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30 octubre 2024
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Kafka está muy vivo en Praga 100 años después de su muerte

Acaba de cumplirse el centenario de la muerte de Franz Kafka, el escritor judío que nos puso el absurdo delante de los ojos y a Praga en el universo de nuestros deseos viajeros. Y eso que él apenas escribió de su ciudad, una belleza a la que es bueno volver con motivo o sin él. Y esta efeméride es una buena excusa.

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A Praga se la conoce, y se la reconoce, por su impresionante arquitectura: cientos de edificios, a cual más admirable. También, por su castillo, su reloj astronómico, el Moldava, el Puente Carlos… Sin desdeñar la cerveza, claro, ni el buen comer, del que ya se ha hablado y escrito en LA CRÓNICA.

Menos conocidas, pero también deseables, son sus galerías: los comercios te abren los brazos y las puertas mientras te resguardas de la lluvia o del sol. En una de ellas, con entrada por la Plaza de San Wenceslao, el héroe local cabalga un caballo boca abajo, colgando ambos de una espectacular cúpula. Es el Pasaje Lucerna, muy recomendable por este y otros motivos: por ejemplo, si giras el cuello te encontrarás con el primer cine de Praga, empeño del abuelo de Vaclav Havel. ¿Que quién era Havel? Eso lo vas a tener que mirar tú en la Wikipedia, como castigo…

Lo del caballo patas arriba con el jinete en la panza es una imagen absurda, sí, pero nada disonante con lo que Praga también es. El autor de esa colgante pirueta sobre nuestras cabezas es un clásico moderno, David Černý, que ha sabido por igual ganar fama y dinero al tiempo que cultivaba su imagen de enfant terrible del arte internacional.

No es extraño que a Černý le debamos también una de las imágenes más famosas de Kakfa en el siglo XXI. La cabeza móvil del escritor es visita obligada para el selfie y el vídeo.

Si nos cree, no hace falta que los cuente: son 42 los niveles que componen la monumental efigie y que, cada poco tiempo y por espacio de unos minutos, se ponen en marcha para general admiración. Con sus 39 toneladas de peso y sus 11 metros de altura no pasa desapercibida desde 2014, que es cuando se instaló, en un lateral del centro comercial Quadrio, nada más salir del metro por la estación Národní Třída. De otra calle del barrio ya se publicó un artículo en esta misma sección, pero otros motivos.

Lo que sí que pasa más desapercibido es el recuerdo al cementerio judío que allí hubo, justamente allí. Sólo lo recuerdan unas lápidas conmemorativas.

El que visitan los turistas sí que es más evidente. Se llega hasta él por la calle París, una de las más elegantes y agradables de la ciudad, en la que también vivió, con su familia el Kafka que ahora buscamos, un siglo después de que dejase de andar esta ciudad.

Se calcula que este cementerio, de pago para el visitante, tiene unas 12.000 lápidas y en torno a 100.000 personas enterradas. No se utiliza para una inhumación desde el 29 de mayo de 1787, cuando enterraron a un tal Moses Beck. El nuevo cementerio judío, y dentro de él la tumba de Kafka, está en otro lugar, a más de una hora andando.

Mucho más cerca podemos toparnos con una escultura, obra de Jaroslav Róna, que muestra a Kafka con corbata y bombín sobre los hombros de un gigante sin cabeza. Alude a una de las primeras narraciones del escritor. Google Maps nos lleva fácilmente.

Y hasta el Callejón del Oro, previo paso por un torno, te conduce la marea de turistas. Allí pasó dos inviernos Kafka, convertida una de las pequeñas casas en estudio para el escritor gracias a los buenos oficios de su hermana. Entonces la calma era mucho mayor que en la actualidad.

Como sorpresa final de este reportaje, recomendamos sobremanera ver el que hace años grabó Fernando Savater, con un recorrido por toda la ciudad que es todo un tesoro. El lector puede encontrarlo un poco más abajo, después de nuestra galería gráfica.


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