Vengo a reportar ahora el feliz desenlace del asunto de la alcaldía de Anquela del Dudado, que se acercó al abismo del gobierno por alguna especie de comisión gestora, pero resolvió la situación in extremis por la aparición de un hombre generoso, y aún ilusionado. Un hombre, decidido y capaz, determinado a vivir en esta comarca, cansado probablemente de vagar por el mundo, que quiere buscar aquí su sitio, su desarrollo y paz. Ahora dio el paso solo, con actitud valiente, en contra incluso de escondidos caciques y desagradecidos palmeros. Solo puedo desearle suerte y que le alumbren mayores medidas de responsabilidad y compromiso que a su predecesor.
Pero, a vueltas con el problema de la gobernanza de las instituciones locales de esta España vacía, vuelvo a intentar analizar este paradigma con una perspectiva amplia y de futuro. Me atreveré a sentar algunos principios que podrían iluminar el caso.
El primero es que sólo en las instituciones locales y municipales, perfectamente asentadas y definidas en el marco jurídico del Estado, puede residir la solución de la gobernanza de este territorio vacío. Las instituciones supramunicipales, provincial, autonómica, estatal o continental, con sus subvenciones, servicios de apoyo, grandes enunciados políticos, son seguramente necesarias, pero no suficientes.
El segundo es que probablemente las opciones de desarrollo, de uso equilibrado de este vasto espacio y de aumento de su capacidad real de acogida, en las que creo firmemente en contraposición al colapso de otras áreas cercanas, sólo son posibles desde un enfoque comarcal. Nunca, y a las pruebas me remito, desde un esquema municipal basado en las reglas territoriales del siglo XV. Y menos aún, y continúo aludiendo a las pruebas, desde las visiones provinciales o regionales, elocuentes y bien intencionadas, pero escasamente fructíferas. Intentos ha habido de refuerzo de las comarcas como instituciones de desarrollo intermedias, incluso desde el ámbito europeo o de estructuras no gubernamentales, que han podido y pueden funcionar, pero solo relativamente.
Caigo inevitablemente en el consecuente por el sencillo análisis de los antecedentes. Y ahí va el tercer principio. Deberían estudiarlo famosos sociólogos, si no lo han hecho ya, si es posible constituir un poder político, democrático y solvente, con un electorado en número inferior a cinco mil. ¿Son muchos? Pues pongamos tres mil, o dos mil, pero nunca cincuenta o cien.
Asimismo, por debajo de estas cifras, y sus equivalentes presupuestarios, es muy difícil disponer de una administración y equipo técnico bien estructurado. No volveré a mencionar la actual diáspora de secretarias y secretarios, o la de arquitectas y arquitectos, que permiten que se hundan nuestras casas de propietarios absentistas, al tiempo que no es posible disponer de viviendas en nuestras localidades.
Estúdiese con atención la legislación reguladora de las bases del régimen local para verificar entre líneas y con claridad esta realidad. Es sencillamente evidente que no puede gobernarse Guadalajara, supuesto que haya gobierno allá, con los mismos elementos y herramientas que cualquiera de nuestras insignificantes poblaciones.
El ejercicio es técnicamente sencillo, pero políticamente imposible o, al menos, complicado. En esta zona, trazad un círculo de treinta o cuarenta kilómetros de radio alrededor de Sigüenza o Molina de Aragón y encontrareis en su centro los únicos municipios viables de la comarca. Anexionad todos los demás del círculo y tendréis una estructura de gobernanza viable, con sus incontables pedanías, en lo que tiene que ver con los servicios básicos y las iniciativas de desarrollo.
Si no es por las buenas y de modo organizado, será por el sencillo paso del tiempo y la natural inercia de la actual espiral de deterioro. Será positivo siempre que lleguemos a tiempo y no hayan terminado de hundirse o desaparecer las vigentes cabeceras naturales de Sigüenza y Molina de Aragón. Y si no, como dijo aquel que vio sin oportunidad sus argumentos, … ¡al tiempo!
Pero, entonces, ¿están condenados a desaparecer nuestros pueblos?, ¿sus tradiciones?, ¿su patrimonio construido, sus posibilidades habitacionales de tiempo parcial?. No, rotundamente no, en absoluto, pero es necesario buscar estructuras de gobernanza subsidiarias que atiendan con claridad al objeto real de su existencia, a la realidad histórica de la que proceden y a su función en el actual modo de vida de la población afectada.
Podemos reflexionar despacio sobre estos asuntos. Despacio, pero observando con frialdad y juicio crítico la situación actual. O podemos perdernos de nuevo en quiméricas evocaciones a las tradiciones, las expresiones folclóricas o el valor indiscutible de la herencia de nuestros ancestros. Por mi parte, prometo intentar dar forma a esta idea y aportar lo que pueda, en sucesivas aproximaciones.