Durante estos días, me viene a la cabeza una clase de derecho romano a la que asistí en la Universidad de Alcalá, hace ya casi veinte años. Entonces era una alumna de primero de carrera, y por el transcurso del tiempo, apenas podría recordar con tanta claridad otra clase que no fuera esa, me pareció de lo más interesante.
Hay enseñanzas que nunca debemos olvidar de los romanos, sobre todo en cuanto a la gestión de poder se refiere. El liderazgo sigue siendo un tema de estudio, que cobra cada vez más importancia en la actualidad, con numerosos cursos en empresas y en el día a día que todos tenemos tanto en el trabajo, estudios o relaciones personales. Pero esto no es nuevo teniendo en cuenta que sobre ello ya teorizaban los romanos en el año 27 a.C. dejándonos un legado que estaría bien que tuviéramos en cuenta.
Dos palabras que provienen del derecho romano y que fueron la piedra angular sobre la que se asentaba el funcionamiento de las ciudades eran potestas y auctoritas.
Potestas se define como una fuerza que emana de la legitimidad otorgada por la sociedad civil, el poder que se posee por el mero hecho de ostentar un cargo, independientemente de quien lo ocupe. Las personas obedecen al cargo, por lo que el poder durará lo que dure su posición en el cargo.
Y por otro lado nos encontramos con la Auctoritas, que era la distinción de determinadas personas basada en una serie de características morales e intelectuales por las que destacan del resto. Era el reconocimiento social por el que ciertas personas se ganaban el respeto y la admiración gracias a sus cualidades, sus valores como ser humano, su buen hacer o su experiencia.
El hecho de poseer potestas, no implica poseer auctoritas ni viceversa.
Si bien es cierto que el sostén del poder no resulta de la auctoritas (quien tiene poder no requiere necesariamente del reconocimiento por parte de otros), ha quedado claro en estos días la importancia y el poder de las cualidades innatas de una persona, lo que da respeto y admiración. No debemos olvidar que una cosa es ganarte la sumisión de otros mientras dure el cargo y otra tener el respeto y el reconocimiento social.
Todos conocemos a ese compañero de clase, de trabajo o ese amigo dentro del grupo que tiene sin haberlo elegido un reconocimiento de líder, ya sea por sus acertadas y rápidas decisiones, cercanía, calma, preparación o trayectoria profesional. Son muchos y variados factores pero que son reconocidos inmediatamente por las personas que le rodean.
Un gran líder siempre debe tener auctoritas, y en ocasiones también potestas.
Lo que está claro es que en este caso ha ganado la auctoritas.
Lo que ya ha sucedido puede lamentarse, pero no rehacerse. Debemos recordar que de las grandes crisis surgen las grandes oportunidades y una vez aprendida la lección, nos queda un gran trabajo por delante, mirando al futuro con ilusión para construir juntos una alternativa política fuerte y solvente para España.