Teniendo en cuenta lo mucho que el Ayuntamiento de Guadalajara tiene pendiente en lo de sacarle utilidad a su patrimonio no serán pocos los que consideren que esto que hoy planteamos es una mera fruslería.
Lo admitimos: con edificios propios cerrados (Cárcel de Mujeres); las naves del Fuerte de San Francisco en pleno litigio efervescente con la Junta; los antiguos Juzgados, sin propósito conocido; el inmenso Parque Móvil, vacío; la Prisión Provincial, desmoronándose; la casa de Santiesteban, en un sí es no es de sinrazones acumuladas y el edificio histórico de Correos en el limbo del olvido… interesarse por el kiosco del Jardinillo tiene que parecer ocupación propia de desocupados.
Ahora bien, con 25 concejales que han decidido serlo por voluntad propia y un puñado de asesores en ejercicio, alguno habrá capaz de darle un uso a «eso». ¿No?
«Eso» fue la adaptación a los tiempos contemporáneos del kiosco de prensa.
Antes que en ese cubo negro se vendieron los tabloides y las revistas desde un kiosco de aluminio brillante, tan saturado de papel en su interior que los clientes se hacían cruces de como el kiosquero (o la kiosquera que lo precedió) podían sobrevivir allí sin perder la compostura e incluso la sonrisa.
El nuevo diseño, minimalista, fue fruto de los tiempos, como también lo fue el cierre, por desistimiento del titular de un negocio que dejó serlo.
El Ayuntamiento es el propietario y, por tanto, el responsable primero y último de que esté sin uso, más allá del que le dan con persistencia los grafiteros.
Para que abra de par en par el kiosco podría valer que se utilizará como «filial» de la Oficina de Turismo, pues es seguro de que los ocasionales visitantes se toparían con el cubo más fácilmente que con las dependencias de la Plaza del Concejo, en los bajos de ese otro cubo, de cristal, que Europa nos ha pagado para sustituir al antiguo Edificio Negro.
O que lo dediquen para el préstamo de libros, como en tiempos hubo en la Concordia.
O para vender flores y alegrarnos un poco más la vista y la vida.
Todo, menos seguir así: acostumbrándonos a ser como somos, sin ánimo de mejora.