Mucho nos desesperamos con el calor en este verano sin cocidos pero recocidos, con mucho cambio climático para que nada cambie: llega agosto y morimos de aburrimiento a la sombra y bajo la canícula al sol como desde que se inventaron las vacaciones.
Tampoco ayuda la política, claro está, a mantener el equilibrio anímico del personal, envuelto en la modorra hasta que pasen las Ferias y se nos agoten las excusas para volver a trabajar como Dios y el jefe mandan, al estilo de los probos europeos y no como los meridionales que somos, en permanente estado de inacción estival.
Un amable lector le ha devuelto a este paseante el recuerdo y la memoria, que no la esperanza. Le ha traído de nuevo a las mientes un antiguo artículo, de dos elecciones municipales atrás, en el ya remoto 2019.
Eran tiempos sin pandemias pero con rajas en el culo, unidos al presente por la falta de soluciones a los problemas más perentorios. O sea, lo de siempre.
Pero a veces es bueno mirar atrás para ver mejor lo poquita cosa que somos. Aquí estamos, hozando en lo cotidiano sin salirnos de ello; a lo sumo, mirándonos en el espejo para esbozar una breve sonrisa irónica, perdonarnos la vida y nuestros pecados y seguir p’alante sin mirar a los lados, pero dejando la utopía para un poco más tarde. Al menos, hasta ver si escampa este infierno asfixiante y vuelven las heladas de febrero, benditos sabañones.
Volvamos, pues, a lo escrito entonces. Le ruego al lector que lo haga con buenas provisiones de amable ironía, como la que se pretendió en su día al encadenar aquellas palabras, que son estas:
La raja del culo
Los partidos políticos han perdido una magnífica ocasión de contar con el voto de este paseante para el 26 de mayo de 2019. Dado el silencio informativo que LA CRÓNICA viene aplicando a la propaganda de todos ellos, el esfuerzo para comprobar sus promesas programáticas ha sido, ciertamente, incluso más penoso de lo esperado. Pero se ha conseguido y el resultado es desalentador: ninguno de los que concurren a ninguna de las tres elecciones convocadas, bajo ninguna sigla, lleva entre sus propuestas la prohibición expresa de los pantalones bajos de cintura.
Mucha disquisición sobre si el hiyab es legítimo o asumible y ninguna sobre la exposición indeseada del personal a las rajas del culo ajenas, mostradas a traición por especímenes de todo sexo, condición y edad al asalto de nuestras pupilas. Así no hacemos patria. Ni siquiera país. Tampoco convivencia libre de sobresaltos.
Una de las ocupaciones estéticas más persistentes del Occidente europeo ha venido siendo, al menos desde que el Cristo expiró y empezó la expansión de esa secta judía, averiguar cómo alegrarnos la vista sin pecado o, si no, esquivando el coñazo permanente de los censores de guardia.
Desde que a los humanos se nos cayó el pelo al bajarnos de los árboles en la sabana africana (un par de millones de años, mal contados, han pasado ya) nos hemos reconocido unos ante otros por la exhibición, casi siempre pudorosa, de nuestros más emocionantes atributos. Esconder para sugerir fue el mayor logro de la civilización después del fuego. Ni siquiera el hallazgo de la rueda ha resultado ser tan cotidiano entre nosotros, incluso hoy en día.
Así, evolucionando, terminamos por pasar de la oscilación bípeda y libérrima de los colgajos de nuestros remotos ancestros al apunte de canalillo en el torso de la nutricia matrona o a la geometría imposible de la entrepierna del varón en edad de merecer explorar lo inexplorado.
De tal modo fue como el Occidente se fue alejando del Oriente, por más que la Ruta de la Seda persiguiera el imposible de mantenernos conectados con su comercial cordón umbilical.
Hasta que llegó el pantalón de tiro bajo y habitó entre nosotros.
¿Hay algo peor que desayunarse viendo el apunte de la raja del culo de un prójimo cualquiera, pelillos incluidos?
¿Hay algún partido que se haya preocupado de prometernos el fin de esa pesadilla, que a todos nos alcanza?
Respóndase usted a esas dos sencillas preguntas y obre en consecuencia el 26 de mayo de 2019, día en el que algunos esperan que les voten. O les boten.
Qué sencillo sería todo si todo fuera así de sencillo.