El proyecto de Ley de los PGE es la propuesta, a las Cortes, de los partidos que sustentan al Gobierno para usar los ingresos del Estado. Suelen ser consecuencia de propuestas electorales. Pero, en el caso del proyecto de Ley que tramita el gobierno de coalición, esas propuestas, además de tener en cuenta las ofertas de cada partido, han de rendir vasallaje a dos hechos posteriores a las urnas y ajenos al electorado: Los pactos entre coaligados (PSOE-UP). Y las alianzas con los grupos que apoyaron o permitieron la investidura del Gobierno. Como los pactos y alianzas no se conocen, porque el secreto convenga a quiénes los suscribieron o porque sean inconfesables, es importante el Proyecto de Ley de los PGE. Para detectar las alarmas que aparecen con ellos. Y por lo que puedan producir. En principio veamos las alarmas que aparecen entre los coaligados.
El PSOE, desdiciéndose en algún caso de sus afirmaciones (Sánchez digo no dormir tranquilo con Iglesias en el Gobierno y no pactar con independistas), tras acceder al Gobierno en virtud de unos pactos de coalición, aparece proponiendo unos PGE con una ministra de Hacienda más empeñada en buscar broncas que consensos. Porque sería absurdo entender que esto se debe a la ministra, debe deducirse que la bronca es buscada.
El PSOE, con Sánchez al frente, ha decidido el enfrentamiento. Esa es la primera alarma, la más notable, ante una pandemia incontrolada y a las puertas de una crisis. Puede ser consecuencia de unos pactos de coalición inexplicados; la secuela de compromisos para la investidura; o algo mucho más grave. Obviemos los pactos de coalición PSOE-UP, evitemos (sin excusar) los acuerdos para hacer a Sánchez presidente de Gobierno, y detengámonos en lo más grave: Lo que, en el peor de los casos, quiebra la paz y prosperidad sociales, pone en peligro el Estado de Derecho, y rompe con nuestro sistema político, por sorpresa, al margen del electorado (incluido parte del electorado socialista), acaso buscando unas metas revolucionarias, que, aunque alguien las pretenda porque sepa a qué conducen, en democracia, si no las admite el pueblo, son impropias. Porque lo cierto es que el PSOE, al margen de la sociedad, ha presentado un proyecto de PGE que alarma: Porque no administra con cordura los recursos del Estado, porque impide la anuencia del frente constitucionalista que rechaza, y porque reniega de la postura que tenía.
Unidas-Podemos, como miembro de la coalición, también alarma. Su alarma no inesperada como la que produce el PSOE, porque sus principios comunistas son conocidos. Es una alarma lógica, consecuencia de sus intenciones: Quiebra del statu quo. Sustitución de la Monarquía parlamentaria por una República por definir. Sustitución del Estado de las Autonomías por una confederación de territorios. Y el conjunto de propuestas revolucionarias que surgieron entre los Indignados del 15-M. Porque la alarma que provoca UP inquieta, veamos algunas de sus características: Es menos trascendente que la produce el PSOE porque tiene menos respaldo social. Sus afiliados parecen andar a la greña. Sus votantes y simpatizantes van en descenso. Y, aunque superaran las quimeras con sus convergencias, mareas y asociados, para conseguir sus objetivos (ocultos o no), necesitan el soporte socialista. Por eso, la alarma UP solo importa si la apuntala el socialismo. Sin el PSOE, UP solo es un grupo radical que puede generar conflictos, movilizar a sus bases, organizar alguna algarada, o impulsar huelgas apoyándose en sindicatos afines. Nada más.
Además de las que aparecen en el núcleo de la coalición de Gobierno, existen otros dos tipos de alarmas: Grupales o Individuales.
Las primeras, de los grupos de diversa ideología y condición que tratan de destruir la unidad del Estado, modificarla o aprovecharla para sus fines. En sí mismas, como su importancia depende de los apoyos puedan conseguir, merecen atención. Como continuación del proceso destructivo iniciado hace años que ahora, a diferencia de entonces, cuenta con el concurso confeso de una clase política que ha cambiado el sentido patriótico de Azaña en plena guerra civil, (“Si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco”) por las intenciones de Pablo Iglesias, dichas en una herriko taberna vasca a un auditorio abertzale (“cuando os independicéis no nos dejéis solos con los españoles”); por los flirteos de la coalición Catalunya en Comú, de la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, con la Candidatura de Unidad Popular (CUP) que pretende la ruptura con el estado español; o por los afanes separatistas conocidos de vascos (PNV, EA, Geroa Bai, EH-Bildu…) y catalanes (ERC, JuntsxCat, Cataluña en Comú, CUP…)
Como otras alarmas notables, además de las vistas en PSOE y UP y con mayor peligro, aparecen los sobresaltos debidos a la postura y condición individual de quienes comandan el Gobierno de coalición: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Ambos, con un patriotismo sui generis, dependiendo cada uno del otro, utilizando a sus formaciones políticas a su antojo, sojuzgando a sus conmilitones, y sin otras perspectivas personales que el hacer político, hacen recordar la fábula de la rana que cruza el río con un alacrán a cuestas.
Sean Sánchez o Iglesias alacrán y rana, o viceversa, para tratar de ver lo que pueda ocurrir con ellos conviene saber que el río que supone la pandemia y las crisis, este río, que gobiernan mal o no gobiernan, puede arrastrarnos. A todos.
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