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Guadalajara
19 noviembre 2024
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La Iglesia Católica y los curas pederastas

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Guadalajara es tierra en que la práctica de la religión católica ha dado para mucho en estos últimos dos mil años. Además de la piedad de cada cual, por aquí hemos tenido hasta heterodoxias como la de los "alumbrados". A la sombra de la casa del Duque del Infantado, con derivaciones en Pastrana y más allá, un grupo de beatas, más laicos y religiosos llegaron a la conclusión de que aspirar a ser santo encerraba en sí mismo el pecado de la soberbia. En consecuencia lógica, habrían optado por evitarse esa tentación cayendo en todas las demás. O así lo consideraron aquellos que les juzgaron.

Por entonces, y hablamos del siglo XVI, la Iglesia juzgaba lo suyo con una severidad que aplicaba a la sociedad entera, esencialmente porque al poder civil le convenía tener el reino (el de este mundo) sometido a los vergajazos del Santo Oficio e hisopado hasta la asfixia, mientras el emperador gastaba lo suyo y lo de sus vasallos en resolver batalla tras batalla por Europa sus ruinosos asuntos de familia.

De aquel reparto de funciones hemos pasado a una sociedad que cada vez ve con más desconfianza a muchos religiosos… y demasiadas veces, con todo fundamento. Si en algo está fallando estrepitosamente la Iglesia Católica es en el modo de abordar la marea (negra) de los abusos pedófilos.

Cualquier hijo de la Iglesia con autonomía para pensar convendrá que un pecado semejante debería tener mayor reproche eclesiástico que penal. Y lo que sucede aún hoy es justamente lo contrario. 

Ahora, como hace décadas y hace décadas como hace siglos, la Curia siempre ha hecho causa reservada de unos comportamientos tan miserables que Alguno los habría resuelto colgándoles una piedra atada al cuello y echando a los pederastas por las terreras del río, que es lo que tenemos más a mano.

"Al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar". Lo dijo Cristo. O sea, Dios. Es decir: no hay nada más que decir y sí mucho por hacer, don Atilano.

Quedamos a la espera.