Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares Bueno, visto en un espejo. En el hotel Ritz, tribuna política Nueva Economía Fórum en lunes. En una mesa de prensa, un sitio de espaldas al orador y frente a un espejo. En él se reflejaba, corregida o deformada, la imagen del ministro, de lo que había a su lado y de una parte del salón. La corrección pudo reducirse a imágenes y perfiles. Pero se amplió: Presentador, escoltas, gestos, compañía, cortejos, y asistentes. También al retrato costumbrista de lo que puede ser y representar el ministro Albares en el PSOE y en el Gobierno de España con la cartera de Asuntos Exteriores.
Para empezar, primera en la frente, presentación por Héctor Gómez, el portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados. En la luna del espejo: Introductor del ministro, no de embajadores, de perfil tan bajo como el portavoz socialista en la Cámara Baja. Un número de escoltas excesivo, repartidos o exhibidos, para seguridad o alarma, en los sitios de siempre y en algunos más. Gestos, compañías y cortejos, Javier Solana entre otros, con cara circunspecta, como de poema confuso o contenido. Y distribución de asistentes, desplazados en algún caso, en una mezcla lunática, y de lunes, en la que ministros y ministras compartían o dividían mesa y mantel siguiendo lo dispuesto para ellos.
A priori, el ministro lo tenía difícil. Hace unas fechas, había presentado en la misma tribuna a Josep Borrell en la cima del poder europeo y con el ego, más que puesto, desmedido y empequeñeciendo lo que había alrededor. “Quiero llevarme bien con todos, y con los españoles principalmente”, empezó Albares. Para, después, tratar de delinear un perfil preconcebido: Éxito de España en Afganistán como centro ideológico de la UE. Sin referencia al inexistente ejército europeo para la defensa en el concierto mundial. Ni a la relación Biden-Sánchez. Con retoque y corrección a las críticas, desde USA, a la postura española en Sudamérica, llegando, incluso, a la jactancia, o reto, “yo desafió (a USA) a que demuestre lo contrario. No es injusto, es inexacto”. Después, los temas de rigor: Gibraltar (prosperidad compartida, manteniendo la postura española de siempre, escuchando a los alcaldes de la zona). No es arrogante hablar de lo conseguido, por él, sobre el suministro de gas argelino, en conexión con la vecindad con Marruecos y el pueblo saharaui. Sorpresa (otra vez contra USA) por la salida en Afganistán. Oposición a la postura polaca, “la UE debe enviar un mensaje fuerte a propósito de Polonia”, porque sin cohesión no hay U.E. Loas a Ángel Merkel, en despedida ante la llegada de Scholz, su sustituto. Las relaciones España-Rusia, con divergencias notables, pueden ser conciliables.
Algo después, los temas parecieron superan las previsiones que tenía preparadas. Tanto que alguien, recordando su condición de diplomático, opinó: “Un diplomático quemado”. Y es que al presentarle los asuntos importantes, algunos escabrosos, no entró en el meollo y defraudó: La cuestión de los palestinos la apartó para encomendarla al Congreso de lo Diputados. Esquivó la realidad y supuesta amenaza china, “el futuro del mundo debe construirse entre todos” para referirse al papel de la UE en la situación indo-pacífica, sin entrar a compartir o apartarse de lo dicho por Borrell ante él una semana antes. Apreció, en parte, la situación española sobre el escenario mediterráneo, relacionándola con la reunión entre la UE y los pueblos del Sur, pero sin apuntar soluciones que puedan ser efectivas.
A la vez y mientras tanto, se deslizó por lo que, diplomacia obliga, es fácil y propio para los miembros de la carrera diplomática: Francia, un vecino amigo y fundamental en la construcción europea. Sobre las migraciones e inmigrantes, no a los apriorismos al uso y aplauso a la determinación alemana, con Merkel salvando el honor europeo. Actividad política Exterior catalana, de acuerdo si ésta es dentro de la Constitución y poniendo al Ministerio de AA.EE en contra si se transgrede la norma constitucional. Nuevo cargo, creado por él, de ‘embajadora feminista’, justificado para integrar, de hecho, la igualdad de género. Cumbres bilaterales España-África, lógicas y a potenciar. Y eje franco-alemán, con las perspectivas posibles para y desde España.
No hubo para más. Al terminar, frontal y de perfil, en el Ritz había un diplomático en el culmen del éxito individual y personal que supone encargarse de las tareas de ministro de Asuntos Exteriores. Estaba y parecía contento del puesto y cometido e, incluso, de haberse conocido. Albares, el ministro, atendió todas las preguntas que le hicieron, contestó las que quiso y como quiso, y mejoró la figura de su predecesora en el Gobierno. No es poco, tampoco su estampa: Un ministro en el Espejo.
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