y las rosquillas de ángel.
Dejando atrás la capital comarcal la Vía de la Plata toma pasos firmes hacia la cercana provincia leonesa, poniendo rumbo hacia la localidad de Villabrázaro a través del encinar del monte del Mosteruelo, a cuya izquierda queda el cerro en el que se asentó en Castro de la Corona o del Pesadero, parte del cual yace bajo la calzada de la moderna autovía A-52, pero no menos importante en lo que supuso la romanización de estas fértiles tierras.
Entre viejas y nuevas viñas el camino se adentra en Maire de Castroponce, pequeña localidad rodeada de bodegas subterráneas tradicionales, cuyo caserío, asentado sobre un territorio ya habitado en el paleolítico, está presidido por la iglesia de la Virgen de la Leche.
Pocos metros más adelante el camino entrega al caminante al Puente de la Vizana sobre el río Órbigo ya en tierras leonesas, otro de los hitos de la Vía de la Plata.