El síndrome de Diógenes es un trastorno del comportamiento que se caracteriza por el abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación en él de desperdicios y basura. Una afección más suave parece ser el complejo-comportamiento de urraca, una tendencia a acumular objetos de cualquier condición, sean necesarios o no. Diógenes y urraca. Y un jersey, gastado por el uso, que tiene las coderas rotas. Puede ser, es, algo más que una prenda de vestir gastada. Sobre todo cuando, en el Día de Reyes que es fecha de regalos, se decide qué hacer con él: Tirarlo y sustituirlo por otro nuevo. Reparar la avería con coderas postizas o un zurcido. O mantenerlo.
El jersey roto, lo que hay alrededor, lo que significa y lo que se haga con él, puede asociarse a modos de ser e incluso a trastornos de comportamiento como el asociado al síndrome de Diógenes o al complejo de urraca. Para el común de los mortales, puede que la primera opción y más lógica sea deshacerse de él y sustituirlo por otro nuevo; con ella, se fomenta el comercio y las actividades mercantiles que llevan aparejadas, mejora el aspecto de quien lo usa, y relega la antigualla vieja. Otra alternativa, variada, es repararlo: Con unas coderas nuevas, que en el mini bazar chino de la esquina cuestan un euro, y que se pegan, dice el chino, sin coser, sólo con una plancha caliente. Con un remiendo por cuatro euros, dos euros cada manga. Y con un zurcido especial, que es muy difícil y caro, opina la señora costurera ecuatoriana dispuesta a hacerlo por cuarenta euros, a veinte euros cada brazo; que, sigue opinando la señora, no merece la pena porque en las rebajas de enero de El Corte Inglés uno como éste y nuevo se lo encuentra apañado de precio.
Economía al margen, junto al jersey y lo que representa, aparecen una serie de valías inmateriales que son consecuencia de la forma de entender, ser y actuar. Afecto por la prenda, lo asociado a ella y lo que hay alrededor. Y una consideración, especial, sobre el ente inmaterial e animado – o no – de la propia tela, desgastada por el uso, perdiendo entidad, belleza y lozanía, guardando o protegiendo del frío, conservando el calor propio, o impregnando e impregnándose del olor, aromas y temple humanos. Se entra, así, en una reflexión, propia, inadecuada para someter a la consideración mercantilista del chino del bazar o a la atención de la zurcidora, que no toman en consideración afectos, recuerdos y valores.
Si lo anterior se impregna, además, con el regocijo navideño, los hábitos culturales acarreados a lo largo del tiempo y la conducta social que dedica los primeros días del año para hacer regalos, la decisión no es obvia, puede no estar en consonancia con nadie, pero existe; es mía, auténtica y egoísta. Usar el jersey para hacerme un obsequio único: Mantenerlo tal cual. Para usarlo, en privado o no, cuando me apetezca, blasonado con sus codos rotos, algo más fracturado el de la manga derecha que el de la izquierda por mi condición de diestro. Al aire, con su historia, peripecia, estado y misión.
– Qué te van a echar Los Reyes. – me preguntó mi nieto.
– Un jersey usado.
– ¿Sólo?
Se lo expliqué. El calor que guardó para mí, mi olor y los olores de los que se acercaron a él, la pérdida de su hermosura inicial. Y la extinción. Su debilitación y consunción que se pegó y seguirá conmigo. Lo entendió.
– No es poco. Tu regalo de Reyes es un jersey gastado.
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