“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumentos para la participación política… Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos” (Constitución, Art. 6). Partido político, según el diccionario (acepción 5), es un “Conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa”. Es distinto a la secta, “Doctrina religiosa o ideológica que se aparta de lo que se considera ortodoxo, o acorde con la doctrina fundamental de un sistema político”. Picota, “poste que muestra a la vergüenza pública lo detestable para que sirva de escarmiento”.
‘Casado en la picota’. Es el resumen de los titulares de los periódicos del día: Casado, una dimisión obligada (ABC). Casado resiste pese al aumento de presión de los barones del PP (El País). Casado hunde al PP y dispara a Vox al borde de ‘sorpasso’ (El Mundo).Casado cita hoy de urgencia a su dirección tras la marea de manifestantes ante el PP (20 Minutos).
En el poste de la prensa nacional aparece, para vergüenza, el proceder del presidente del PP. Justicia. Venganza. La situación, conocida, ha ocurrido en otros casos y partidos: El PSOE soportó la trapacería de su Secretario General al que echaron y volvió. Podemos, extrema izquierda, sufrió cambios de líderes, trasiego de egos y personas y las coaliciones que fueron, son y pueden volver. La derecha radical, Vox, soporta el oprobio de unos cabecillas a los que se les atribuyen infamias posibles o supuestas. Y los grupos con asiento en cualquiera de las regiones, independentistas o no, aguantan a unos dirigentes, viejos o actuales, que pueden llevarlos a la picota.
Como hay opiniones sobre lo mismo, huelga usar tiempo para ver qué han hecho en el PP Casado y Egea por un lado o Ayuso con M.A.R. por otro. La historia sigue. Sin embargo, es momento para ver el quid de lo que pasa en los partidos. ‘Expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumentos para la participación política’, determina la Constitución, que manda: ‘su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. Se podría proponer control en ellos, para evitar lo que denuncia la prensa en Casado, los embelecos con los que Sánchez consiguió el poder en el PSOE, y las tretas en otras formaciones políticas conocidas o por conocer. Pero, como toda intervención externa limita libertades, parece mejor evitar controles y proteger a los partidos con el único límite aceptable en democracia: La Ley. De la mano de la Fiscalía, como está concebida y debe. Y al amparo del Defensor del Pueblo, ampliada su misión, – defensa del ciudadano frente a la administración-, con protección ante los partidos para ajenos, simpatizantes y afiliados. Cabría, además, considerar el auxilio de los órganos encargados en los partidos para el Régimen disciplinario interno. ‘Comités de derechos y garantías encargados de garantizar el ejercicio de los derechos de los afiliados y resolver los procedimientos de defensa de afiliados’, se llaman en el PP; o como quiera que sean y se llamen los órganos que existen en otros grupos. Sin embargo, por lo visto, estos órganos parecen concebidos en beneficio de quien mande: dirección, secretaría o como se bautice el invento.
La democracia ha durado 43 años. La Constitución definió un sistema que ha servido. Hasta ahora. Pero hay episodios, como los recordados, que descubren actos sectarios o próximos a los modos de la secta. En el sentido formal del término, “Doctrina ideológica que se aparta de lo que se considera ortodoxo, o acorde con la doctrina fundamental de un sistema político”.
No es que Casado y Egea, ahora en el PP, o antes Sánchez, Rivera e Iglesias, en PSOE, C’s o Podemos, actuaran despóticamente contra afiliados tan destacados como Ayuso (PP), Javier Fernández (PSOE), Boto (C’s) y Errejón (Podemos). Es algo más, origen de lo que pasa. La confrontación en los partidos es lógica, atiende aspiraciones políticas de afiliados y es útil. Pero, amparada por la Ley. Sin imposiciones de cabecillas o caciques y libre de una cúpula que diluye y esconde responsabilidades.
Estamos en un momento único. En una democracia probada, hemos superado sucesos e incidentes difíciles. Lo de ahora es un accidente más. Fruto del egoísmo de alguien, o consecuencia de una jugada política aviesa, bonita y, a fuer de atrevida, simple. Entre facciones del PP, hoy en la oposición, que solventó penurias económicas en el pasado y que puede rendir, aún, más, en las riendas de un ejecutivo distinto al gobierno Frankenstein de hoy.
La picota es un poste que muestra a la vergüenza pública lo detestable. Quiero creer que tiene afán de corrección. La picota, hoy prensa escrita, está publicada. Leámosla, Para que sirva de escarmiento, ‘Casado en la picota’.
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