El travieso algoritmo parecía dispuesto a darle una alegría a este que les escribe. Fue en la tarde del sábado, 21 de diciembre de 2024, gloriosa víspera del «Gordo», ese Sorteo de la Lotería de Navidad que nunca es distinto y sí cada vez más distante, al paso de los años.
Decíamos ayer, porque era realmente ayer y no una coña de agustino expresidiario, que en la antigua Twitter aparecía, dentro de las tendencias del momento, un nombre: Poussin. ¡Válganme los dioses!
La tarde ya caída, con frío en la calle y al cobijo del sillón y de una manta, el escéptico usuario de «X» parecía condenado a reconciliarse con la Humanidad: si del gallinero y la gallinaza de las redes asomaba el Arte, con enfática mayúscula, la salvación tal vez fuera posible.
No es fácil que a los mortales del siglo XXI les pueda importar algo más que nada un inmortal del XVII, criado en la Francia de Richelieu y enterrado en la Roma del purpurado más putero, y dadivoso, de la Historia.
¿Quién conoce a Poussin a este lado de los Pirineos? Tampoco más allá, no nos engañemos. Y el lector leído creerá acertar si lo encuadra entre esos clasicistas aburridos que se prodigaron por aquella Europa, entre arcabuces e hisopazos.
Y sin embargo, a Poussin le debemos algunas de las mayores concentraciones de sensualidad por centímetro cuadrado de la historia del arte. Eso, cuatro siglos antes de la actual pudibundez, acosados por la virtud imperante que nos exige castidad de pensamiento en todos los órdenes. Orificios incluidos.
Andaba este escribiente casi ya rijoso, entre sus ensoñaciones, cuando la prudencia le recomendó asegurarse de qué era lo que había atraído de Poussin a los usuarios de «X».
Nada. No era nada. No era él.
El tal Poussin era otro, Gaëtan de nombre y portero del Real Zaragoza. Acabáramos…
Así las cosas, una vez que la suerte del sorteo nos pase de largo podremos volver a plantearnos abandonar el bebedero de patos que tanto aprovecha a Elon Musk, sobre todo después de que el hombre más rico del planeta y heraldo anunciador de Donald Trump, proclama abiertamente lo mucho que le ponen los ultraderechistas en general y los británicos y alemanes en particular.
No lo haremos, porque nos gusta fustigarnos como animales sociales que somos, muy animales, necesitados de compañía hasta en la desazón.
Está la cosa como para salir corriendo.
O para refugiarnos en algún museo y no asomar hasta que escampe. Quizá recorriendo, libres, los cuerpos pintados por Poussin.
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