Precisemos el titular: “En el PP”, dentro del Partido Popular, con origen en la Alianza Popular que fundó Manuel Fraga para asentar la derecha en la Constitución de 1978, convertida en destino de los que han llegado allí, como bastión de enganche y arrastre de afines: políticos o aspirantes a serlo con orígenes distintos. “Tibios, triviales y flojos”, con los sinónimos de cada uno usados para entender lo que pueda haber en el PP de hoy. Tibios, indolentes, fríos, apáticos, indiferentes y hasta vagos. Triviales, ligeros, frívolos, insignificantes, insulsos o blandengues. Flojos, escaldados, escépticos, suspicaces, desconfiados, en definitiva irresolutos. “O no”, una optativa útil como expectativa para, cambiando inmuebles, personas que aportan poco y lo que estorba por lo que hay en el partido (hoy relegado o escondido), salvar los muebles de una derecha nacional que pueda tomar el relevo. Desde el PP de hoy, cerca de él o saliendo desde él.
A nivel nacional, lo que importa ahora, en plena crisis sanitaria, social y económica, siquiera sea como recambio al gobierno de coalición PSOE-UP y el desastre que se avecina, es la derecha nacional que hoy encarna el PP que preside Pablo Casado y dirige como Secretario General Teodoro García Egea.
Este PP nació como consecuencia del cese de Mariano Rajoy como presidente del partido. Perdida la presidencia del Gobierno por una moción de censura, para suceder a Rajoy el partido debía optar por la continuidad o la enmienda. Los afiliados optaron por la continuidad con Soraya Sáenz de Santamaría, abogada del Estado y mano derecha de Rajoy. Pero, en una segunda vuelta, la voluntad de los afiliados fue sacrificada en beneficio de los intereses de los ‘situados’: electos, alcaldes, concejales y mandos intermedios con carreras políticas e intereses personales que votaron y decidieron esa segunda vuelta. En definitiva, ‘aparatich’, militantes nutridos en las ubres del partido, que renegaron de la historia para emprender la aventura Casado-García Egea.
Retirado Rajoy y aparcada con él la historia reciente del PP, la nueva dirección tuvo que hacer frente al futuro sin contar con los miembros a los que pospuso. Pudo contar con ellos, pero los ninguneó y no lo hizo. Como consecuencia, sin los que habían llevado las riendas nacionales, el PP tuvo que fiar su andadura a las decisiones del grupo de jóvenes que ocupó los órganos de dirección. Éstos, inexpertos, podrían haber seguido los acuerdos congresuales y las decisiones de unas comisiones encargadas de los asuntos de interés.
Pero, acaso como consecuencia del egoísmo propio de la condición humana, los acuerdos y decisiones de aquel Congreso, a la vista están, se ocuparon más de los nombramientos y elección de personas (con fidelidades supeditadas) que a lo que atañe a la previsión de asuntos nacionales. Además, la nueva situación, en una Oposición sin financiación ni estímulos y con un grupo numeroso en retirada, debía abordar las cuestiones del momento, elecciones generales, crisis y la pandemia que vino después, sin grupos de trabajo propios (que no supo o pudo componer), ni planes para reestructurar y dirigir al partido en todos los ámbitos. Y, lo más importante, si la preparación y experiencia necesarias para, como primera fuerza en la Oposición, ofrecer alternativas.
Como consecuencia, la actividad del PP, con Casado y García Egea al timón, es un conjunto de improvisaciones y oscilaciones que, por inconcebibles, son absurdas. Entre ellas están: El cambio de direcciones y nombramientos ‘a dedo’ (son notables la sustitución de Álvarez de Toledo en el Congreso de los Diputados por Cuca Gamarra y las de portavoces cualificados en comisiones parlamentarias). La formación de candidaturas autonómicas con sumisión a exigencias externas inexplicadas. El control al Gobierno de coalición PSOE-UP, con los vaivenes que conocemos. La relación con todos los grupos políticos nacionales, todos, con especial mención a los enjuagues impuestos por Sánchez (proyecto de Ley PGE, dirección en RTVE, nominación en el CGPJ, acuerdos frente a UE), las ofensas de ministros, los insultos cruzados con Unidas Podemos, los dilates frente a independentistas de diversa condición. Y los enfrentamientos, buscados e irracionales, con los grupos constitucionalistas nacionales, Vox y Ciudadanos, supeditando la posible alternativa para la gobernabilidad de España al medro pacato de intereses propios o de grupos.
Tibios, triviales y flojos. Por falta de un hervor o varios, como alguien ha intentado entender-disimular-justificar lo que a la postre es un tiro en el pie propio. Con los sinónimos usados para entender lo que pueda haber en el PP actual: Tibios, indolentes, fríos, apáticos, indiferentes y hasta vagos. Triviales, ligeros, frívolos, insignificantes, insulsos o blandengues. Flojos, escaldados, escépticos, suspicaces, desconfiados, en definitiva irresolutos.
Sin embargo, por bondad, innata para analizar la realidad sin fraude, hay algo que apuntar.
En la primavera actual del PP, ha aparecido una señal. Es torpe, sandia y muy débil: Mudanza. No es racional suponer que Casado y García Egea hayan madurado en poco tiempo, al menos hasta donde es necesario, pero anuncian cambios. No es uno más entre los recientes. Es la mudanza de la sede en Génova 13. Si, además, el cambio también es de personas que aportan poco y se sustituye lo que estorba por lo útil, que hay en el partido (hoy relegado o escondido) la mudanza puede servir como instrumento para encarar el futuro nacional. Desde el PP de hoy, cerca de él, o saliendo desde él.
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