Estamos en una democracia consolidada. El Gobierno debe gobernar, que es para lo que está. Y la Oposición ha de controlar al Gobierno, porque es su misión. Ésa es la realidad hoy. Que en ella el Gobierno de Sánchez busque apoyos para decisiones de gobierno es una muestra de debilidad y un síntoma de miedo o desconocimiento que ponen de relieve su poca entidad, una confianza en sí mismo escasa, y un intento de diluir responsabilidades en otros. Porque en esta situación, cada uno debe hacer lo que debe.
Si el Gobierno busca apoyos para hacer su cometido, aunque éste sea lógico y más si es lógico, se convierte en un grupo de floripondios de adorno, o ‘panda moñas’ en lenguaje vulgar, que o no sabe o no se atreve a usar la responsabilidad que tiene. Si la Oposición aceptara el juego, contribuiría al deterioro que supone mantener a un Ejecutivo que no gobierna y que, con sus peticiones, pierde la autoridad y el tiempo que se necesitan para trabajar y gobernar.
Se ha dado a conocer la Oferta del Gobierno para reeditar los Pactos de la Moncloa o algo parecido. Y la contestación desde la Oposición de Pablo Casado oponiéndose a lo que llama, y no parece, un cambio de régimen. Sin entrar a valorar lo que Casado entiende por cambio de régimen, recordemos qué fueron los Pactos de la Moncloa y el motivo que hubo para suscribirlos en 1977. Se salía entonces del régimen que agonizó con Franco y, sin armazón legal y estatal (la Constitución se aprobó en diciembre de 1978), convenían unos acuerdos que propiciaran el paso a la democracia con dos programas pactados para: Acometer la Reforma de la actuación política y jurídica. Y definir una política económica con la que hacer frente a la inflación (en aquella época del 26,4% anual), la salida de capitales posible en periodo de inestabilidad, y al aumento del paro previsible con el retorno de emigrantes.
Eso fueron los Pactos de la Moncloa, unos acuerdos para la transición, que en 1977 fueron necesarios pero que ahora, con el armazón del Estado hecho, asentado y estable, no tiene otra razón de ser que la circunstancia de una crisis sanitaria y económica que el Gobierno actual parece que no sabe o no quiere enfrentar desde la responsabilidad que tiene. Acuciados por la crisis sanitaria, el dolor por los muertos e infectados, y por el porvenir previsible que se avecina, no hay tiempo que perder en analizar las capacidades de Sánchez y su Gobierno; entrar en las responsabilidades que tienen (que alguien exigirá); ni, porque a la vista están, recordar los errores que han cometido. Pero sí es momento de ver por qué el Gobierno intenta repartir responsabilidad expandiéndola entre los grupos políticos o en las parcelas del Estado Autonómico en las que podría depositar la responsabilidad única e indivisible que tiene. Entre esos motivos, aparecen los siguientes: Debilidad de una coalición fraccionada y con ideología, pretensiones e intereses distintos. Miedo a las consecuencias de sus actos. Desconocimiento de la realidad, que ponen de relieve su preparación y entidad. Confianza en sí mismo escasa. Y un intento de diluir la carga con otros.
En esta situación, el Gobierno tiene cuatro opciones: Gobernar sin mezclar, ni enlodazar, en su actividad a la Oposición, Autonomías y agentes sociales (organizaciones sindicales y empresariales). Dimitir para que alguien, desde el PSOE que ganó las elecciones en minoría, tome las riendas. Propiciar un Gobierno de concentración con un Programa Nacional para que haga lo que él no se atreve o no sabe hacer. O, costoso en esta situación, convocar Elecciones Generales.
De cara al futuro, a la estabilidad del Estado y a la continuidad del sistema político que tenemos, cualquiera de las opiniones es posible; unas serán más oportunas y tendrán más posibilidades de prosperidad que otras, pero todas producirán la formación de un gobierno que gobierne. Lo contrario es la serie de vacilaciones del momento, la búsqueda de pactos que se inventan sin utilidad pública (aunque busquen beneficios propios), las series de ruedas de prensa (falseadas) que no convienen a nadie ni mejoran imágenes pero frustran la cuarentena de todos, el afloramiento primaveral de floripondios políticos que no son útiles ni ilusionan. Y, muy peligroso porque se aniquila el recambio, la inhabilitación y descrédito de una oposición, sea la que sea, que, tras el Gobierno de Sánchez, ha de tomar el relevo.
En definitiva: Gobierno, no panda moñas.