El próximo domingo, 2 de junio, el suelo se cubrirá de cantueso, para la procesión del Corpus, esa fiesta que los curas se empeñan en celebrar fuera de su fecha y el poder civil de García-Page mantiene para toda la región en su jueves original. Paradojas.
Este viernes, festivo autonómico, la Calle Mayor se va descubriendo en dos colores, blanco y negro, al paso de los operarios de limpieza.
Con dos hombres y una máquina, más una bomba de mano y una mascarilla para no respirar lo irrespirable es posible en Guadalajara sorprender al paseante, con la química de por medio.
A ver quién sospechaba que debajo de los adoquines de granito no estaba la playa (como proclamaban los del Mayo del 68 de París) sino la blancura prístina que devuelve la limpieza. El espectáculo es el que reflejan las fotografías que acompañan estas líneas.
Una Calle Mayor descarnada, como sin piel, hecha de trechos rectos entre lo viejo y lo nuevo.
Una parábola verán algunos donde los dos operarios sólo encuentran horas de monótono trabajo mientras el resto de sus convecinos disfrutan, y sudan, en el Día de Castilla-La Mancha.
Guadalajara, la ciudad que con tanto empeño ha venido vaciando las montañas de Orense para alicatar de piedra sus calles con suelos pretenciosos difíciles de mantener es, por un momento, esta cebra urbana que haría felices a los surrealistas de hace un siglo.
La ciudad, como la nación, entre el negro y el blanco. Si usted entiende de matices, nunca entenderá a España.